En muchos países la celebración de su independencia constituye un rito cívico de relevancia en la vida social y cultural. Tuve la oportunidad de presenciar fiestas de la independencia en México en 2011 y en Guatemala en 2012. En ambos casos me sorprendió la emoción nacionalista con la que la población participaba en los actos previstos. En Guatemala observé y sobre todo escuché los disciplinados ensayos para los desfiles escolares al son de bandas de guerra. En México, en el zócalo de Guadalajara, tuve la oportunidad de oír el llamado “Grito de Independencia” a cargo del gobernador del estado de Jalisco. En esa oportunidad, amigos mexicanos, en distintos lugares de su país, me refirieron que habían celebrado con igual emoción la festividad como en años precedentes, sin olvidar las menciones a platillos que suelen prepararse para ese día (entre ellos, los famosos chiles en nogada con los colores de la bandera mexicana).

Me agradó el carácter popular que percibía en aquellas celebraciones, pese a los estudios que había leído sobre su uso político. Recordaba, por contraste, el marcado tinte militarista que en Venezuela tienen las celebraciones patrias centradas en desfiles militares, muchas veces encubiertas con el mote de “cívico-militar”. Gobiernos dictatoriales y autoritarios, cada uno con las posibilidades y recursos del momento, las han utilizado para legitimarse y afinar e incrementar la propaganda político-partidista e ideológica, poniendo las fiestas nacionales a su servicio mediante la manipulación axiológica y mediática. Recordemos la celebración del centenario del Libertador en 1883 organizada por Antonio Guzmán Blanco o la celebración del centenario de la Batalla de Carabobo por el gobierno del general Juan Vicente Gómez en 1921. Más tarde, en 1953 esas celebraciones militaristas se exacerbarían con la llamada “Semana de la Patria” que concluía el 5 de Julio. Celebraciones denominadas de la misma forma también se hicieron, por ejemplo, en Colombia y Nicaragua, país cuya Asamblea Nacional en 1957 las reguló mediante un reglamento ad hoc (http://legislacion.asamblea.gob.ni/Normaweb.nsf/0/90A1191EC3CAAC50062572C9007C70F2?OpenDocument). Los desfiles militares continuaron en Venezuela durante los gobiernos democráticos del Pacto de Punto Fijo y, si bien una lectura mostraría la subordinación del poder militar al poder civil, también patentizan casi como amenaza interna qué sector de la sociedad tiene, en custodia pero bajo su arbitrio, las armas de la República.

El visible carácter militar de las Semanas de la Patria coincidió con la exaltación nacionalista del régimen perezjimenista en la década de 1950, la construcción del monumento a los próceres de la Independencia y los desfiles militares. Resulta interesante compararlas con las Semanas de Estudios Bolivarianos, instituidas mediante el decreto 542 por el presidente Rafael Caldera en 1971 (http://www.efemeridesvenezolanas.com/sec/his/id/197/?show=1). El estudio del pensamiento de Bolívar, que luego sería enfatizado por la llamada Cátedra Bolivariana como materia obligatoria en los planes de estudio, también sirvió para propiciar el funcionamiento de las Sociedades Bolivarianas Estudiantiles. Estas agrupaciones tenían un carácter civilista y académico diferente a la exaltación de los usos militares tal como ocurre con los desfiles, especialmente los del 24 de Junio, Día de la Batalla de Carabobo y también Día del Ejército, y los del 5 de Julio, Día de la Independencia. Desde el punto de vista militarista, nacionalismo y militarismo serían sinónimos relativos o, al menos, estarían imbricados, entre otras racionalizaciones para favorecer la defensa de la soberanía y la integridad territorial. La propensión a los desfiles militares evidencia además un simbolismo social asociado al poder y su ejercicio que merece mayor reflexión para entendernos como Estado nacional.

Las diferencias entre “Semanas de la Patria” y “Semanas de Estudios Bolivarianos” muestran la tensión entre militarismo y civilismo que en gran parte de América Latina, en especial en Venezuela, subyace a la vida política y a la praxis republicana. Ahora bien, la exaltación de lo militar no solo continuó durante el régimen chavista sino que se acrecentó y ha llegado a límites inimaginables en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX. Se le ha añadido, empero, lo “popular” como elemento disociado a su vez del “nacionalismo”. Así la díada nacionalismo-militarismo ha pasado a ser una tríada, cuyos elementos se pueden expresar como pueblo-identidad nacional-fuerzas armadas. De estas últimas surgiría en cualquier momento, pasado o presente, el caudillo que, supuestamente, interpreta la identidad como una expresión popular.

Esas categorías son construcciones ideológicas a partir de presupuestos o prejuicios, intenciones políticas y sesgos teóricos. En esa amalgama de ideas, la pretendida vocación o predestinación del caudillo constituye una legitimación. Resulta imperativo distinguir claramente entre un hecho o fenómeno histórico, su valoración posterior y el uso conmemorativo que puede servir para derivar justificaciones y legitimaciones. Así, pues, Independencia y Día de la Independencia poseen significados distintos, a pesar de la misma motivación fáctica: la separación del imperio español y la creación de la República.

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