Como otras veces en la Historia, a falta de indagación, el imaginario colectivo acaba por imponerse como interpretación de la realidad. El mito ha sido muchas veces contraponer el   buen vasallo al mal señor. Este imaginario se coló también en la relación entre Felipe II y su medio hermano, don Juan de Austria. Frente al rey severo de la leyenda negra hispánica, quedó contrapuesta la figura del vencedor de Lepanto —7 de octubre de 1571— como modelo de caballero renacentista. Pero lo cierto, lo que la investigación deja ver es algo distinto, un don Juan convertido en un personaje políticamente incómodo, que, en algún momento, devino en una sentida amenaza para él, así como la de un personaje de pocas virtudes, lastrado por ambiciones desmedidas.

Don Juan de Austria (Ratisbona, Alemania, 1547 – Namur, Países Bajos, 1578), bautizado como Jerónimo, fue resultado de los amoríos del emperador Carlos V con Bárbara Blomberg, una chica alemana de 19 años —bella y con dotes para el canto—, de baja alcurnia y lo peor: de dudosa reputación. En todo caso, capaz de despertar pasiones en el emperador, entonces viudo y de 46 años.

Hay constancia de que Carlos V tomó decisiones sobre la crianza y cuidados del niño desde 1550, por medio de su mayordomo, don Luis Méndez de Quijada. Hombre de su confianza y un servidor del César en distintas campañas militares (norte de África, Flandes, Alemania y Francia). Así sabemos que el niño estuvo en Leganés, cerca de Madrid, y que en 1554 pasó a vivir con la familia de Luis de Quijada en Valladolid. Para estar luego en Cuacos de Yuste, poblado de la provincia de Cáceres, Extremadura, cerca del monasterio de Yuste donde Carlos se internó sus dos últimos años de vida (1556-1558), tras su abdicación a la Corona. Se sabe que en 1558 el emperador mando llamar el niño, que fue objeto de presentación a su padre, en compañía del fiel mayordomo.

Felipe II supo que tenía un hermano natural, llamado Juan, cuando abrió la cláusula sellada del testamento paterno, lo que ocurrió a su vuelta de los Países Bajos (españoles) en 1559, al año siguiente del fallecimiento de su padre el emperador. Felipe reveló al adolescente su origen, lo nombró caballero de la orden del Toisón de Oro y mandó que fuese integrado a la familia real con casa, título y rentas dignas de un Infante. A los 18 años, el anhelo de gloria indujo a don Juan a desobedecer al rey, al dirigirse a Barcelona deseoso de sumarse a la expedición que pretendía socorrer a la isla de Malta bajo el asedio otomano. Pero al llegar ya la flota había partido. El rey Felipe perdonó los «hechos temerarios» de su joven hermano.

Don Juan estudió en Alcalá de Henares, pero no la carrera eclesiástica prevista por el emperador. Y lo hizo acompañado de dos sobrinos mayores: el príncipe Carlos (hijo de Felipe II) y Alejandro Farnesio, hijo de Margarita de Parma, otra hija ilegítima del emperador. Felipe, al saber esto, lo nombró Capitán General de la Mar. Y como lo haría otras veces lo rodeó de consejeros de excelencia, como el almirante Álvaro de Bazán y el vicealmirante Luis de Requesens. En adelante, su educación consistió en una intensa preparación militar. En 1568, a sus 21 años, Juan estaba al frente de una escuadra para combatir los piratas berberiscos en el Mediterráneo. En la navidad de ese mismo año estalla la rebelión de los moriscos —cristianos nominales de origen musulmán— del reino de Granada. Un conflicto largo y cruento conocido como la rebelión de los Alpujarras que duró entre 1568 y 1570.

A fines de este año don Juan había logrado pacificar Güejar y poner sitio a Galera. Entonces ordenó el asalto general con uso de la artillería y minas, entrando luego ferozmente en la villa, matando hombres y mujeres, niños y ancianos para luego asolarla, sembrándola de sal. Mientras esto ocurría, el rey Felipe iba depositando su confianza en su medio hermano. Esto, por oposición a lo que sentía por su propio hijo, don Carlos (1545-1568), el heredero, quien, a causa de problemas físicos y psicológicos desarrolló una conducta rebelde y sádica, rayana en la traición a su padre. Lo que fue advertido por don Juan, haciéndole saber al rey de los contactos del príncipe con rebeldes de Flandes, quienes le ofrecían reconocerle como su soberano. El príncipe fue detenido y recluido en el Alcázar de Madrid, donde moriría seis meses después, el 29 de julio de 1568. Algo que abonó un tanto más a la leyenda negra de Felipe II, a quien, por muchos años, se consideró como su victimario.

Los éxitos militares de don Juan y el decidido apoyo de Felipe le ayudarían a obtener el mando supremo de la flota de guerra, la Liga Santa, que organizarían los Estados católicos de España, las Repúblicas de Venecia y Génova, los Estados Pontificios, la Orden de Malta y el Ducado de Saboya en 1570 para contener la expansión del Imperio turco otomano sobre el Mediterráneo Occidental. Don Juan de Austria, contra el criterio de sus asesores, no esperó por la flota turca sino que se adelantó, entrando en el golfo de Lepanto donde atracaba la flota otomana. La batalla de Lepanto —el 7 de octubre de 1571— fue la mayor batalla naval de la historia moderna. El sultán Selim II, cuando supo que la flota cristiana iba a Grecia, escribió a su almirante Alí Pacha: «Os ordeno que ataquéis la flota de los infieles, confiando plenamente en Dios y en su Profeta».

Fueron más de 400 galeras y casi 200.000 hombres los que entraron en lucha, en la que se hizo valer el poder de la artillería europea. Esto puso fin a la amenaza religiosa y militar que se cernía entonces sobre la Europa occidental. La actuación de don Juan se consideró decisiva para la victoria, por su firme determinación y valentía en este tipo de batallas que, aunque de corte naval, requerían el abordaje y la lucha cuerpo a cuerpo. Así lo señalan historiadores como Braudel y el testimonio de algunos presentes como Miguel de Cervantes. Este, un soldado bisoño, recibió allí dos heridas: una en el pecho y la otra en la mano izquierda, que le quedaría inútil, y por la que se le llamó «el Manco de Lepanto».

La victoria de Lepanto hizo de don Juan un héroe en toda Europa. Al tiempo que reforzó su principal ambición: un trono propio. Entre otras cosas, porque quería que se le llamase «Alteza o Príncipe», petición que había elevado al rey. Y que había usado indebidamente, según unas observaciones de Felipe II en las que se le conmina a suspender «el trato abusivo de Alteza o Príncipe» —fechadas a 26 de junio de 1571—, antes de la victoria de Lepanto. Poco después, pediría permiso para la conquista de Túnez, lo que logró en 1573, pero que, aun así, Felipe no admitió como razón para declararlo rey. El propio papa Gregorio XI —que aprobaba la ambición de don Juan— se dirigió al rey a principios de 1574 solicitando su coronación como rey de Túnez.

A todas estas, Felipe II, de suyo desconfiado, comienza a guardar distancia de su medio hermano, al que además no oculta el deseo de alejar de la corte. Por ese tiempo, se le dan fondos para la flota y se le asigna el puesto de Vicario General en Italia. Allí, pudo desarrollar con soltura una función de avenimiento entre las regiones y, entre las damas, causar hasta furores uterinos. La ambición de don Juan fue tomando concreción en el proyecto de invasión a Inglaterra, el casamiento con María I Estuardo (1542-1587) y su investidura como rey. Para esto contaba con su inmenso prestigio, el apoyo del papa y de los católicos ingleses. Hasta llegó a hablarse de un matrimonio con Isabel I de Inglaterra (1533-1603), de lo cual también se hizo saber al rey Felipe, quien siempre mostró su oposición.

De la guerra contra Inglaterra no eran partidarios ni Felipe ni el gran duque de Alba, su mejor general. En virtud de que las acciones militares en Flandes esfumaban grandes recursos. Y la falta de fondos causaba, por ejemplo, las salvajadas del ejército de Flandes, que al no cobrar, recurría al saqueo. Por urgencias, el 3 de mayo de 1576 don Juan recibió el nombramiento de Gobernador de los Países Bajos con orden de salir de inmediato. «Confío en vos, hermano mío…», le había dicho el rey. Allá, la insurgencia recrudecía pese a las ensayadas reformas y la represión del duque de Alba (1507-1582), durante su estancia en Flandes desde 1567 hasta 1573. En consecuencia, Felipe había decidido relevar a Alba y su hijo Fadrique, y en su lugar poner al general catalán Luis de Requesens (1528-1576), más amigo del diálogo con los rebeldes. Pero el rechazo de estos lo había obligado a acudir a las armas. Requesens había sido la mano derecha de don Juan en Lepanto. Pero el general catalán murió el 5 de marzo de 1576.

Pues bien, pese a la urgencia que se tenía para alcanzar un acuerdo con los rebeldes en Flandes, don Juan dilató su partida entre fiestas y torneos. Y en otro viaje no autorizado a Madrid, quiso negociar directamente con el rey Felipe su viaje a Flandes a cambio de los fondos adecuados y el apoyo a su proyecto de conquistar Inglaterra y ser coronado rey en dicho país. Por fin, el 14 de octubre de 1576 se declaró satisfecho con las promesas de su hermano rey, y salió para Bruselas. Cuando llegó a Luxemburgo el 3 de noviembre, el ejército de Flandes (los Tercios) casi se había desintegrado. Y, al día siguiente, las unidades impagadas del ejército español saquearon Amberes, destruyendo más de un millar de casas y matando miles de personas. La revuelta de los hoy neerlandeses no se hizo esperar.

Don Juan, en ejercicio de sus plenos poderes, asumió una política distinta y el 7 de enero de 1577 firmó el Edicto Perpetuo —el tratado de Marche-en-Famenne— que confirmaba el contenido de los acuerdos de pacificación de Gante de 1576 (reconocimiento de las libertades flamencas a cambio de la soberanía española). Esto le sirvió para ganar adeptos y su aceptación como gobernador. Pero en agosto de 1577, la insólita llegada de una gran remesa de plata americana permitió al rey obtener nuevos recursos de los banqueros para el sustento de los ejércitos y las armadas españolas en Flandes y en Italia. Y con ello, la vuelta al autoritarismo y la guerra.

Felipe II dio entonces un giro a su política apaciguadora en Flandes y, siguiendo a su Consejo de Estado, precipitó las acciones bélicas. Ellas harían parte de la llamada Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes (1568-1648), cuyos disturbios iniciales se evidenciaron a fines de 1567, durante la primera gobernación de Margarita de Parma. Las nuevas medidas no se hicieron esperar. En el otoño de 1577 su pariente Alejandro Farnesio (1545-1592) —duque de Parma—, noble italiano y condottiero fue mandado por el rey en ayuda de don Juan como comandante del ejército de Flandes, con 20.000 soldados. Don Juan, por su parte, le pide al rey que le envíe de vuelta a su secretario, Juan de Escobedo —desde junio de 1577 en la corte de Madrid—, con instrucciones para dar el primer paso del proyecto de invasión a Inglaterra y el dinero suficiente para conseguirlo. Asimismo solicitó que se nombrara a Farnesio como gobernador de los Países Bajos, algo que el rey consintió.

Cabe recordar que el viaje de don Juan a Bruselas, en 1576, le permitió tener la que fue la única conversación que tuviera con Bárbara Blomberg o Plumberger (1527-1597), su madre biológica. Don Juan consiguió que viajara a España, no sin el desagrado de ella. En Flandes debió vivir al menos desde 1548, bajo la protección de María de Austria, hermana de Carlos V. En tiempos de Felipe II tuvo una pensión que le amparaba una vida disoluta y de derroche. Con su salida de Flandes, se buscaba que la vida alegre de la «madama» Bárbara no complicara la situación política del hijo. Bárbara se estableció en Cantabria, España, con personal de servicio y otros gastos. Aunque siempre vigilada. Se presume que fue esta condición de vida alegre de Bárbara la que obligó al emperador a mantener en secreto y hasta su muerte la paternidad de don Juan. No se ha podido saber de otras razones para tanta discreción por parte del emperador.

El 31 de enero de 1578, los buenos generales, don Juan y Farnesio, derrotan de forma aplastante al ejército de los Estados Generales de los Países Bajos, comandado por el príncipe de Orange-Nassau (1533-1584) y sus aliados en la batalla de Gembloux, en la provincia belga de Namur. Hubo entonces recuperaciones de ciudades y territorios, miles de soldados fueron capturados. Ejecutados muchos ellos. Varias de las provincias aceptaron de nuevo la soberanía española. Pero el de 1578 sería para don Juan su año fatídico. El 31 de marzo ocurre en Madrid el asesinato por sicarios de su secretario personal, Juan de Escobedo (1530-1578), quien había permanecido varios meses en Madrid en gestiones ante la corte. Esto por cuanto Don Juan de Austria, tras la victoria de Lepanto (1571), gestionaba en la Corte glorias y recompensas que eran morosas en llegar.

El autor intelectual del horrendo crimen era el todopoderoso Secretario de Estado de Felipe II, Antonio Pérez del Hierro (1541-1611). De quien se dice que era además amigo y confidente. Pérez era ambicioso y buen intrigante. Reunía sobradas condiciones intelectuales para el cargo, en el que había estado su padre, Gonzalo Pérez, secretario de Carlos V y Felipe II. Con su influencia pudo enemistar a don Juan y su secretario con Felipe II. Le hizo creer que era Escobedo quien trataba de convertir don Juan en Alteza o algo más… Los rumores provenientes de Escocia de aceptar a don Juan como rey si se casaba con María Tudor fueron suficientes para que Felipe se tragara sus mentiras. Y algo más grueso: que los dos conspiraban para derrocarlo. De este modo, ganó al rey para mandar asesinar a Escobedo. Al final terminó como un traidor, pero logró huir, y morir de viejo en Francia, aunque en la mayor miseria.

La salud de don Juan se agravó a fines de septiembre, estando en el campamento en torno a la sitiada ciudad de Namur. Según dijera su médico, Dionisio Daza Chacón, el debilitamiento causado por el tifus y una fallida operación de hemorroides acabaron con la vida del guerrero y héroe de Lepanto. El uno de octubre de 1578. El posterior examen de sus notas, documentos y correspondencia puso en claro la honestidad de su relación con su medio hermano y soberano de España Felipe II; relación que había sido envenenada por el traidor Antonio Pérez, con base en sus patrañas. Don Juan de Austria al momento de su muerte solo tenía 31 o 33 años, según se tome como fecha de su nacimiento el año de 1547 o el de 1545. Viéndose cerca de la muerte pidió al rey que su tumba estuviera junto a la de su padre el emperador Carlos V, de quien había heredado su valor, la intrepidez en el combate y la búsqueda de la gloria. Dignidad que le fue concedida.

Orlando Arciniegas

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