Felipe II de España

Nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527 y fue insistencia suya morir en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a 45 km de la ciudad de Madrid, el 13 de septiembre de 1598, tras haber vivido 71 años, una larga vida entonces. Felipe era hijo y heredero de Carlos I de España —el Carlos V emperador del Sacro Imperio Románico Germánico— y de la pudorosa y cultivada Isabel de Portugal (1503-1539), nieta de los Reyes Católicos, don Fernando e Isabel.

Felipe II, como parte de la dinastía de los Habsburgo, llamada también Casa de Austria, fue, entre otros, rey de los españoles de 1556 a 1598 y de los portugueses de 1580 a 1598, como parte de una unión dinástica que duró sesenta (60) años: desde 1581 hasta 1640.  Así como fue rey de Inglaterra e Irlanda — _iure uxoris_: por el derecho de su mujer— por su matrimonio con María I Tudor entre 1554 y 1558, quien era hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón (1516-1558), la hija menor de los Reyes Católicos, a quien Enrique VIII dejó por su amante Ana Bolena.

Felipe II fue escogido sucesor del emperador Carlos V (1500-1558) desde su nacimiento. Y siendo niño recibía memorandos secretos de su padre, en los que le señalaba la gran responsabilidad que le tocaría como sucesor. Una de esas enseñanzas al cachorro, era la que le advertía el gran cuidado que debía tener con sus asesores. Tal vez por eso se le ha conocido como “el Prudente”. Su padre, casi siempre ausente, no pudo implicarse en la educación de su hijo Felipe, pero en 1543, cuando Felipe contaba dieciséis años, lo nombró gobernador de España, rodeado de tres consejeros veteranos, que lo instruyeron como futuro monarca en los asuntos de Estado. En junio de 1546, a la edad de 19 años, Felipe recibe la carta de emancipación, en la cual su padre renunciaba a la patria potestad: el joven príncipe es ahora mayor de edad a nivel legal. Pero ya desde 1543 había comenzado su ejercicio como regente de España en las ausencias de su padre.

Su reinado, a partir de 1556 ─por abdicación de su padre─, se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial tanto por los lados del Atlántico como los del Pacífico. Con Felipe, la monarquía española llegó a ser la primera potencia de Europa y el Imperio Español alcanzó la condición de un imperio de ámbito mundial. Por primera vez en la historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados. Felipe fue asimismo el protector autoproclamado de la Iglesia Católica Romana. Pero en vano trató de limitar la propagación del protestantismo. Más exitoso fue en cuanto al trabajo de integración en la Península Ibérica, con la unión de Portugal, que habían iniciado Fernando e Isabel, los Reyes Católicos.

El emperador Carlos aumentó gradualmente las responsabilidades de Felipe con el pasar de los años. En 1540, le entregó el Ducado de Milán. En 1555 Carlos le cedió los Países Bajos. En 1556 Carlos renunció a los reinos de España, el Imperio Español de ultramar y el Franco Condado también en favor de su hijo. Felipe, finalmente tuvo éxito en todos menos en uno de los más importantes dominios de su padre: los Países Bajos Españoles —actuales Países Bajos, Luxemburgo y Bélgica—  que se independizaron en 1581.

Como gobernante, Felipe fue terco, amargado y paranoico. Y su corte no fue distinta. Fue lento, ineficaz y propenso a las luchas internas. Sus fracasos de gobierno fueron grandes: no logró reprimir la revuelta de los Países Bajos (a partir de 1566) y perdió la llamada Armada Invencible ante los ingleses en 1588, con la que esperaba destronar a Isabel I e invadir a Inglaterra. Sin embargo, sus éxitos también fueron grandes. Bajo Felipe, los turcos otomanos fueron derrotados en la batalla de Lepanto (1571) y se impidió la expansión del protestantismo en Italia y España. Las artes y la cultura iniciaron su Siglo de Oro, y como antes se dijo, se formó el más vasto dominio imperial jamás visto hasta entonces.

Los más serios problemas internos durante su reinado fueron dos hechos escandalosos: la muerte en 1568 del príncipe heredero, su hijo Carlos, quien había sido arrestado a causa de sus contactos con miembros de una presunta conspiración promovida por parte de la nobleza contra el rey Felipe. Y la traición y deserción de un hombre de su confianza, el secretario de Cámara y del Consejo de Estado, Antonio Pérez del Hierro (1540-1611), designado como tal en 1567, quien fuera juzgado culpable en los cargos de corrupción, traición a la Corona y del asesinato de Juan Escobedo, secretario personal de don Juan de Austria, hermano bastardo del rey y héroe de Lepanto. Pero que, con todo, logró instalarse en París donde murió sin haber sido castigado por la justicia.

*Felipe II* murió de cáncer en El Escorial el 13 de septiembre de 1598, tras 53 días de agónico sufrimiento. Desde su muerte fue presentado por sus defensores como un arquetipo del gobernante de virtudes, y por sus enemigos como un déspota fanático. Esta dicotomía entre la leyenda blanca y la leyenda negra fue favorecida por su propio accionar, ya que se negó a que se publicaran biografías suyas en vida y ordenó la destrucción de su correspondencia. En otras palabras: menospreció su memoria y se olvidó por completo de los historiadores. ¡Muy mala cosa!

Orlando Arciniega.

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