El cacao predomina en la escena venezolana como único producto de exportación, durante la segunda mitad del siglo XVIl y la primera mitad del XVIII, aun cuando otros como el tabaco, cuero, ganado, añil y algodón comienzan a ser exportados para la época, pero en pequeños volúmenes. Sin embargo, ya para la tercera década del siglo XIX el cacao no tendrá para el puerto la misma importancia que el café, su cultivo se traslada entonces desde el centro al oriente del país, convirtiéndose Carúpano en el principal puerto exportador de este rubro. Aún así, Puerto Cabello y sus valles vecinos (Patanemo, Borburata, San Esteban y Goaigoaza) fueron, desde temprana fecha, asiento de numerosas haciendas de cacao.

Don Pedro de Olavarriaga en su Instrucción General y Particular del Estado Presente de la Provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721, dejará relacionadas gran cantidad de éstas, pertenecientes en su mayoría a los primeros españoles que se radicaron en la región. En Patanemo, Olavarriaga encontrará 19 haciendas, siendo la más importante la de don Lorenzo de Córdova con 20.00 árboles, seguida por las de don Antonio Pinto, don Domingo Pérez y don Vicente Machado con 10.000 árboles cada una. «El valle de Patanemo –escribe Olavarriaga– es bueno y produce mucho cacao, teniendo de largo 1 legua buena, el río que la riega da bastante agua; hay una salina en este valle, de la cual se sirven los habitantes». En Borburata cuenta 18, de entre las cuales sobresalían las posesiones de don Juan de Ibarra, cuya hacienda también totalizaba los 20.000 árboles, y un poco menos las de don Juan de Solórzano y Mijares, don Juan Azenzio de Herrera y don Domingo Páez. En San Esteban encuentra 24 haciendas con las de don Fernando Malpica, don Mateo de Ponte y don Gerónimo de Lamas totalizando el mayor número de fanegas, pues el resto de los sembradíos eran verdaderamente modestos. Sin embargo, será el valle de Goaigoaza –asiento de 17 haciendas–  el que contaba con las posesiones más productivas, tal y como ocurría con la del Marqués de Mijares con 70.000 árboles, doña Micaela de Ovalle con 45.000 árboles y don Juan de Freitas con 40.000 árboles. Los valles en su conjunto sumaban 743.500 árboles, dando lugar a una importante producción que saldrá, junto al cacao de poblaciones costeras como Ocumare de la Costa y Choroní, bien como comercio lícito o muchas veces contrabando, con destino a Europa y las Antillas.  Sin duda, se trataba de un artículo muy valioso y de gran demanda en los mercados de Europa y de América, especialmente, México.

Con el establecimiento de la Compañía Guipuzcoana (1730) crecen significativamente los embarques de este fruto con destino a la madre patria, pero desaparecida aquélla el café se convierte hacia 1810 en un fruto exportable de igual o mayor importancia. De hecho, existe evidencia documental de que ya para la segunda década del siglo XIX, las haciendas de cacao localizadas en Puerto Cabello, se encontraban en franco deterioro, no solo comienzan a eclipsar, sino que el fruto poco a poco será desplazado por el café a lo largo de la geografía nacional como principal fruto de exportación, aunque el puerto continúa siendo un importante punto de salida.

A mediados del siglo que nos ocupa, Carl Ferdinand Appun escribe en su formidable libro En los Trópicos: «Las mejores haciendas de cacao de Venezuela se encuentran en la provincia de Caracas, con preferencia en la costa, cerca de Caraballeda, además, cerca de Puerto Cabello, en los valles de Cúpira, no lejos de San Felipe, Barquisimeto, Guigue y Orituco; el cacao obtenido allí, llamado en el comercio el “de Caracas”, ocupa el primer puesto entre todas las especies de cacao». El cacao producido y comercializado en Yaracuy se conocería desde antaño con el nombre de “Puerto Cabello”, pues se exportaba a través de este puerto; ese cacao salía por los muelles locales usando la navegación del río Yaracuy. Desde 1845 se le había concedido privilegio exclusivo de navegación por quince años a los señores Foster, hijos & Cía y Hellyer & Cía, comerciantes de Puerto Cabello; los frutos eran llevados hasta la localidad de El Chino, para el transporte hasta su desembocadura conocida como Boca del Yaracuy, mediante el uso de una flotilla de doce lanchas y posterior embarque para el tráfico oceánico. Se trata del mismo tipo de fruto extrafino utilizado por las casas Rausch Schokolade de Alemania y Bonnat chocolatier de Francia, para fabricar hoy sus finos chocolates, el mismo utilizado en el viejo continente, al despuntar el siglo pasado, para elaborar licores de cacao de mucha demanda.

A pesar de lo que lucía como una modesta producción, el cacao continuó reportando importantes ganancias al comercio local. En 1881, funciona en el puerto el establecimiento “La Indiana”, fábrica de chocolates de Genis & Barcons, con fines de exportación. La calidad del cacao local y el producido en Chuao y Choroní impulsaron el negocio del chocolate en el que destacó, en Valencia, el establecimiento “A la Venezolana” de Enrique Olivares. Nuestro cacao, además, siempre fue elogiado por su calidad, especialmente el producido en las haciendas Patanemo, Borburata y Socorro Cazorla, haciéndose todos acreedores de premios en las exposiciones internacionales de Bremen (1874), Filadelfia (1876) y Chicago (1893). Una década antes el cacao de la hacienda Socorro Cazorla había recibido la Medalla de Plata, en la Exposición Nacional de Venezuela organizada con motivo del centenario del nacimiento de Simón Bolívar.

Todo ese bagaje histórico se ve ahora recompensado con un resurgir en el cultivo del cacao en los valles del puerto: Goaigoaza (sectores Mantuano y Miquija), Patanemo (sectores Primavera, Las Ibarras y Los Pueblos), Borburata y San Esteban, pero también en San Pablo de Urama, Trincheras, Canoabo, Montalbán, entre otros lugares de Carabobo, producción que amén de ser destinada a la exportación que tanta falta hace, también toma forma en deliciosos y elaborados productos como los de Chocolates 20/20, Chocolates Valle Canoabo, Cocoa, Guayamurí, Kacao Flower y tantos otros emprendimientos, entre ellos Cacao Cultura como formidable vehículo de promoción, que rememoran aquellos viejos tiempos cacaoteros, que deben servir de bandera a todos, productores y emprendedores en especial, para invocar una gran tradición que es historia.

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@PepeSabatino

 

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