En muchas tradiciones culturales y místicas los animales están asociados con aspectos simbólicos y sagrados. En diversas religiones, especialmente antiguas, los animales se asocian a deidades, como en el antiguo Egipto y en Mesoamérica donde encarnaban divinidades, principios y valores. En la Edad Media occidental, los bestiarios tuvieron una gran importancia. En los relatos populares y folklóricos, los animales tienen un puesto privilegiado, como lo emblematizan Tío Tigre y Tío Conejo. Es también el caso de los pueblos indígenas que habitaron y habitan aún en Venezuela. No en balde representaciones de animales ocupan lugares destacados en la ornamentación de la cerámica, especialmente antigua que se ha documentado mediante investigaciones o hallazgos arqueológicos, y la cestería, la orfebrería y otros elementos de la cultura material.

En Venezuela, es común encontrar, especialmente en el centro-norte y el oriente del país, referencias a los zamuros (Coragyps atratus), vistos en algunas religiones indígenas como mensajeros entre lo alto y la tierra. Así lo testimonian los topónimos con la palabra curumo (kuruumo), proveniente de las lenguas de la familia caribe, que designa al buitre negro americano.

En Los Altos los animales han tenido desde muy antiguo una significación especial. Los picures (Dasyprocta fuliginosa), llamados también acures, son roedores muy comunes en las montañas de Los Altos y tienen una significación especial. Es posible que Gulima, el nombre indígena antiguo de San Antonio de Los Altos, esté asociado al término acuri o acure. De hecho, viejos vecinos de San Antonio recordaban que en Los Altos siempre ha habido muchos picures así como lapas. Estas últimas eran muy comunes, por ejemplo, en la montaña de Pipe, especialmente donde hoy está el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, como solían recordarlo, entre otros, mi padre, Horacio Biord Rodríguez, y mi tío Moisés Biord Rodríguez.

Los sitios de Bejarano y Prim están en la zona ubicada entre el embalse de La Mariposa y La Cortada del Guayabo, donde la vía se bifurca por la izquierda bajando por Agua Fría y la hacienda “El Vapor” hacia La Cortada de Maturín, en la entrada a los Valles del Tuy, y a la derecha hacia San José y San Diego de Los Altos para seguir luego, por Pasatiempo y Quebrada Honda, a Carrizal o a San Antonio de Los Altos. Allí, por Bejarano y Prim, me enteré hace unos años de que los picures eran fuertemente demandados para las ceremonias de santería que se celebran en portales ubicados por allí y supe igualmente de personas que se dedican a atraparlos. Desde entonces quedé preocupado por la presión que la cacería desmedida con fines comerciales debe estar ejerciendo sobre la población local de picures.

Un testimonio interesante de la abundancia de picures en esa zona lo proporciona Eduardo López de Ceballos en su obra Fauna de Venezuela y su conservación (Caracas, Editorial Arte, 1974), dedicado a «a los campesinos de mi país, buenos y agradables compañeros en el llano y en la montaña». Ese libro está conformado por relatos personales que hace su autor, aficionado por igual a la cacería y a la conservación de especies, según expone en la introducción aunque pudiera parecer contradictorio. Evoca diversos episodios que involucran a distintas especies de animales venezolanos, sobre todo de la Cordillera de la Costa y el Llano. Según su testimonio, «el picure es un importante miembro de los antiguos roedores suramericanos, pariente de la lapa y del chigüire o capibara. El picure es diurno, bastante bonito y de muy buena carne roja. La variedad de esas zonas [refiriéndose a Los Altos] pesa como tres kilos y llega a cuatro. Usa las patas delanteras como manos para agarrar la comida, que consiste en vegetales concentrados como frutas y tubérculos. No come paja. Es agilísimo, rápido y en extremo astuto. Tienen, en las zonas donde viven, pequeños senderos o caminos que mantienen limpios y muy estudiados. Les dan sobre los predadores, en especial los perros, gran ventaja El picure corre por su red de caminos sin tropezarse ni dar traspiés y con un mínimo de esfuerzo. El predador más grande se enreda y se da golpe. Para igual recorrido trabaja mucho más” (pp.105-106). Dice también el autor que en «en emergencias, el picure tiene otros recursos. Se ensota igual que hace el venado» (p. 106). De allí la expresión muy venezolana de “picurearse” o escaparse, evadirse, perderse.

Sobre la zona antes referida, dice el autor “en la vuelta de la carretera vieja en Agua Fría, cerca de donde la quebrada de El Vapor cae a la de Maitana, había conucos y era fácil cazarlos, porque había carretera por tres lados. Una tarde fuimos, Paco y yo, con cuatro buenos perros y en dos horas matamos seis picures. Un super record. Los días buenos cogíamos a lo sumo dos, y con frecuencia ninguno. Aquella tarde, tiré otro que levantó el perro Pelú en la subida hacia la casa» (pág. 107).

En algunos pueblos indígenas amazónicos el picure se asocia simbólicamente con los inicios de la agricultura por su estrecha relación con los conucos y sus patrones alimentarios. Para los ye’kuanas constituye una amenaza para los conucos por el hábito de desenterrar la yuca para comérsela. De allí que también sea una presa de caza para los indígenas y una carne por ellos apreciada.

El picure constituye, sin duda, un hermoso ejemplar de la fauna de Los Altos. Aficionado a caminar por los parajes montañosos de mi tierra, llevaba varias semanas o quizá meses refiriendo que había visto pocos animales silvestres últimamente en Los Altos y, en especial, en la serranía de Pipe. El 22 de octubre de 2024, como alrededor de las 3:00 de la tarde, entrando a la montaña de Pipe para dirigirme a mi laboratorio en el Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, observé la rápida carrera de un picure que atravesó la carretera delante de mi vehículo. No solo me alegró verlo, sino que además lo tomé como un buen augurio, presagio de mejores tiempos. Me recordó a Tío Picure, el personaje de un cuento que escribí durante la pandemia. Es un picure que experimenta fuertes deseos de volar como los zamuros y viajar por muchos lugares para conocerlos y disfrutar del doble placer de las nubes y la tierra.

Bendecida sea la presencia de los picures en la tierra de Los Altos y bendecida sea la posibilidad de que el nombre indígena de San Antonio de Los Altos provenga de la denominación indígena del picure, lugar de acures o picures.

Horacio Biord

hbiordrcl@gmail.com