Es recurrente encontrar en la narrativa carcelaria de Venezuela, el señalamiento de las prisiones de La Rotunda, El castillo de San Carlos, La Isla del Burro, El Dorado, Bajo Seco, y Guasina, como las cárceles de mayor crueldad en la historia del país, por los actos de tortura ahí ocurridos en los distintos periodos políticos. En estas cárceles, fallecieron infinidad de presos; justificados siempre en el letargo de cada época; sin valorar que, estas eran una práctica reglada con referentes históricos, un tanto más viles de los comúnmente conocidos.

En este orden, se ubican los pontones de Puerto Cabello, extrañamente poco mencionados; siendo quizás el sitio de reclusión más atroz de todos, que, paralelo a las bóvedas del castillo de San Felipe, se convirtieron de facto en cárceles, donde fueron a parar primeramente los “prisionero de guerra” durante la lucha independentista; subsistiendo después, por larga data como presidio para los presos políticos, caídos en desgracia, en tiempo de las revueltas civiles del siglo XIX.

El fuerte de San Felipe (1732-1741) fue edificado para proteger los intereses de la corona española en Puerto Cabello. Pero, a partir de las primeras rebeliones independentistas ocurridas a finales del siglo XVIII, se usaron sus bóvedas como prisiones. Casi colindantes esta fortaleza, aparecieron los pontones; fenómeno carcelario, que, si se quiere, tiene un paralelismo histórico, con las cárceles improvisadas en la bahía de Cádiz, donde ocurrida la batalla de Trafalgar (1805) muchos de los prisioneros de guerra de la escuadra naval francesa sufrieron la penalidad del encierro. Cerca de 20 mil hombres fueron hacinados, en los llamados pontones; antiguas embarcaciones preparadas como cárceles flotantes, ancladas en medio de la mar. En los de Puerto Cabello, no existen cifras oficiales de los prisioneros, ni de fallecidos. Para ello, se requiere un estudio más exhaustivo, y analítico en el tiempo.

Construcción

Aparentemente, fue Don Domingo de Monteverde, quien ordenó este modelo de cárceles, tras la capitulación Puerto Cabello, en el mes de junio del fatídico año de 1812, cuando se desplomó la primera República. Este jefe militar asumió jefatura territorial en Venezuela con el cargo de Capitán General, y restableció la autoridad realista, a punta de hierro.

Las autoridades reales practicaron una serie de retaliaciones contra todos aquellos partidarios de la independencia; aun sin, estar totalmente convencidos de su participación en las sediciones ocurridas para el momento.

En dichas actuaciones, llegaron a tener tantos prisioneros por causa de infidencia que las bóvedas no le fueron suficientes, principalmente en la Guaira y Puerto Cabello. Apelaron entonces a una fatal idea; los pontones.

El coronel José de Austria (1857), acota “No fueron bastantes para contener tan considerable número de presos, las bóvedas de las fortalezas de la Guaira y Puerto Cabello, y las cárceles de algunos otros puntos; y como un suplemento de la ignominia y del martirio, se establecieron pontones tan mortíferos como los de la rada de Chatham”[1].

Este modelo de cárceles flotantes, eran improvisadas estructuras. Muchas de ellas obsoletas embarcaciones, que decidieron anclar en la bahía, donde se aglutinaron, haciéndose una especie de cementerio marino, sitio terrible de lamento y tortura. Décadas después, en Europa, los países en guerra socorrieron eventualidades, empleando este peculiar mecanismo de ingeniera en las instalaciones sobre el agua.

Pero, si Monteverde era el ejecutor de tan malvada obra, se mencionan a dos clericós el capuchino Coronil y el Padre Márquez, de consejeros en todas las medidas tomadas por este jefe español, durante ese tiempo.

En lo que concierne a estos personajes de la iglesia católica, de reprochable actitud y reputación, recaerá en cierto modo, toda culpa; considerándoseles “sujetos ineptos, nada dignos de consideración y que solo habían tenido la habilidad á porfía para llenar de luto y desolación las familias, de hermanos los pontones, las bóvedas y cárceles”[2].

Abarrotados los pontones, las victimas de ese infernal encierro, padecían el ahogamiento y calor de tan estrechado espacio, morían por falta de aire, otros fueron trasladados a las prisiones de Veracruz, Isla de Puerto Rico, Cádiz y penal de las Cuatro Torres en La Carraca. A pocos, le connotaron la pena, y escasos, quienes lograron la gran odisea de fugarse.

En los pontones sufrieron penalidades muchos patriotas, contándose entre ellos, prisioneros emblemáticos, Francisco Antonio Rosario y Enrique Manzaneda Salas, Vocales de la Junta Suprema; José Ignacio Briceño Pacheco, Vicario de la Catedral de Trujillo, Presidente de la Junta Suprema de esa provincia; José Manuel González, José Antonio y Juan José Mendoza hermanos del Doctor Cristóbal Mendoza, los clericós trujillanos Fray Ignacio Álvarez y al Pbro. José de la Cruz Mateos.

A esta lista, se anexan quienes lograron por suerte su libertad, y seguir la lucha independentista, Bartolomé Salom, Vicente Pulido, Alférez Rafael Sanz, Miguel Borras, Capitán de fragata José Tomás Machado, Antonio Ignacio Rodríguez Picón Capitán Juan Miguel Manrique, José Francisco Jiménez, y Vicente Michelena conocido periodista avecindado después en Puerto Cabello; evadido durante el traslado a Maracay 1814.

Los fugados

Aun cuando, eran prisiones ubicadas en la bahía, distante de tierra firme, no eran inexpugnables a una fuga, pues entre tantos presos, hacinados, algunos tuvieron el brío de arriesgarse de alguna u otra forma, a morir intentando librase de las cadenas del oprobio; y lo lograron.

Apuntamos unos pocos, de interés, Luis Urra, teniente de Turmero, subalterno del general Francisco de Miranda en los ataques de la Guaira (1811) cayó prisionero Vijirima se fugó de los pontones, a nado; José de la Paz Peraza, capitán, al servicio del Coronel Diego Jalón, logró fugarse en 1813, uniéndose luego a Bolívar, siguió en campaña libertaria, y Domingo Taborda, primer diputado porteño al congreso de 1812.

Este último, merece un apartado por lo significante del hecho, y porque nos da una idea de aquel terrible encierro, y ante qué circunstancias se enfrentaban, los prisioneros que tomaban la decisión de escaparse. Taborda, trazó su plan de fuga, reuniéndose por la noche con otros presos, porque tenía la información de que iban a ser trasladados a Puerto Rico, pero, fue delatado por uno de ellos, llamado José Martín Barrios, razón por la cual, suponemos fue traslado a los pontones. Persistente en su idea, explicaba a los convidados a huir que, “no había más remedio sino el ver como cada uno se escapaba como podía y meterse en un monte hasta que Dios quisiese se tranquilizase, y ver si podían volver a sus casas porque allí quedaban desnudos y sin dinero”. A esto, repuso Taborda, huir de los pontones nadando, “el que no le tuviese miedo a los tiburones, o tratan de ver como se proporcionaba el que se quedase allí una noche el bote del primer pontón en que bien cabían diez, o doce hombres y largarse en él cogiendo cada uno después el rumbo que le acomodase, que el tomaría el suyo sin descubrírselo a nadie, y éste partido debía tomarse antes que se fuese la Fragata, que a él no lo extrañaban de su tierra con esa violencia, y que cuando otros no se fuesen , el solo se largaba aunque fuese a nado.”

El mártir porteño Juan Tinoco

A finales de julio 1813, fue apresado y recluido en los pontones Juan José Tinoco, joven porteño de 15 años de edad, recibió un trato cruel y vergonzoso, sacándole atado, a realizar trabajos públicos, “llevando pipas de agua desde el muelle hasta el castillo y bajando balas de 24, dos cada individuo, a cuestas, hasta el muelle. Hacían dos viajes diarios”[3].

Desgraciado fue su final, porque sitiado Puerto Cabello, por fuerzas patriotas, y ahorcado en sus baterías a unos pocos prisioneros españoles, el jefe realista de la plaza, el represaría hizo lo mismo con los que estaban presos en los pontones. Una de esas víctimas, fue precisamente Juan José Tinoco que, ostentaba el grado de subteniente de artillería.

El padecimiento bajo el presidio de los pontones

Cuando se revisa historia carcelaria en Venezuela, no tiene comparación; las atrocidades padecidas por los prisioneros en los pontones. Era un lugar de tormento y calamidad continuada, así lo describen en sus memorias, quienes tuvieron la suerte de salir con vida.

Son infinitos los testimonios, cada uno tiene por si solo una añadidura que no deja de sorprender, el padecimiento de aquellos infortunados prisioneros, encerrados con los grillos, bajo un calor insoportable, amontonados, con hambre, sin poder acostarse, sino uno después de otro, rotándose. Además, de ese sufrimiento, tenían que hacer sus necesidades en el mismo lugar, y vivir bajo el temor de ser atacado por algún animal. Muchos se contagiaron de fiebre pútrida, y permanecieron días junto a los cadáveres de quienes no soportaron tanto martirio. En algunas de las celdas, los presos quedaban con agua al cuerpo, y eran expuestos como paredes humanas para evitar el ataque del enemigo.

El Secretario de Estado que acompaño a Bolívar en su gobierno, Antonio Muñoz Tébar, desde San Mateo, manifestó el 24 de febrero de 1814, “desde el primer asedio de Puerto Cabello los españoles exponen inevitablemente a nuestros fuegos á los prisioneros de los pontones, esas antiguas víctimas del engaño cerca de dos años arrastrando las cadenas o feneciendo por la falta de alimento ó por fatigas penosísimas”[4].

En ese tiempo, nos comenta Pérez, G. (1992) que, los realistas también usaron los pontones “clavando en ellos cañones y arrastrándolos después a la boca del puerto; de esa forma cumplían función de baterías flotantes. Otras, porque la simple presencia en el apostadero de algo que se pareciese a un barco amedrentaba a los insurgentes”[5]

El relato dejado para la posteridad, por quien llegó a ser Vicario General de Barinas en los primeros días de la independencia; fiel servidor del rey, enemigo de Miranda, y, sin embargo, los ejecutores de Monteverde, considerándolo comprometido con los insurgentes, lo arrestaron.

“Fui arrancado súbitamente de Barinas colocado en un macho cuyas ovejas exhalaban un olor pestilente, maniatado con esposas llevado y tratado como un animal hasta Puerto Cabello donde me soterraron en una bóveda con un par de grillos. Después fui trasladado a uno de los pontones que por nombre tenía el de Dolores, muy conforme a los que se padecen en aquel lugar de miseria”.

El mismo José Francisco Heredia, oidor decano y administrador de justicia entre 1812 y 1817, plasmó en sus memorias, la situación de los detenidos en Puerto Cabello, exponiendo una serie de pormenores como los siguiente:

“De los otros presos perecieron como sesenta, que por falta de aire vital se sofocaron una noche en el estrecho calabozo de la media luna, donde fue necesario ponerlos con otros diez o doce más, cuando los sitiadores amagaban ataques nocturnos por la bahía. Como a media noche oyó la guardia más inmediata ruido en el calabozo, y que unos vitoreaban la América, otros clamaban la Virgen del Carmen, y otros cantaban o pedían misericordia, siguiéndose dentro de pocos momentos un profundo silencio. Cuando abrieron la puerta los encontraron a todos tendidos agolpados hacia ella, y que solamente daban señales de vida los más inmediatos, que podían respirar en el corto espacio a que alcanzaba el poco aire nuevo que podía entrar por el agujero de la llave y las hendiduras de las puertas”[6].

Estos episodios, eran el reflejo de una penosa guerra, tan fratricida que, aunque en otras épocas, el país escogió nuevamente el camino de la violencia, no alcanzaron a enumerarse tantas barbaries, como la de esta época. Por eso, el mismísimo Simón Bolívar, en su proclama a los merideños, fechada en Mérida el 8 de junio de 1813, desahoga toda su ira.

“Los verdugos que se titulan nuestros enemigos han violado el sagrado derecho de gentes y de las naciones en Quito, La Paz, México, Caracas y recientemente en Popayán. Ellos sacrificaron en sus mazmorras a nuestros virtuosos hermanos en las ciudades de Quito y La Paz. Degollaron a millares de nuestros prisioneros en México; sepultaron vivos en las bóvedas y pontones de Puerto Cabello y de La Guaira a nuestros padres, hijos y amigos de Venezuela; han inmolado al presidente y comandante de Popayán con todos sus compañeros de infortunios; y últimamente, ¡oh Dios!, casi a presencia de nosotros han hecho una espantosa carnicería en Barinas de nuestros prisioneros de guerra y de nuestros pacíficos compatriotas de aquella capital. . . Mas estas víctimas serán vengadas, estos verdugos serán exterminados.

Nuestra vindicta será igual a la ferocidad española. Nuestra bondad se agotó ya, y puesto que nuestros opresores nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desaparecerán de América, y nuestra tierra será purgada de los monstruos que la infestan. Nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte”[7].

No tardó el Libertador simón Bolívar, en vengarse, y menciona a los pontones de nuevo como un punto neurálgico, cuando justificó sus acciones ante Juan Jurado, desde el cuartel general Campo de Techo, Colombia 14 diciembre de 1814. Para entonces, Domingo Monteverde había encerrado en los pontones y en bóvedas á todos los patriotas de Puerto Cabello y luego pasados por las armas, el Libertador hizo lo mismo.

El combate en los pontones previo a la toma de Puerto Cabello del 8 de noviembre de 1823

Prácticamente, un año antes de la toma del 8 de noviembre, el ejército patriota había tomado posiciones de considerable importancia durante el sitio establecido a Puerto Cabello; después de la victoria alcanzada en la sabana de Carabobo (Santa Lucia, Paso Real, San Esteban y El vigia). Ante esta eventualidad, tuvo el general Miguel de la Torre enfrentar una acción de armas; en los pontones del nordeste de la plaza.

El 9 de julio de 1822, el general Páez, amagó la línea exterior de la plaza, dirigiendo simultáneamente su principal embestida por la parte de la ensenada. Según, el propio de la Torre (1847) la estrategia consistió:

“en tomar al abordaje los pontones artillados que en el interior de ella contenían todo proyecto hostil contra la plaza, cuyos pontones estaban equipados por individuos de mar, la compañía de Borburata y los empleados del resguardo”[8].

Verificada esta acción sobre los pontones, demuestra que el general Páez, pretendió en todo momento sorprender al enemigo para tomar la plaza.  De acuerdo, a las mismas aseveraciones del general realista, los sitiadores, con “cuatro botes armados llegaron, a pesar de la vigilancia, hasta el costado de dichos buques, protegidos por la oscuridad y por los manglares que encubrían sus movimientos; pero a pesar de esta sorpresa fueron rechazados con gran pérdida, y nosotros la tuvimos de tres muertos é igual número de heridos, contándose entre los primeros al comandante Nebrija”[9].

Pero, surge una interinamente al respeto ¿cómo es que un año después asaltaron la plaza, prácticamente por el lugar que se creía infranqueable, cuando un año antes, ya el ejército patriota lo había intentado? El lugar se conocía, ambas fuerzas militares, lo tenían presente.

El suplicio continuado

Pese a las delaciones de las principales figuras de la independencia, Simón Bolívar y José Antonio Páez, una vez, lograda la emancipación; los pontones, permanecieron como método de reclusión. El mismísimo Pedro Carujo, estuvo encerrado en este lugar, y un sinfín de desafectos al centauro del llano, cuando presidió la República, igualmente durante la Guerra Federal, apresaron a más de un liberal. Con Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco al frente de la primera magistratura nacional, sucedió lo mismo, y así hasta Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez.

Elvis López: Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo

ELOPEZ_77@hotmail.com

[1] De Austria José. Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela en la Guerra de su Independencia. Tomo I, Valencia, Imprenta del Coronel Juan D’Sola. 1857.

[2] Felipe Larrazábal, ‎Rufino Blanco-Fombona · 1918 Vida del libertador Simón Bolívar – Volumen 28 – Página 187

[3] Heredia, J. Memorias del Regente Heredia. Editorial América, 1916. Pag.184

[4] C. Antonio Muños. Tébar Manifiesto que hace el Secretario de Estado por orden de El Libertador de Venezuela. P.10 caracas imprenta Juan Balillio

[5] Pérez, Turrado Gaspar 1992 La marina española en la independencia de Costa Firme. Pg. 186.

[6] Heredia, José. Memorias sobre Las Revoluciones de Venezuela (1812-1817). Pg. 302

[7] Bolívar Simón. Cuartel General de Mérida, junio 8 de 1813. Escritos del libertador Volúmenes 3-4 1964.

[8] De la Torre, Miguel. Recuerdos sobre la Campaña de Costa Firme. (1847)

[9] Ídem.

 

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