Felipe Tejera nació en Caracas el 25 de mayo de 1846 y murió en la misma ciudad el 10 de julio de 1924. Fue miembro fundador de la Academia Venezolana, correspondiente de la Real Española, hoy Academia Venezolana de la Lengua, y de la Academia Nacional de la Historia, cuya dirección ejerció desde 1914, hasta su muerte. Su libro Perfiles venezolanos quizá sea el más famoso de todos los suyos y el que más renombre le ha dado.

También escribió un libro escolar, el Manual de historia de Venezuela para el uso de las escuelas y colegios Este libro fue prohibido en algunos momentos por las apreciaciones sobre el Decreto de Guerra a Muerte, emitido por Bolívar. Tejera se valió de la consulta de varios autores, mencionados explícitamente en una de las páginas iniciales no numeradas: Oviedo, Montenegro, Baralt y Díaz, Bello, Restrepo, Larrazábal, Páez, Juan Vicente González y César Cantú.

Tejera fabrica una imagen gloriosa de Guaicaipuro que se distingue en el conjunto de los manuales escolares de historia en Venezuela en el siglo XIX. Uno de los primeros rasgos de esa imagen es la visión del cacique como un jefe poderoso, lo cual es compartida por otros autores y el rasgo más difundido del cacique:

A las minas fué Juan Rodríguez Suárez con dos hijos pequeñuelos; mas para su desgracia velaba en acecho Guaicaipuro, terrible señor de los Teques, y como lo vió alejado de ellas, cayó una noche de sobresalto, mató los mineros y también á los niños (Tejera 1883: 19) (negritas añadidas).

El sentido de “terrible” allí está relacionado semánticamente con imponente, formidable y grandioso, además de temible. Esto último también se puede documentar en el párrafo 14, citado más abajo. Otro rasgo de Guaicaipuro resaltado por Tejera, y estrechamente relacionado con el anterior, es el de guerrero y estratega:

10 Llamaron seriamente la atencion de Guaicaipuro los progresos de la nueva ciudad [de Santiago de León de Caracas], y con objeto de destruirla, concretó una gran conjuración de caciques.

11 Sobre ella [Santiago de León de Caracas] debia caer por asalto un ejército de 10.000 indios (1568); pero malas inteligencias malograron la conjuracion, y acobardado Lozada, resolvió asesinar á Guaicaipuro, encargando del hecho á un tal Francisco Infante.

12 Era de noche, Guaicaipuro, con 22 de los suyos, reposaba tranquilo en su choza á la falda de empinado monte. Súbito el estampido de las armas resuena en derredor; una muralla de bayonetas le rodea, está al frente de 100 forajidos, ¿qué hacer?

13 En su mano brilla el estoque que habia sido de Juan Rodríguez [Suárez]; la cólera del salvaje sombrea su semblante; ruje como el toro que se prepara á embestir y parte luego como él; hiere, mata, destroza y vuelve á ocupar su puesto.

14 Es el tigre que lucha con una jauría; mas el contrario acobardado pone fuego á la choza. Entónces del fondo de las llamas sale de nuevo Guaicaipuro poderoso y terrible como el incendio, mas, traspasado de heridas, invocando la cólera de sus dioses, cae y exhala con gran clamor el espíritu. Los ecos repitieron su gemido como el último adios del genio de la América que se despedía para siempre. A su lado murieron sus 22 compañeros (Tejera 1875: 20-21) (negritas añadidas).

Se puede observar la insistencia en la cobardía de los españoles (“acobardado Lozada”, “el contrario acobardado”). También es evidente la contraposición entre Guaicaipuro (“toro”, “tigre”, que son animales tenidos como símbolos de poder) y los españoles (“forajidos”, “jauría”). La caracterización de estos últimos remite a masa, poco brillo y maldad. Guaicaipuro es llamado “el genio de la América”. Esta frase debe ser interpretada no literalmente, en el sentido de que Guaicaipuro es el único “genio de la América”, sino como símbolo de la más auténtica especificidad, índole o naturaleza, americana, representada por las sociedades y culturas indias de las cuales Guaicaipuro, según la visión de Tejera, sería su último representante. Esta interpretación se apoya en el hecho de que “se despedía para siempre”, es decir, que la resistencia indígena a los conquistadores, una vez sometidos los imperios mesoamericano y andino, se quebrantaba.

En síntesis, Guaicaipuro, en la imagen de Tejera, queda visto como la personificación de las siguientes virtudes republicanas:

El valor, la constancia, el patriotismo: he aquí las principales dotes del cacique Guaicaipuro (Tejera 1875: 19) (negritas añadidas).

El valor y la constancia son virtudes universales; sin embargo, el concepto de “patriotismo” es discutible. Aunque la idea de “patria” se puede aplicar, en cierto sentido, a los pueblos indígenas, el uso que se le daba en el siglo XIX, y que parece ser el utilizado por Tejera, resulta anacrónico para aplicárselo a Guaicaipuro. Sin embargo, la importancia de esta calificación reside en el intento de trazar los orígenes del “patriotismo”, que sustentaría la independencia y la creación de la nueva república, en los antecedentes que representan las luchas indígenas.

Como un tributo al centenario de Bolívar, en 1883, Tejera publica “La Boliviada”. Se trata de un poema épico de unas 150 páginas, estructurado en doce cantos. Constituye una alegoría centrada en la Batalla de Carabobo. Aparecen personajes míticos y reales, entre ellos el Inca Huaina-Cápac (influencia, tal vez, de José Joaquín de Olmedo).

Un rasgo interesante de este largo poema es la aparición de un indio, genérico e idealizado, que es el portavoz de la angustia por la dominación española y del regocijo por su liberación. Este indio increpa a Guaicaipuro:

Oh invicto Guacaipuro,

De arreboladas plumas[/18]

Suelto el penacho que en tu frente brilla

[…]

¿Dónde silba tu flecha; tu arco dónde

A los ciervos persigue? En los collados

De las nieblas presides la tormenta,

O en sitios olvidados

Fugitiva tu imagen se presenta?

¿Moras el bosque umbrío

De verdes saucedales,

O allá en la orilla de ignorado río

Lloras tu desamor y la presente

Inhumana orfandad de la india gente?

¿Dónde estás, Guacaipuro, dime: dónde?

Sólo el torrente á mi clamor responde,

Y el suspiro del viento entre las cañas,

Y el eterno llorar de las montañas.[/19]

¿Será tu vengadora,

Pálida sombra que en hondo cauce

La rama imita de marchito sauce?

[…]

¿Quién pudo nuestra gloria

Disipar como sueño! Cuál impía

Mano borró nuestra sagrada historia

tornó tanta luz noche sombría

(Tejera 1883: 17-19, negritas añadidas).

La introducción de Guaicaipuro en este poema de Tejera ya reviste un carácter claramente simbólico: los indios constituyen el barro primero, la argamasa de la Patria y Guaicaipuro es su esencia más prístina. Guaicaipuro es presentado como la culminación de la gloria aborigen:

Y tú, cuyo rugido

De ira y dolor lleno

Tú, señor de los Teques, Guacaipuro,

Presa infeliz del español perjuro

(Tejera 1883: 76)

El indio termina su canto con las siguientes reflexiones que ratifican el alto sitial de Guaicaipuro y reivindican para los indios los triunfos de la libertad, tras las guerras de independencia:

¡Poderoso eras tú, como el oscuro

Cóndor gigante de potentes alas

Que las cimas del Ande señorea;

Mas ya descansa en las zafíreas salas

Del gran Pachacamac ¡oh Guacaipuro!

Y eterno el sueño de tu gloria sea!

Ya puede el Indio que miró sus lares

Presa de gente extraña,

Hallar tranquila tumba y sus pesares

Olvidado cantar en la montaña

(Tejera 1883: 110, negritas añadidas).

La independencia, según la visión del poeta, hace justicia al indio y le devuelve lo usurpado por los conquistadores españoles. El indio es otra vez digno por ser libre, según la ideología propagada para justificar la independencia y el Estado nacional:

Así al ritmo de gaita melodiosa

Que en los serenos ámbitos desmaya,

Dulce, á la sombra de una palma airosa,

El indio, libre, su cantar ensaya.

Y en las doradas nubes asomados

Con rostro ledo y puro,

Los héroes por la muerte sublimados

Al inmortal seguro,

Se ven cruzar por la región serena

Al puro lampo de la luna llena

[…]

Y del ocaso en el confín distante,

Hacia el revuelto mar se precipita

Del fiero Boves la legión maldita

Como lúgubre enjambre de lucernas,

Que vuelan á caer con sesgo giro

Del infernal retiro

En las mansiones lóbregas y eternas

(Tejera 1883: 110, negritas añadidas)

Ha sido la sangre de los héroes indígenas la primera en regar los campos de la Patria, según la visión del poeta. Es barro indio el origen del nuevo estado, de la “nación” venezolana. Encontramos en Tejera una clara heroificación de Guaicaipuro.

Referencias

Diccionario de historia de Venezuela. 1997. Caracas: Fundación Polar (4 volúmenes) (2ª ed.).

Tejera, Felipe. 1875. Manual de historia de Venezuela para el uso de las escuelas y colegios. Caracas: Imprenta Federal.

Tejera, Felipe. 1883. La boliviada. Poema épico en doce cantos. Caracas: Imprenta Sanz.

Horacio Biord

hbiordrcl@gmail.com

 

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