Por Rafael Agustín Pinto, Oct 9, 2017

En la historia de Venezuela, me refiero a toda su historia, colonial y republicana, nuestro país nunca ha vivido nefastos tiempos como estos, quizás otros peores, como durante la guerra de independencia, donde nuestra patria redujo su población a la mitad aunado a ingentes daños materiales, claro pero fue una guerra declarada y abierta o la Guerra Federal, pero nunca como estos en tiempos de «PAZ». Ni siquiera en las autocracias como la de Guzmán o las dictaduras de Castro,  Gómez o Pérez Jiménez, cada una con sus peculiaridades, censuras, torturas y represiones, pero de alguna u otra manera conservando la unida y estructura medular de Venezuela como nación. Por lo que pasa Venezuela desde hace quince años, fue un asalto al poder por medio del engaño de un filibustero vendido al castro-comunismo como lo fue Hugo Chávez, aprovechándose de un ente electoral creíble muy lejos a lo que tenemos ahora y evidentes fallas no atendidas a tiempo por los factores políticos de  la democracia post 1958. La base del discurso populista, de odio y fariseo de Chávez, fue esencialmente dirigido a los estratos marginales, convertidos en fuentes de poder, reducido a la vieja tradición cristiana de la pobreza: el niño Jesús pobre el judío burgués rico, siendo la pobreza materia prima  esen­cial para asaltar el poder nacional, y comenzar a erosionar las bases de la sociedad venezolana. A esto comenta, el insigne jungiano cubano-venezolano López-Pedraza, «Sin ella no existiría y por tanto uno llega a pensar que necesita crear más y más pobreza para perpetuarse en el poder, ya oposición pobreza-riqueza reaparece como un mimetismo rudi­mentario de la lucha de clases del siglo XIX marxista y reduce un conflicto, que por sus complejidades es de proporciones insalvables, a la fórmula: nosotros los pobres somos buenos y los ricos son malos. No está de más exponer que el panorama que ofrece Venezuela a comienzos del siglo XXI es de estancamiento psíquico con signos inequívocos de gran deterioro. Aquí ya podemos percibir la expresión de la energía en regresión destructiva. Esto podría verse dentro de un marco de referencia psicológico clásico: al no poder responder a la historia, porque hay una visión ideoló­gica reductiva que funciona como un complejo petri­ficado, la energía entra en regresión destructiva. Algo patente en nuestros días».

Anselm Kiefer, en su obra “Después de la Catástrofe”, se refiere a la vinculación entre el poder y la estupidez. El Oxford Dictio­nary define al estúpido como alguien incapaz de pen­sar con claridad que carece de inteligencia y sentido común (¿En Venezuela sabemos de alguien así?). Cabe agregar que quien está imbuido de una ideología piensa con los esquemas limitados que ésta le provee y por ello, desde luego, no puede tener una visión individual de la realidad que confronta. Se sabe que el diagnóstico que se hizo de Hitler fue el de una personalidad histérica. (¿Que será mejor histérico o Estúpido?). Creo que no es difícil, entre otras cosas, asociar esa histeria con la estupidez y la demagogia. No voy a profundizar comentando este tipo de personalidad, pero me gustaría mencionar otros rasgos suyos impor­tantes, como es la necesidad paranoica de buscarse un enemigo en quien proyectar la sombra que no acepta de sí mismo (Uribe, Salet, Mayameros, El Imperio). Se sabe que cuando el poder aparece se rompen los arquetipos sobre los que se fundan las for­mas de vida que son las únicas que podrían dar lugar a un ser más nuestro. Lo que sucede en Venezuela, es más lamentable y patético cuando aparece en la arrogancia ante el tra­bajo de la gente de clases bajas y humildes. Tengámoslo en cuenta como metáfora referencial, pero a sabien­das de que lo que abunda es el gobernante forajido  en la tarea de apropiarse de la riqueza, que olvida propiciar la creación de riqueza y cultura. Y con esto puede que estemos afrontando el aspecto más evi­dentemente destructivo a la Nación. Nuestra realidad es que vivimos en una economía  monoproductora, que por cierto que con la caída de los precios de petróleo, en el caso Venezolano, impacta las bases de un sistema político sostenido por dadivas y corrupción. Y el esfuerzo de producir riqueza, se niega, se traba o se desprecia, porque el factor privado es perverso para ellos.  De esta manera se crea un estado en el inconsciente colectivo, de gran irrealidad en el que parti­cipan todos los estratos de la sociedad, desde los más pudientes hasta los marginales. Esta psicología parece algo dado o congénito. Permanece fuera del marco de discusión de nuestra problemática, no tenemos los ins­trumentos mentales para abordarla ni el más mínimo interés en hacerlo. Crear riqueza y propiciar la cultura es muy diferente de “hacer dinero” y requiere una acti­tud ajena a la nuestra, la cual es similar a la actitud del pirata que se apropia de un botín. He oído con mucha frecuencia, en muchos articulistas nacionales e internacionales acuna esta frase: » Venezuela es un Gobierno Forajido que dirige un Estado Fallido». Afirmación que paso a analizar. Comienzo con una pregunta para que el lector la conteste: ¿Existe en Venezuela Autonomía y Separación de Poderes? Hacia finales del siglo XX se acuñó internacionalmente el concepto “Estados fallidos”, para calificar a aquellos países que son incapaces absolutamente de sostenerse por sus propios medios y además son ingobernables. En los “Estados fallidos” sus gobernantes no pueden ejercer control efectivo sobre su territorio, la población no los percibe como legítimos, el Estado es incapaz de proveer los servicios públicos y la seguridad interna indispensables, el gobierno no ejerce el monopolio del uso de las armas y de la fuerza y toda clase de individuos y grupos irregulares armados pululan por las ciudades y campos del país. Pero además de los “Estados fallidos” también existe la categoría de “Estados forajidos”, que son aquellos cuyos gobiernos no respetan las leyes y normas de convivencia internacional, representan una peligrosa amenaza para sus vecinos.  El filósofo norteamericano John Rawls (1921-1992), destacado teórico político internacional, fue quien creó el concepto de los “Estados forajidos”. En su libro «Una teoría de la justicia» , Rawls indica que los Estados forajidos son gobernados por grupos e individuos que no respetan los derechos humanos, convierten el derecho en una farsa, y sustituyen las normas éticas de la convivencia social con un comportamiento propio de bandidos, no de personas civilizadas y mucho menos de estadistas. (¿Se parece a lo que pasa en Venezuela?). A partir de la definición de “Estados forajidos” establecida por Rawls, en la práctica se ha identificado como tales a aquellos que en la actualidad sus gobernantes incumplen las leyes y convenios internacionales, y desafían en vez de acatar las decisiones de los organismos internacionales (Casos López y Ceballos), que están encargados de velar por el mantenimiento del orden y la paz mundial. Cabe recordar que por muchos años Libia fue un “Estado forajido” y cuando el dictador Muamar Gadafi quiso reconciliarse con la comunidad internacional, ya era muy tarde porque el propio pueblo libio estaba cansado de la prolongada opresión y se rebeló violentamente para poner fin a la tiranía gadafista. De manera que es fácil percibir que un Estado-Gobierno bandido, forajido, fallido, como concluyo nos para por primera vez en la historia de Venezuela, debería ser una vergüenza para la comunidad democrática internacional. Cosa como que no es apreciada así, por la decisión de la mayoría de los países de ONU, en la elección de Venezuela al Consejo de Seguridad. Es indudable que los intereses económicos se tragan a los de la democracia y los derechos humanos. De verdad me da pena ajena. No todo está perdido. En nuestra Venezuela y también mas allá de sus fronteras, hay hombres y mujeres, que en medio de la penenumbra y visitudes que los invade como nación, tienen la fibra moral, ética y profesional para un reconstruir las bases de la patria como nación. Los forajidos pasan temprano o tarde, son como los piratas y bucaneros que saquearon, Cartagena de Indias y Panamá por allá en el siglo XVII. Tenemos con qué. Hacia finales del siglo XIX venezolano, existió una casta de hombres civiles, con las moral y convicciones necesarias redimir a la nación de la violencia y la anarquía, no hay duda de que la estirpe como la de Jesús Muñoz Tébar pudo haber asumido esa tarea para la cual El Libertador propuso -en su célebre Discurso de Angostura, en 1819- la creación de un areópago republicano. Al leer su biografía, sentimos gran admiración, no sólo por el personaje, sino también por su biógrafo: mi amigo José Alberto Olivar, excelso historiador y demócrata, que representa la nueva generación de jóvenes historiadores venezolanos; los cuales están desarrollando una historiografía independiente de la historia oficial y de los temas tradicionales, de manera titánica  y que anhelan el descubrimiento y valorización de todo un conjunto de CIVILES que ayudaron a construir el país, y que contrastan con los mandones, caudillos y militarotes de antes y de ahora. Así mismo destaco los trabajos de los historiadores y buenos amigos, Germán Guía, Jean Carlos Brizulela, Raúl Meléndez y el destacado historiador e investigador de la UCAB mi amigo Tomas Straka. Muchas veces siento, que en estos  tiempos sentimos que la locura colectiva y la destrucción ocasionada son parte de nues­tra propia experiencia de vida. Son los tiempos que nos toco vivir. Estoy consciente de que mi. No creo necesario decir que en ningún momento pretendo ser controversial. Mi intención es aportar mis reflexiones sobre el porqué pasa lo que pasa en Venezuela, como factores perversos han infiltrado la consciencia colectiva de muchos hermanos venezolanos y que el cambio comienza con deslastrar esos antivalores y odios. Eso es factible, sonemos, hagamos que sea una realidad. Con un granito de arena desde cada una de nuestras trincheras del pensamiento y actividad, será posible.

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