Monseñor Dr. Salvador Montes de Oca fue obispo de Valencia desde el 20 de mayo de 1927 hasta el dos de enero de 1935. En aquellos tiempos era el Congreso de la República la corporación que designaba una terna que enviaban a la Santa Sede para que escogiera el futuro obispo; siempre se hacía del conocimiento de la Santa Sede de qué lado estaban las preferencias del jefe de Estado. Juan Vicente Gómez al oír la edad del nuevo obispo dijo: «Pero si es un niño…!», pero sin embargo, dejó correr el nombramiento.

Valencia esperaba que el nuevo obispo, sucesor de Monseñor Granadillo fuera un carabobeño. Montes de Oca provenía de lo más acrisolado de la antigua ciudad de Carora, lo que en principio causó cierta molestia; la ciudad desde el mismo momento en que lo conoció, comenzó a quererlo con verdadera simpatía. El Obispo se preocupó desde el principio de su pontificado por las familias de los presos de Gómez. Relata la gran poetisa venezolana Beatriz Mendoza Sagarzazu, hoy señora de Luis Pastori, que el Obispo estaba pendiente de su familia que había quedado como huérfana, pues el padre se encontraba en las mazmorras de Puerto Cabello; lo mismo hacía con otras de las familias que sufrían la horrible dictadura del tirano. Pronto el nuevo obispo se convertiría en un personaje incómodo para el gobierno del dictador. Entre los muchos ejemplos que podemos relatar sobre este apostolado valiente y singular, podemos referirnos a las visitas que hizo a los universitarios presos en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, al final de las cuales hablaba en tono enérgico contra la dictadura, y el día cuando soltaron a los jóvenes presos estaba a la puerta del castillo, y en su automóvil condujo a varios de ellos hasta Valencia, entre ellos se encontraba Andrés Eloy Blanco, quien refirió el suceso en la Asamblea Constituyente de 1947.

Fue muy famoso el caso de Mariño, un señor descendiente del prócer; se le acusó de distribuir propaganda comunista, fue detenido por la policía y llevado a los sótanos de la Casa Páez -sede en aquel momento de la Policía de Valencia-. Allí lo torturaron inmisericordemente, hasta que el preso expiró. La Policía declaró que el señor Mariño se había ahorcado con las trenzas de sus zapatos. El Gobierno mandó el cadáver ya en la urna a la casa de habitación de los familiares con la orden de que nadie registrara el cadáver, para lo cual pusieron guardia permanente. A la medianoche, una de sus hermanas notó que del pecho brotaba sangre, le abrió la camisa, y pudo ver horrorizada que el cadáver tenía el pecho destrozado! Inmediatamente lo comunicó a los demás miembros de la familia y de allí se regó por los cuatro costados de la Plaza Bolívar a toda la ciudad: La Policía había asesinado a Mariño! Al saberlo Monseñor Montes de Oca, ordenó los preparativos para hacerle «exequias de vara alta», así denominaban los entierros solemnes. Al saberlo el secretario general de Gobierno, se comunicó con el Obispo manifestándole que por tratarse de un suicida la Iglesia no podía rendirle entierro cristiano.

Montes de Oca continuó los preparativos, y al día siguiente estaba en las puertas de la Catedral revestido de negro para oficiar las exequias de Mariño, las cuales representaban un desafío abierto al régimen; el pueblo interpretó y se solidarizó con el gesto de su obispo. Comenzó a andar la procesión hasta el cementerio, precedida por los ciriales; los hombres que acompañaban masivamente el triste desfile a cada cierto tiempo se detenían, se agachaban y hacían el gesto de amarrarse las trenzas de los zapatos. Valencia entera protestaba el asesinato de Mariño, señalando al régimen por su responsabilidad en aquel asesinato!

Nuestro inolvidable compañero don Torcuato Manzo Núñez refiere que un día un vendedor ambulante de radios visitó al Obispo, y trataba de hacerle ver las ventajas de tener un radio, el cual lo mantendría informado de las noticias del país y del mundo; Montes de Oca dejó discurrir al vendedor, y para cerrar el diálogo le dijo: «Señor, le agradezco su atención en querer que yo posea un radio; pero es el caso, señor, que allí sólo se puede oír lo que el General Gómez quiera…!».

Uno de los más graves problemas que enfrentó el Obispo fue el de una señora cuyo marido la quiso entregar a un alto personero del gobierno, la condujo engañada hasta la morada del funcionario, y luego de una ligera conversación, le dijo: «Fulana, quédate con el señor, mientras yo voy a una diligencia…» Una vez solos el funcionario y la inocente señora, éste quiso sobrepasarse; la aturdida mujer salió dando gritos y llegó al despacho del Obispo. -«Monseñor, mi marido me quiere entregar a fulano!, yo con mi marido no vuelvo, yo me quedo aquí», y le explicó la terrible circunstancia en que se encontraba. Monseñor la tranquilizó, y la llevó para depositarla en la casa de sus padres. Y no podemos dejar este relato sin hacer mención del problema de la expulsión de Monseñor. Una honorabilísima dama, muy amiga por cierto de mi madre, y a quien yo también tuve el honor de conocer, decidió aceptar por esposo al gobernador de Valencia, quien la cortejaba; el problema surge, pues el funcionario era divorciado. Aquello en aquel tiempo fue algo insólito; el padre de la novia rogó al Obispo, quien era íntimo amigo de la aristocrática familia, para que intercediera ante la muchacha para que rechazara al pretendiente. La muchacha se mantuvo en sus trece y procedió al matrimonio.

Montes de Oca se sintió herido, y escribió una carta en su periódico episcopal en la cual condenaba el matrimonio con divorciados, aprovechando para echarles al general Gómez y a varios de los integrantes del gabinete, quienes mantenían queridas, lo cual no era el caso de la señorita de Valencia.

EL EXILIO

Decidió Montes de Oca llevar su escrito al Diario La Religión, el cual tenía cobertura nacional reducida; la pastoral resultó una bomba. Regresaba Montes de Oca de Caracas, adonde había ido a llevar su escrito, cuando fue detenido en la carretera de Los Teques y embarcado inmediatamente en un vapor que casualmente salía hacia Trinidad. Comenzaba el exilio!

Se había acumulado por parte de la dictadura un deseo de venganza que, para deshacerse del prelado, tomaba como excusa algo nimio. El divorcio estaba consagrado en las leyes venezolanas y éste era el punto sobre el cual atacaba el régimen. El arzobispo de Venezuela, Rincón González, se dirigió a Maracay, a parlamentar con el zorruno general. Éste dijo que él no tenía nada en ese asunto, que el presidente de la República era el doctor González, y que él pensaba que la «carne de cura indigesta» y por lo tanto se mantendría al margen del suceso. Creyó el general engañar a la historia, hoy y ayer todos sabemos quién mandaba. No se movía una paja sin la orden del hombre de La Mulera!

Valencia lloró el destierro del obispo amado, luego se le permitiría regresar, siempre y cuando escribiera enmendándose de lo dicho. Montes de Oca se mantuvo firme, tuvieron los facilitadores que escribir una nota que en definitiva no era una rendición, y fue cuando lo dejaron desembarcar. Valencia, Carabobo entero, se reunió para recibirlo en triunfo y entre aquella inmensidad de gentes tomó el micrófono y dijo: «Como decíamos ayer…!».

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