La llegada de la Compañía Guipuzcoana a Puerto Cabello (1730) marca el punto de arranque de su desarrollo urbano, comenzando así el trazado de las dos calles principales (Real y de la Contaduría), el levantamiento de las primeras casas y almacenes, el hospital y, por supuesto, la iglesia que tenía a un costado el modesto campo santo, como bien puede apreciarse en el plano delineado por Carlos Morató en 1790; con posterioridad, menciona el Dr. Valbuena, otro cementerio sería construido por los españoles al final de la calle de los Cocos, hoy conocida como Sucre. Concluida la guerra de independencia en la región, en noviembre de 1823, la otrora plaza fuerte crece en dirección Sur, en lo que conocieron los viejos porteños como Puente-Afuera, cuyas polvorientas calles terminaban en la anegadiza sabana de Campo Alegre. Con una población en franco crecimiento la ciudad requiere un nuevo cementerio católico, escogiéndose precisamente un sitio de aquella sabana para su construcción que, según el decir de Gornés Mac-Pherson en su obra Venezuela Gráfica fue construido en el año 1838, siendo aumentado y refaccionado en 1872. El camino entre el centro poblado y el cementerio no era el mejor, ya que se extendía en terrenos fácilmente inundables, lo que impulsó la construcción de una calzada. Una nota aparecida en “El Diario Comercial” del año 1885, al celebrar su construcción, señalaba: “Espectáculo grotesco a veces presentaba antes el paso de un entierro por la sabana, que la mayor parte del año está sumergida. A brinquitos y saltitos había que pasar los innumerables charquitos que componían el camino entonces y veíase a menudo bambolear el coche fúnebre de un lado a otro con inminente peligro de soltar el difunto antes de tiempo…”.

Un serio problema, sin embargo, lo tenían los difuntos de otras religiones (judíos y protestantes) ya que no podían utilizar el cementerio existente, lo que llevó a la comunidad extranjera residente en el puerto a construir uno de carácter particular al costado derecho, por cierto, del católico. Se trata del Cementerio de los Protestantes, llamado en ocasiones de los Alemanes o de los Extranjeros, al que Gornés Mac-Pherson le atribuye como fecha de fundación el año 1844, aunque sin citar la fuente. Este mismo año fundacional es mencionado por los historiadores Leszek Zawisza y Pedro Cunill Grau, presumimos que copiando a Gornés Mac-Pherson. Lamentablemente disponemos, a la presente fecha, de información muy vaga lo que dificulta conocer con certeza acerca de su establecimiento. El Dr. Paulino Ignacio Valbuena en su Reminiscencia de los hechos y acontecimientos de Puerto Cabello, por ejemplo, ubica erróneamente su construcción hacia 1852, afirmando que fue iniciativa de una junta de extranjeros, cuyo primer Director fue David Lobo, agregando que: “La causa genésica de esa Necrópolis, fué, que habiendo muerto la señora de un rico comerciante de este puerto, no católica, la autoridad eclesiástica se opuso a que se sepultara en el Cementerio Católico; pero luego se convino en que se depositara temporalmente en dicho Cementerio, mientras pudiera ser colocado definitivamente en el correspondiente a su culto y credo religioso”. En Caracas, importante es mencionarlo, las autoridades habían otorgado en 1831 el permiso oficial a fin de establecer un cementerio para súbditos británicos, a solicitud del entonces agente diplomático Sir Robert Ker Porter.

En lo personal, creemos que la construcción del cementerio local podría ser posterior al año 1844, toda vez que en un informe de 1854 sobre Carabobo que prepara Pedro García Salgar, con ocasión de la elaboración del censo, se lee: “… existen cementerios en todas las parroquias de la provincia: se ensanchará el de esta capital [Valencia], y recientemente se ha construido uno de protestantes en Puerto Cabello”. Llama la atención, muy especialmente, el uso del adverbio “recientemente”, pues hablamos de casi una década de distancia desde el supuesto año fundacional, lo que necesariamente ubicaría su establecimiento en fecha posterior. Adicionalmente, la mayoría de las tumbas existentes son de la quinta década del siglo diecinueve. Hanns Dieter Elschnig, por su parte, lo llama el Cementerio Alemán, asignándole su origen en la década 1850-1860 (Cementerios en Venezuela, pág. 112, 2000). De lo que no hay duda alguna es que ya está en pie en febrero de 1849, dando fe de ello el acucioso naturalista Karl Ferdinand Appun, en su ameno libro En los Trópicos, quien en su recorrido con dirección a San Esteban observa a ambos lados del camino, el cementerio católico y otro de menor tamaño de los protestantes.

La nueva necrópolis no solo representó una la solución para los extranjeros quienes profesaban otras religiones y sus descendientes, sino para los marinos y viajeros foráneos que llegaban al puerto. Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en nuestro país, escribe en su Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador: “Al sur de esta ciudad y sobre el camino de San Esteban, se encuentran los dos cementerios, católico y protestante, y debo, en este lugar, mencionar una institución local que es prueba del espíritu público de los habitantes de Puerto Cabello, que les honra. Hablo de una sociedad o hermandad, que tiene por objeto enterrar gratuitamente a los extranjeros transeúntes que allí fallecen. Tiene su coche fúnebre y todo lo necesario para el funeral, e impone a sus miembros el deber de acompañar los entierros; de modo que siendo, de ordinario, los extranjeros sepultados, marineros de ínfima clase, van acompañados a su sepultura con iguales honras que reciben los más adinerados habitantes; y se establece así una igualdad de trato muy edificante”.

Este cementerio, además, será utilizado por gentes venidas de otros caseríos vecinos, incluso, Valencia, lo que genera las quejas de las autoridades locales ante el gobierno regional. En efecto, en marzo de 1853, el jefe político del cantón porteño escribe al Gobierno Supremo Político de la Provincia de Carabobo quejándose por la introducción al puerto de cadáveres, traídos desde Valencia, para ser inhumados en el cementerio de los extranjeros, atentando tal práctica contra la salubridad pública, puesto que casi todos “vienen corrompidos exhalando la fetidez consiguiente”. Exigían las autoridades porteñas se pusiera remedio a semejante abuso, impidiendo el envío de cadáveres de los protestantes y de otros que murieran en esa ciudad, “pues ayer a las 6 de la tarde ha introducido hasta el pueblo interior de este Puerto, transitando por las calles más públicas, el cadáver del finado Sr. Harra Scott, un carro de esa ciudad, haciéndose notar, a pesar de venir cubierto el ataúd por la gran fetidez que arrojaba el expresado cadáver, por lo que inmediatamente dispuso esta Jefatura llevarlo al Cementerio”. No será sino en 1873 cuando el comerciante F. Gloikler obtiene autorización de las autoridades en la capital carabobeña para establecer un cementerio en su finca de Guataparo, destinado a darle sepultura a aquellos vecinos que no profesaran la religión católica.

El Cementerio de los Protestantes, como iniciativa de familias extranjeras de antigua raigambre, entre ellos, los Baasch, Brandt, Frey, Gramcko, Heemsen, Kerdel, Kolster, Römer, Simon y Vollbracht, siempre ha sido sostenido por particulares, descansando allí no solo extranjeros judíos y protestantes, sino también católicos. En la década de los cincuenta del siglo pasado se constituye la Sociedad Administradora del Cementerio “La Paz”, por iniciativa de don Eduardo Römer, desde entonces esa familia y la colaboración de los Heemsen asumieron su cuido. Durante la gestión del gobernador Henrique Salas Römer el campo santo es objeto de una muy importante remodelación, agregándosele una  plaza que en su centro tenía una escultura del sabio Alejandro de Humboldt hoy desaparecida. En los últimos años, es de lamentar, la estructura se deterioró, pero actualmente por iniciativa de Carlos Flores León-Márquez y otras familias se ejecutan importantes trabajos para remozarlo y asegurar su mantenimiento.

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@PepeSabatino