Todos los días vemos el río, de lejos o de cerca, cuando transitamos por la autopista o por alguna calle principal de la ciudad, sin darle importancia o pensar en él, salvo cuando el ímpetu de la naturaleza desborda sus aguas, causando pérdidas y alarma como ocurrió hace pocos días. Pero ¿Cómo ha sido la historia de nuestro río Cabriales?

De conformidad con las leyes que rigieron el poblamiento de América, las ciudades se debían establecer en lugares que estuvieran cercanas a buenas aguas, por esta razón nuestra ciudad se forma en las inmediaciones del río que por unos trescientos años se conoció como el “río de la ciudad o el río de Valencia”. La razón es evidente: para su desarrollo una población necesita agua para la gente y para la agricultura y la cría.

Nuestro río es conocido como “Cabriales” solamente desde unos doscientos años para acá; antes sólo era “el río de la ciudad”.

Desde mediados del siglo XVIII podemos ver en las actas del Ayuntamiento de Valencia diversas referencias al rio: ya en 1749 el procurador municipal hace gala de su conciencia ecológica pidiendo a la municipalidad se siembren plantas en los alrededores de las nacientes del río para que no se seque. Un año más tarde se plantea en el Cabildo limpiar el cauce para evitar las inundaciones que se habían producido ese año y que habían anegado los ejidos donde los valencianos tenían sus siembras. Parece que en 500 años la historia de las inundaciones producidas por el Cabriales son algo recurrente.

En 1752 la crecida fue tan grave que destruyó el cauce natural, lo que aprovecharon algunos vecinos para desviar las aguas para sus haciendas particulares, afectando a otros agricultores que se quedaron sin riego, lo que causó la intervención de las autoridades para reglamentar el uso del agua.

También resulta interesante ver que la pesca de los peces del río eran algo que interesaba a los vecinos, como consta en las actas municipales; hoy nos resulta algo increíble.

Otra preocupación de los valencianos de hace 250 años era la tala que hacían en los alrededores de las riberas del río los propietarios de las haciendas ribereñas para aumentar los espacios destinados al cultivo, tanto es así que en 1768 el Ayuntamiento prohíbe el corte de árboles a orillas del río, amenazando con severas penas a los infractores y ordenando a los que hayan talado que en un plazo breve deberán sembrar:

“Estacas de bucare y otros palos a distancia proporcionada, que crecidos se encuentren unos con otros para que puedan dar sombra y que no sea tan cerca del agua que con las crecidas se los lleve”.

La contaminación del río no es algo nuevo que haya aparecido con la industrialización. Ya en 1768 causaba preocupación la contaminación que los curtidores, las lavanderas y las cocineras causaban al verter sustancias contaminantes en el río cuyas aguas iban a ser las mismas que beberían los valencianos. Así acusaban en las actas a quienes mal usaban las aguas:

“la suma indecencia que se experimente con sus respectivas vascuosidades (sic) en el agua con que se ha de celebrar y abastecer el bien público en que se manifiestan muchos inconvenientes y malas consecuencias que han ocurrido… con las enfermedades continuas en esta ciudad…”

Mas adelante, a fines de siglo XVIII, se habían incrementado las haciendas con sus respectivas curtiembres o tenerías para beneficiar el cuero del ganado y sembradíos y se había introducido el cultivo del añil para producir un tinte de color azul muy utilizado en la época. Todas estas antiguas industrias vertían lejías y otros elementos contaminantes en el río, lo que ocasionaba variadas disputas que se dirimían en el Ayuntamiento, lo que ocasionaba que las autoridades constantemente estuvieran interviniendo para garantizar la buena calidad del agua que consumían los valencianos. ¿Seria mejor el agua del Cabriales de 1780 que bebían nuestros antepasados o la que hoy nos llega por el grifo a los valencianos? Es de meditar.

Luis Heraclio Medina Canelón

@luishmedinac

Deja un comentario