Quizás el más importante testimonio dejado por diplomático alguno, en la Venezuela del siglo XIX, lo constituya el Diario de sir Robert Ker Porter, un voluminoso documento que abarca su estancia en nuestro país entre los años 1825 y 1841. Dos ediciones han merecido el manuscrito, uno en su idioma original (inglés) y más recientemente la traducción al castellano en una lujosa edición.  La primera data de 1966, correspondiendo dirigirla al historiador y antropólogo Walter Dupouy, también porteño, quien nos brinda un completo cuadro biográfico del diplomático británico -esencialmente un viajero y pintor- así como valiosos comentarios respecto de la obra misma, mientras que la segunda viene acompañada de un prólogo de Malcolm Deas, profesor en el St. Antony’s College, Oxford.

La estancia de Ker Porter, quien llega al país con el cargo de Cónsul Británico en La Guaira y Caracas coincide con tiempos complicados para la naciente república, que luego de alcanzar la independencia se embarca en el difícil camino de organizarse políticamente, dando forma a sus instituciones. Como representante de la Gran Bretaña, tiene acceso a las más altas esferas políticas y sociales, haciendo amistad con Bolívar y Páez, así como otros influyentes personajes y comerciantes de la época. En 1835, es designado como Encargado de Negocios de Gran Bretaña ante la República de Venezuela. Fue, además, un hombre de aguda mirada y dado a la escritura, de allí que su diario es una magnífica radiografía de las costumbres, comportamientos y celebraciones de aquellos tiempos, los que describe con detalles y comenta no sin cierta reserva.

Puerto Cabello es mencionado con frecuencia en sus páginas, aunque no con la profundidad que esperaríamos de una persona que vive tantos años entre nosotros. Sus comentarios no siempre resultan favorables, mucho menos halagadores. En enero de 1828, por ejemplo, al tener noticias del caso del bergantín “Laurel” detenido por un corsario colombiano, llevado a Puerto Cabello y confiscada su carga por ser supuestamente de propiedad española, haciéndose eco de un tal senor J. Ball quien había estado a bordo de aquélla, consigna duros comentarios acerca de la corte marítima en aquel puerto: “Según el relato del señor B. se había recurrido a todo, menos honor y justicia, en la vista de la causa… El dueño del corsario -un comerciante italiano arruinado y uno de los peores tratantes de esclavos existentes- es amigo íntimo del juez, y emborrachando a uno o dos de los marineros y ayudado por la violación de las cartas de la valija pública hallada en el Laurel, logró confiscar más de la mitad de las mercancías que estaban a bordo. De hecho este juicio no difiere en nada de cualquier otro en Colombia, donde el soborno y la falta de virtud o principios morales comunes no dejan lugar más que a actos de la más descarada falta de honradez”. Aconsejaba, entonces, al capitán del bergantín que se hiciera a la mar con la carga que le quedaba,  lo más pronto posible, y no reclamara justicia para no perderla.

Precisamente será por el puerto carabobeño que, luego de dieciséis años de estancia, abandona Venezuela. Llega el sábado 5 de febrero de 1841 a bordo de la goleta “Esperanza”, procedente de La Guaira, siendo objeto de un gran recibimiento por los comerciantes locales y el procónsul Sr. McWhister, en cuya casa se aloja. La velada en honor al visitante, al parecer muy concurrida, también se tornó muy alegre, pues algunos se fueron a casa bastante mareados. Sir Robert no tiene reparos a la hora de juzgar la velada: “Este es un lugar horripilante tanto para beber como para otras irregularidades. La ciudad se ve bastante solitaria y su clima es intensamente caluroso y húmedo”.

Al día siguiente continuó la despedida, esta vez con un almuerzo  en el que el champagne corrió muy copiosamente, al punto de que pronto -apunta en su Diario- pudieron observarse sus efectos, particularmente en el Dr. Litchfield, el cónsul norteamericano. Ya entrada la tarde del domingo aguardaba fondeado el “Roberto Syers”, la embarcación que lo llevaría al viejo continente, así que el ilustre viajero es llevado a bordo en el bote gubernamental, en compañía de una pequeña comitiva. “La verdad -escribe el diplomático cerrando su periplo patrio- es que no han podido ser mayores las grandes atenciones que me han manifestado los venezolanos, desde Caracas hasta esta última prueba de ellas en Puerto Cabello…”.

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@PepeSabatino

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