Contestación al discurso de Incorporación de Antonio Ecarri Bolívar a la Academia de Historia del Estado Carabobo

Elis Mercado Matute

19 de Agosto 2017

Permítanme señores miembros de esta docta  Academia de la Historia del Estado Carabobo, celosa guardiana de nuestros valores  ciudadanos, que empiece esta respuesta, citando a un hombre representativo de la rica cultura latinoamericana, al genial Octavio Paz.  Escribió él en El Laberinto de la Soledad:

…la historia  podrá esclarecer el origen de muchos de nuestros fantasmas, pero no los disipará. Solo nosotros podemos enfrentarnos a ellos. O dicho de otro modo: la historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de que seamos capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser”

Los mitos y las leyendas, como los fantasmas de Paz, son acompañantes insignes de la historia y, a veces, alumbran, y a veces oscurecen la visión de la realidad histórica. Y la  acompañan porque ellos son parte de ella, en algunas ocasiones  en su centro,  y otras en sus ribetes, en sus periferias. La Historia Universal es una fiel comprobación de esto que afirmamos, sin lugar a dudas, pues una negación de ello es difícil localizar desde que la historia es historia, es decir desde que se inició el proceso de hominización, con lo cual descartamos de entrada  la anacrónica tesis de que la historia comienza con la escritura,

Nuestra historia, la de Venezuela, no escapa a ese acompañamiento. Y la tarea de los historiadores es impedir que esas irritantes nubosidades fantasmales empañen la óptica objetiva, que no imparcial, que se debe derramar sobre los hechos históricos. Estas acotaciones las hago a propósito del honor que se me ha dispensado de contestar el discurso de incorporación, como miembro correspondiente de la Academia de la Historia del Estado Carabobo del profesor Antonio Ecarri Bolívar, amigo y compañero en la  docencia universitaria.     La historia de Venezuela es siempre un buen propósito de análisis y reflexión, y este discurso  es una buena muestra de ello. Antonio incursiona en uno de los temas más apasionantes de nuestro discurrir histórico y quizás el más polémico de estos tiempos azarosos que nos ha tocado vivir. Ha tocado el ítem del culto al héroe y el intento permanente de borrar la civilidad, una cosa, por cierto, no alejada de la otra.

Por la vía del endiosamiento de los héroes se transita hacia la abolición de la civilidad. Se anulan a los representantes de lo civil para sobreponer el elemento militar. Cosa ésta  lograda muchas veces, creo que demasiadas, en detrimento de los altos valores de la nacionalidad republicana.

Ha tomado prestado un concepto de Manuel Caballero “La Abolición de la Historia” una exquisita y profunda tesis planteada  por ese autor para desnudar  los agrios y violentos intentos de rayar la historia de Venezuela. Esta acción de Antonio Ecarri es muy feliz, pues con ello engloba su tesis, consagrada en el discurso, y a la vez expresa su muy pública y evidente admiración por el insigne historiador que fue Caballero, además, mi profesor y amigo en las aulas de la Escuela de Historia de la UCV.

Transitar por los caminos de la historia es una excelente aventura intelectual, llena de satisfacciones al comprobar la certeza de alguna   tesis que le ronda al investigador en su tarea, pero inmensamente gratificante cuando, por otra parte, y debido a lo acuciante del análisis, los documentos y los libros (la heurística y la hermenéutica) nos revelan  algo distinto a la muy particular verdad que creíamos en nuestras manos. Esto es el relato sencillo y simple  de un proceso complejo, pero esencial en la tarea del historiador. Es parte de eso que hoy los más contemporáneos de los contemporáneos llaman el relato, la narrativa y a veces la gramática histórica.

Lo que ha expuesto Antonio en el texto de su discurso es nada más ni nada menos que esto: trabajo de historiador, hilando fino los nexos que terminan afirmando que toda historia es contemporánea, y que al decir de Benedetto Croce  que “ la  historia  es hazaña de la libertad”, lo cual me hizo recordar el extraordinario texto de Moreno Fraginals, el historiador cubano que en boca de Carlos Monsivais, ha sido  el más ilustre de todos, y quien  estructuró, aquel discurso sobre la “Historia como arma” que se convirtió en los tiempos iniciales de la Revolución Cubana en un texto de culto. El gran maestro luego, como suele suceder, fue execrado de las filas “revolucionarias” y calificado como “traidor a la patria”, al disentir de la línea oficial. Perdonen ¿les parece conocido el epíteto?

Al principio de esta respuesta aludí a los mitos y las leyendas, con la mente puesta en Mircea Eliades, a quien acudo frecuentemente a causa de mi tendencia a auscultar el carácter histórico del cristianismo, la única religión histórica según Marc Bloch, tratando, entre otras cosas, de desvelar la horrible mentira sobre el supuesto carácter socialista de Jesús, y colateralmente la estúpida idea de coronar, como a él le hubiera gustado, a Simón Bolívar como socialista. Pero como el profesor Ecarri tuvo el acierto de citar a Caballero yo lo sigo en la trocha  como baqueano que es (perdónenme el llanerazo) de hacer lo mismo, cuando se refiere al entramado conceptual que se arma alrededor de “la abolición de la historia”, en la línea de sustituir a la historia por el mito y la leyenda “para borrar de  ella a su principal actor: el colectivo”. Aseveración ésta que debe anudarse con las dos tesis más celebres  que hasta ahora se hayan formulado: la de Carlyle de la historia como biografía, es decir de la actuación individual como signo definitorio del quehacer histórico; y la de Plejanov, el ya envejecido, en tiempo y en ideas, Plejanov a quien los marxistas no le han conseguido suplente, y que concebía la historia como un solo y único actuar de las masas, es decir la historia no reconoce  como sujeto/objeto sino a los grupos, a las muchedumbres,  a los colectivos. Extremos de un mismo extravío histórico.

Abolir es borrar, o en el mejor de los casos, en lenguaje coloquial borronear, hacer de la comprensión de lo histórico un intento difuso, opaco, que impide ver con claridad lo factico, lo real. Rosenberg el nefasto teórico del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores de Alemania, sostenía que la historia de los pueblos se reduce en su  primer mito, y Goering sostenía que era necesario borrar de la historia el año de 1789. En Venezuela se han derribado estatuas del fundador de la república José Antonio Páez y se ha pretendido oscurecer la figura del libertador intelectual del país Juan Germán Roscio y a Miguel Peña el ilustre orador y político, a quien Ecarri ha tributado una extraordinaria biografía que ha coadyuvado a fortalecer el sentido de la civilidad, a reivindicar el sentido de la historia como algo más trascendente que una pistola, un puñal, una espada, un fusil o el tormentoso casco de unos caballos  (Sarmiento sostenía , según cita Vallenilla, en su Cesarismo Democrático, que el caudillismo brotaba de las patas de los caballos en países   de llanuras como Venezuela y Argentina) Quizás no sea pertinente decirlo, pero yo como historiador estoy obligado a hacerlo ya que esta cuestión de la tradición estatuaria tiene un valor simbólico que no podemos obviar,  pues  dicen cosas que a veces en  las lecturas superficiales de ellas quedan ocultas. Al ridículamente llamado Comandante Supremo y Eterno se le erigieron  muchas estatuas, que en al algún momento la rebelión de estos días derribó algunas de ellas, pues resultó que al tumbar la figura osada y valiente del Héroe del Museo Militar, quedó al descubierto que el  bronce era de pacotilla, era de anime. Y aprovecho para informarles que el llamado Cuartel de la Montaña pertenece a la simbología franquista…

Antonio ha hecho un buen acopio bibliográfico y documental sobre el tema. Ha afincado, como decían antes nuestros abuelos, su pluma en esa reivindicación civilista, no solo en este discurso sino en una ya extensa obra que se aproxima a la titánica tarea de enfrentar a la fuerza bélica, es decir la fuerza bruta la que cobardemente se cobija en pomposos estados Mayores de la Cultura, con la intensa fortaleza  espiritual de las ideas. Es una obra y un discurso éste de factura política, lo cual no lo desmerita en el orden de lo historiográfico pues los límites entre la historia y la política se hacen cada día mas estrechos, mas abrazados, no en balde Maquiavelo sostenía que la negación de la historia es la negación de la política y que la negación de la política, acoto yo, es la exaltación de la barbarie, en el sentido que la entendían los griegos. La labor de Antonio Ecarri, en el texto y en la vida, es una confrontación contra la barbarie, lo que en estos días es mucho decir del coraje y la inteligencia de Antonio Ecarri.

Los de la barbarie consagran, no ahora sino desde hace algún tiempo, la existencia de segundas independencias, de unos segundos Bolívar, de otros Sucre, y así duplicando los héroes, y asumiendo ellos el papel que éstos venían desempeñando en la historia, cosa que han hecho vergonzosamente, Algunos en su trayectoria demencial  han pretendido asimilarse al Libertador en términos de Eterno y Supremo. Son los atrasados defensores de una leyenda negra, conceptualmente anémica, usada como “botalón” en el intento de amansar la historia; cosa parecida al invento de la existencia de una Quinta Republica, que solo se aloja en la ignorancia de lo que ha sido nuestra trayectoria republicana y se sostiene, esa quinta, en la punta de bayonetas.

El tácito protocolo de la Academia impone una cierta cortedad en las respuestas a los discursos. He tratado en la medida de lo posible de sintetizar una respuesta que merecía ser más extensa y profunda, porque el contenido de este discurso así lo amerita, como estamos seguros que serán los contenidos de los trabajos que tiene en elaboración y con los cuales nos amenaza con su pronta publicación.

Finalmente creo obligatorio, más que necesario, reconocer en este acto que la labor de Carlos Cruz  y los demás miembros de la Junta Directiva, al frente de la  Academia ha hecho méritos suficientes para declararla desde ya como exitosa, y lo digo porque ha abierto las puertas celosas de la tradición y el cambio, a nuevos miembros, hoy correspondientes, mañana numerarios, a gente investida  de respeto y de ideas nuevas enriquecedoras de la sabiduría y la experiencia que aquí se han atesorado celosamente. Hablo de Genaro Hansen, de Orlando Arciniegas, de Eric Nuñez, Luz Zuccato y Rafael Arteaga que como confluencias de ríos, quebradas y riachuelos vienen a colaborar en la fructificación de una mejor academia.

GRACIAS MILES  POR LA DEFERENCIA, MILES GRACIAS POR LA PACIENCIA DE OIRME Y ESCUCHARME.

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