Desde hace algunos años se viene celebrando en Puerto Cabello, cada 26 de mayo, la llegada del último barco negrero. Explican sus organizadores que la efeméride recuerda el arribo a la ciudad del buque “Roma Libre”, el año 1825, proveniente de África con un cargamento de numerosos esclavos que fueron de inmediato liberados por las autoridades, finalizando así el gran tráfico de esclavos llegados de aquel continente. El suceso lo consigna el General Páez en su Autobiografía, señalando que el capitán don José del Cotarro se presentó ese año en La Guaira, para entregar al gobierno colombiano dicho bergantín, contrariado al ver que en España había sido derrocado el sistema constitucional y repuesto el régimen absoluto. Sin embargo, el bergantín “Roma Libre” no era un barco negrero, sino uno armado en corso, y aunque arribó al puerto con algunos esclavos esto fue en fecha anterior a mayo del año veinticinco. Pormenores de las circunstancias que rodearon su llegada, los conocemos gracias a la lectura de un folleto que su capitán publica en el puerto, bajo el título “Exposición de José del Cotarro Dueño y Capitán del bergantín Roma-Libre en testimonio de gratitud a los Colombianos por su generosa acogida”, que se conserva en la Academia Nacional de la Historia.

Explica Cotarro que en septiembre de 1823 le había sido otorgado patente de corso para perseguir buques de las naciones enemigas de España, entre ellas Francia, zarpando en diciembre de ese mismo año de la Habana; a su llegada a Puerto Rico se entera de los cambios políticos ocurridos en la metrópolis europea, y aún así confiesa siguió haciendo el corso apresando a una fragata francesa en ruta de Burdeos a Perú, además de una goleta también gala con 362 esclavos a bordo, en su navegación de regreso de la costa de África al sur de la Isla de Cuba, los cuales vendió allí sin autorización de las autoridades. Cotarro entonces dirige la embarcación a La Guaira, a finales de 1824 o enero del año siguiente, solicitando la protección de las leyes de Colombia por las persecuciones de que era objeto por parte de las autoridades españolas, en razón de las ideas liberales de las que –decía él- era partidario. Las autoridades locales le brindaron protección persuadidos de que aquél había cumplido a cabalidad con las reglas del corso, autorizándole a destinar la embarcación a tal fin, si ese fuera su deseo.

El 10 de enero de 1825, sin embargo, llegaban a ese mismo puerto algunos buques de guerra franceses, bajo el mando del Capitán de Navío Dupotet, para formular varios reclamos entre los que figuraban Cotarro y su buque, por supuesto incumplimiento de las regulaciones del corso al atacar embarcaciones de aquella nación. La denuncia contra Cotarro, entonces, fue desestimada por ser vaga e indeterminada. A pesar de lo anterior la versión de Cotarro será nuevamente examinada por las autoridades locales, en particular, cuando ve luz su “Exposición…”, publicada el 28 de febrero de 1825, en la que confesaría abiertamente haber cometido actos ilegales en ejercicio de una patente de corso otorgada por la España constitucional, al haber atacado buques de Francia aun cuando sabía para aquel momento que se había derrocado ese régimen, convirtiendo su proceder en meros actos de piratería (por tratarse de buques pertenecientes a una nación ya no enemiga de España) y en justo el reclamo de Dupotet. En su relato, además, confesaba haber vendido en Cuba un gran número de esclavos, sin previa condena, tomados de un buque francés. Las autoridades acuerdan, en consecuencia, el embargo del “Roma Libre” con las demás propiedades de Cotarro, para responder por sus obligaciones en el juicio que habría de seguírsele, según lo instruido por oficio de la Secretaría de Marina y Guerra de fecha 7 de junio de 1825, publicada en la Gaceta de Colombia del 31 de julio. Cotarro, aunque sin éxito, intentará rebatir las acusaciones de Dupotet en otra publicación que llama “Impugnación a los insultos atroces con que el gobierno francés trata de denigrar la conducta de los individuos del corsario Roma-Libre”.

Habilidosamente don José del Cotarro había tratado de ganarse el favor de las autoridades colombianas, con una versión interesada de sus andanzas corsarias, pero un desliz en la manera como las expuso en su folleto lo dejó al descubierto; a partir de ese momento se verá involucrado en acciones judiciales de pública trascendencia, en las que Sebastián Boguier y Renato Beluche también intervienen, consignando sus opiniones en otro folleto titulado “Refutación a la contestación del señor Francisco de Paula Quintero sobre el impreso titulado Siguen los Denuncios contra el bergantín Romano o Roma-Libre”, salido de la imprenta de Joaquín Jordi. Tiempo después el buque de Cotarro es vendido a don José Jove quien lo llamará “El Libertador”, siendo destinado también al corso.

No solo tuvo que enfrentar José del Cotarro un agrio proceso judicial que terminará arrebatándole su buque, sino que también se verá imposibilitado de disponer de los esclavos que traía a bordo del “Roma Libre” a su llegada al puerto. En sus andanzas por el Caribe, aquél había capturado un buque francés con centenares de esclavos que vendió mayoritariamente en Cuba, quedando 38 de ellos a bordo. Vale la pena recordar que un decreto de la Junta Suprema (1810), había prohibido el tráfico internacional de esclavos; el 19 de julio de 1811 se dicta la Ley de Manumisión y una década más tarde se establecen las Juntas de Manumisión que tenían como tarea la compra de esclavos a sus propietarios para darles la libertad.

Por espacio de al menos dos meses, los esclavos permanecieron a bordo del bergantín “Roma Libre” que se encontraba anclado en la rada porteña, hasta que el 10 de marzo de 1825 se reúne la Junta de Manumisión local a solicitud de la municipalidad, para tratar su situación. Inmediatamente la Junta es de la opinión que deben ser declarados libres, con arreglo a la Ley de Manumisión, acordando oficiarle al Síndico Procurador para que informara de ello a Cotarro, y que “le manifieste igualmente la necesidad de tenerlos á la disposición de la Ilustre municipalidad”, para que diera conclusión a las formalidades legales. El 8 de abril de ese mismo año se reúnen los munícipes José de la Cruz Peroso, Presidente José Francisco Velásquez, Domingo Antonio de Olavarría, Juan Antonio Ochoa, Henrique Gerardo Van Baalen y Manuel Sojo, Síndico Procurador General, con presencia de 35 de los esclavos, toda vez que 3 habían escapado, para conocer del oficio de la Junta de Manumisión del 12 de marzo, por el cual se le instruye reclamar de Cotarro los “siervos naturales de África” quienes debían ser libres, quedando todos bajo el cuidado de la municipalidad “hasta que aprendan el idioma, y penetrados de las leyes bajo que viven determinen de su persona”. Para comunicarse con aquellos Francisco Tinoco, natural de África y residente por muchos años en el país, actuó como intérprete informándoles que de acuerdo a las leyes se les declaraba “en el goce de su entera libertad natural”. Llama la atención el trato respetuoso que se le brindó al grupo de manumisos durante aquella sesión, ya que en el mismo acto “se les exploró su voluntad escrupulosamente sobre el destino que querían tomar, y contestaron unánimemente que de ninguna manera se querían embarcar en el buque que estaban, ni en los de guerra, ni en otro alguno, manifestando la mayor parte de ellos que querían dedicarse á la agricultura, y algunos al servicio de las casas”; se le pidió al intérprete, entonces, los destinase según la voluntad de cada uno de ellos. Tomaban esta decisión los funcionarios municipales sin querer ellos destinarlos a oficios específicos, porque permitiéndoles a ellos escoger les parecía “mas libre y conforme á justicia”. Finalmente, acordaron los munícipes que “si querían para su mayor seguridad tener un documento de este acto ocurriesen al escribano público para que les compulsase los testimonios que querían”. El 26 de mayo la Junta se Manumisión se reúne para ser informada sobre la feliz conclusión del asunto de los africanos, “á virtud del celo con que fue visto el asunto por la Ilustre municipalidad”.

Qué sucedió con aquellos 35 africanos, ahora hombre libres en suelo colombiano, no lo sabemos. Probablemente permanecieron en el puerto integrándose a otras comunidades de color, no sin antes tener que aprender el idioma castellano ya que la llegada de nuevos esclavos a estas tierras, como lo hemos referido, no se verificaba desde finales del siglo XVIII. Quizá formaron un grupo aislado que mantuvo sus usos y costumbres por décadas, y que se puede apreciar en viejas imágenes del puerto. Interesante tema de investigación, sin duda, para los antropólogos. Cuando las actuaciones llegaron a Caracas y son conocidas por la Dirección de Manumisión (Octubre de 1827), sus miembros expresarían: “No ha podido menos la Dirección que sentirse conmovida de placer al imponerse de semejantes diligencias, por el solo hecho de pisar el suelo de Colombia, salen del triste estado de servidumbre, en que yacían poco antes, y entran á gozar de la dignidad de hombres libre”. El tema era de tal trascendencia que se acordó que todos los documentos se insertaran en la Gaceta del Gobierno.

De tal manera que ni último barco negrero arribado al puerto un 26 de mayo, ni centenares de esclavos a bordo, mucho menos un Capitán ganado por las ideas libertarias resultan de los hechos históricos que ahora revisamos y documentamos, pero no por ello deja de ser un episodio de gran trascendencia que merece conmemorarse, noble gesto de los munícipes porteños a favor de la igualdad entre los hombres.

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