Una revisión somera de las conferencias, artículos y, en general, publicaciones alusivas al bicentenario de la Batalla Naval del Lago, vuelve a colocar sobre el tapete la trillada discusión sobre dónde se selló la independencia patria, esto es, si en Carabobo o en el Lago de Maracaibo. Expresiones como que en el lago “se alcanzó la independencia definitiva”, o tuvo lugar la “última gran batalla de la independencia”, o que allí se hizo la “Capitulación formal”; incluso, que el triunfo en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo contra España, permitió “sellar la independencia de Colombia e Hispanoamérica” –tal y como pudimos leerlo en la prensa del hermano país y escucharlo en boca del comandante de la Armada Colombiana- a pesar de ser todas respetadas opiniones, no hacen otra cosa que reflejar una lectura parcial de la historia.

No vamos a incurrir en el mismo error quebrando lanzas por uno u otro episodio. Preferimos, más bien, insistir en la idea de que la independencia de Venezuela fue un tortuoso proceso que comenzó con el triunfo de Carabobo en junio de 1821 (Aunque otros calificados historiadores ubican ese comienzo en la celebración del Tratado de Trujillo), se consolida con la victoria naval del lago en julio de 1823, y concluye con la toma de Puerto Cabello en noviembre de ese mismo año. En otras palabras, se trata de eventos singulares, consecuencia los unos de los otros, pero, en todo caso, complementarios. Pretender insistir en el predominio de uno sobre el otro, además de chocante y condicionado por visiones centralistas y regionalistas, es negarle a cada uno de ellos su peso específico y el respeto a sus protagonistas.

No se crea, sin embargo, que la discusión es de reciente data. En mayo de 1922, en las páginas del diario porteño El Estandarte, el historiador marabino Carlos Medina Chirinos publica su trabajo “La Batalla de Carabobo no selló la Independencia de Venezuela” insistiendo, lógicamente, en que fue la batalla naval de Maracaibo la que puso punto final a la independencia de la Gran Colombia. La publicación, por cierto, dará lugar a una airada polémica con el historiador porteño don Luis Alfredo Colomine, quien hace críticas al trabajo y arremete contra Padilla. En abono de su tesis y empeño de restarle importancia al sitio y toma de Puerto Cabello, Medina Chirinos afirmaba que “Calzada en Puerto Cabello, con solo 900 hombres, no era, ni más ni menos, sino un pudoroso soldado fuera de la ley, limitado su poderío a la jurisdicción de sus reductos; con la salida al mar cortada ahora por fuerzas republicanas; un terrible y permanente asedio por tierra; su pequeña guarnición enferma y hambreada; aislado y abandonado de la Península en un recodo de los océanos indios”. Argumentaba, además, que Sebastián de la Calzada estaba fuera de la ley, pues en la capitulación de Morales se había hecho entrega de la plaza de Maracaibo, la fortaleza de San Carlos y todo el territorio ocupado por las tropas dependientes del ejercito español, de allí que afirme que “Calzada estaba fuera del derecho de las naciones, y ya no se atacaban a los defensores de Puerto Cabello como a Ejército español, sino como autoridad completamente aislada, arbitraria y sin dependencia”. El historiador marabino no da cuartel en su argumentación, y concluye diciendo: “si se persiste en que fué Puerto Cabello el Sello de la Independencia de la Gran Colombia, entonces tendrían que convenir los sordos en historia en la siguiente descomposición de la historia continental: que la Batalla de Boyacá -7 de agosto de 1819- no selló la Independencia de Nueva Granada, sino la toma de Cartagena efectuada el 24 de junio de 1822; o sea a los 3 años después…”.

Sin importar el empeño de algunos en restarle méritos, es indiscutible que la Toma de Puerto Cabello, ocurrida aquel 8 de noviembre de 1823, tiene un peso específico que obliga a su debido estudio y difusión, especialmente, próximo como estamos a celebrar su bicentenario. No hay necesidad de elaborar mayores argumentaciones para ello, solo basta con echar un vistazo a los testimonios de los protagonistas y la valoración que del episodio hicieran. Así, el coronel en jefe George Woodberry, en el Boletín del Ejército Sitiador fechado el 12 de noviembre, señala: “El Departamento de Venezuela se halla tranquilo con un egército aguerrido y afortunado, y S.E. el General en Jefe, á quien se debe esta suerte feliz, habiendo llenado las intenciones del Gobierno, cuando depositó en sus manos el mando de estas provincias, concluyendo la guerra que por trece años habías asolado este hermoso y desgraciado país, ha llenado sus deseos y cumplido lo que tantas veces había prometido”. El 17 de noviembre de 1823, el Intendente del Departamento de Venezuela, general de división Francisco Rodríguez del Toro escribe a sus compatriotas: “Congratulaos, compatriotas, por el término feliz de la guerra en este Departamento [Venezuela], y tributemos eterna gratitud á los bravos defensores de la patria, que han sellado su gloria en esta memorable jornada”, mientras que desde Maracaibo, con fecha 20 de noviembre, el general Santiago Mariño escribe a Santander: “… tener la satisfacción de congratularme con Ud. por la terminación de la guerra en Colombia a consecuencia de la rendición de Puerto Cabello y por los beneficios que este feliz suceso reportará a la patria”.

Y cuando la noticia del triunfo republicado es conocida en Bogotá, el 9 de diciembre, Francisco de Paula Santander, en su condición de vicepresidente de la República  de Colombia, en sentida Proclama a los Pueblos de la República, manifiesta: “¡Colombianos! Os presento á vuestra patria absolutamente libre de los enemigos que con tanto esfuerzo han pretendido contrariar los decretos eternos. El pabellón castellano que flameaba en Puerto-Cabello ha sido despedazado por las valerosas tropas de la República, y en su lugar se enarboló la bandera tricolor. No hay ya enemigos contra quienes combatir: Colombia está integrada en su territorio, y el código del bien y de la igualdad protege á cuantos habitan la Patria de Bolívar”. Al día siguiente, Santander escribía una carta al Libertador, entonces en el Perú, informándole: “Tengo la satisfacción de Informar a Usted que la República de Colombia está absolutamente libre de sus antiguos opresores”.  No en balde leemos en Blanco y Azpurúa (Tomo IX) que “se puede asegurar que la Toma de Puerto Cabello es uno de los acontecimientos de más importancia para la República de Colombia, bajo cualquier aspecto que se le considere: la que pone por ahora el sello a la guerra de trece años, con que esta parte del Nuevo Mundo ha dado un testimonio de cuanto es capaz de hacer para sostener su independencia y libertad”.

Se trata de unos pocos testimonios, pero muy importantes, que ponen de relieve lo que el asalto al último bastión de Castilla significaba para la naciente república, haciendo de Carabobo tierra de libertad y en donde tiene fin el dominio español en suelo colombiano. Desde la Academia de Historia del Estado Carabobo hemos venido haciendo nuestros mejores esfuerzos para la debida valoración de la Toma de Puerto Cabello, entendiéndola como el episodio final de ese tortuoso proceso que significó la independencia, y no simplemente como un apéndice de la Batalla Naval del Lago.

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@PepeSabatino