Marc Bloch acuñó la frase del “ídolo de los orígenes” para referirse a la veneración que puede suscitar el conocimiento, pretendidamente exacto o preciso, del pasado. Se trata de la necesidad de conectarse con algo, es decir, con un referente anterior o precedente, para cristalizar o cimentar una identidad. Esto solo es posible cuando las personas conocen y asumen sus raíces sociohistóricas, cuando asumen como cimentadas su presencia y su accionar. Al hacerlo, se experimentan sentimientos de pertenencia y herencia social. De allí, que el conocimiento de los orígenes de una ciudad, un centro poblado, una barriada, una urbanización, una entidad intermedia como un municipio, una provincia o estado, un país, sea un asunto fascinante para los habitantes, sean nativos o no.
Ese ídolo puede convertirse, a veces, en un fetiche morboso que lleva a reafirmar y divulgar versiones no confiables de un acontecimiento, semejantes en muchos casos a las etimologías populares. También puede contribuir a magnificar o condenar, según el caso, a un grupo de actores y sujetos sociales (como los indios, los españoles, los negros, los misioneros, los militares, los comerciantes, los empresarios, los obreros, los maestros) a un personaje, especialmente a quienes han tenido actuaciones políticas como, en el caso venezolano, Simón Bolívar, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt o Hugo Chávez Frías, por solo mencionar algunos ejemplos. También puede ocurrir que la historia se invente, no desde la nada como una mera ficción, sino a partir de eventos documentados, pero ensalzados o exagerados con propósitos didascálicos o literarios (como sucede con las leyendas), tal cual ha indicado el historiador inglés Bernard Lewis.
Estas ideas ayudan a entender el caso de la fundación de las ciudades: desde versiones poco confiables y leyendarias (Roma y la loba que amamantó a Rómulo y Remo) hasta suposiciones que se aceptan como verdades incontrovertibles. Aquí entran en juego elementos excesivamente valorados en el presente, pero no de igual manera en tiempos antiguos, como la precisión cronológica, las fechas iniciales de algo o la manera de contar los años, además de la exactitud geográfica. Estos elementos “construidos” desde el presente pueden convertirse en fetiches que complican la interpretación histórica. A ello hay que añadir los sesgos de la visión actual o contemporánea en desmedro de una explicación diacrónica.
Algunos pocos ejemplos nos pueden ayudar a contextualizar mejor esto. Lima fue fundada el 6 de enero de 1535 (algunas fuentes hablan del 18 del mismo mes), pero en realidad esa fecha del día 6 solo coincide con la conmemoración de la Epifanía y de los Reyes Magos, escogidos con antelación como patronos de la ciudad, que se conoce como “ciudad de los Reyes”, igual que en el alto Llano de Aragua San Sebastián de los Reyes, ciudad que debió mudarse varias veces de emplazamiento como Trujillo (la ciudad portátil) y San Diego de Los Altos, en el estado Miranda, entre otras poblaciones. Estos prejuicios dificultan comprender la fecha de efectiva fundación de un sitio y generan controversias, como en el caso de Santiago de León de Caracas.
Hoy en día se habla de colocar la “primera piedra” para referirse al inicio de una obra, pero con frecuencia ese inicio o “primera piedra” se remonta a un momento anterior que posibilitó llegar a un estado ideal de “primera piedra”. Visto así, surge la duda sobre el momento preciso que debe considerarse como el verdadero “inicio”.
La tarea de los historiadores es recuperar evidencias e interpretarlas, pero no subordinarlas a una premisa complaciente, como suele ocurrir en muchos casos, especialmente en contextos muy ideologizados. A veces surge esta tentación al referirse a poblaciones poco documentadas, valoradas o visibilizadas. Hay que distinguir, por supuesto, los relatos populares que tienen otra significación y trascendencia y los discursos analíticos, la historiografía académica.
Resulta comprensible y justificable la necesidad de conocer lo orígenes, pero a veces estos solo pueden ser reconstruidos parcialmente o de manera tentativa. Este carácter no le resta importancia, sino que más bien, especialmente por la sofisticación metodológica y el esfuerzo para reconstruir de manera sistemática y controlada, adquiere más relevancia. También es necesario admitir que pueden coexistir versiones, hipótesis o interpretaciones distintas y ello, lejos de ser una confusión o de representar falacias, manifiesta la complejidad de las reconstrucciones históricas y las llena aún más de valor, tanto heurístico como hermenéutico.
El ídolo de los orígenes nos llama y tienta, pero debemos atender su llamado de manera serena y cautelosa, aunque nos apasionen por igual el asunto, la carencia de certezas y datos y la necesidad de proponer interpretaciones históricas.
Horacio Biord
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