La historia familiar suele ser vista con desdén por las sucesivas generaciones que, a veces, cabalgan sobre los zigzagueantes y angustiosos pasos de sus antepasados. Se trata de un microcosmos en ocasiones atrapado en mudas, vetustas y descoloridas fotografías, resguardados en antiguos álbumes cuando no olvidados en alguna gaveta, pero que también encierra cuentos y andanzas que enorgullecen y avergüenzan. Un microcosmos con sus propios héroes y villanos, sus altibajos, uno trágico, entretenido y aleccionador. A medida que las generaciones se abren paso en el transcurrir del tiempo, se corre el riesgo de que valiosos detalles y episodios se pierdan -nos referimos a aquellos que por fortuna todavía se atesoran en la memoria de los viejos- si no son transmitidos a los hombres y mujeres que conforman las generaciones de relevo. Superar ese reto, vencer el olvido a que están expuestas esas, para algunos, pequeñas historias ayuda a profundizar nuestras raíces, dotándonos de una identidad única, por más común y anónima que sea nuestra existencia. Nos hace, definitivamente, orgullosos de pertenecer a una familia, obligándonos a honrar a quienes nos precedieron.

Donetsk 80 años de la saga como desplazados (Editor, Leonardo Petit, Amazon, 2022) constituye, precisamente, un relato trágico y aleccionador que por fortuna no se perderá, gracias a la iniciativa y esfuerzo de su autor, nuestro amigo Felipe Belov, al indagar en los recuerdos de su tía Margarita y glosar sus valiosas cartas. Donetsk, de hecho, es un relato del ayer, al igual que del hoy y siempre, de una extraordinaria vigencia por la brutal y reciente invasión de los rusos a Ucrania, algo que ni siquiera el mismo Felipe imaginó cuando emprendió su aventura escritural. De allí lo valioso de este testimonio, desgarrador en sus inicios al decidir en cónclave familiar la partida de la tierra ancestral, precipitada por la ejecución del abuelo Filiph; triste y angustioso durante la huida a Occidente cuando alcanzan la Alemania recién liberada, tortuosos caminos en los que se mezclan todo lo malo y lo bueno del hombre; esperanzador cuando Venezuela los recibe con los brazos abiertos. Tuvimos el privilegio, hace algún tiempo, de leer el borrador inicial de este trabajo y ahora que lo releemos en su versión final, nos atrapa de igual forma.

Sin embargo, como nos lo recuerda André Maurois, la estupidez humana y la malevolencia del azar no tienen límites, de allí que la historia se repita una y otra vez. Las circunstancias cambian, desde luego, pero las motivaciones siempre son las mismas: la maldad, el capricho y las ambiciones desmedidas del hombre, en fin, las ideologías del momento. Felipe encuentra en su historia familiar en la suerte de sus ancestros, un paralelismo que le obliga a recordar la emigración forzada por la guerra vivida por los suyos que, salvando las distancias, nuevamente vive su familia. El autor sabe hacer uso de los recuerdos de su tía, colocándolos en contexto y reflexionando sobre la diáspora, el destierro y la separación de la familia, temas que por incómodos que resultan nos tocan a todos, recordándonos en cierta manera que la vida es una aventura forjada al calor de las penurias y sacrificios de nuestros ancestros.

Un relato que vence al olvido, este que comparte Felipe con su familia y con todos nosotros, una historia que debemos leer.

 

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