La del lunes 3 de junio de 2024 era una tarde lluviosa en San Carlos (estado Cojedes). La lluvia arrancaba ramajes y terrones a los cerros del norte. El cielo estaba cubierto de arreboles. Una llovizna disfrazaba el atardecer y lo poblaba de notas y tonos al caer sobre los tejados. «Para mí la música es todo, es mi vida», decía con absoluta seguridad en sí mismo y una amplia sonrisa Nelson Castillo. “Yo soy canto y yo soy música”, aseveraba con ojos de humildad y confianza en sí mismo. “La décima, la salve, la llevo por dentro».

Nelson Lisandro Castillo es un decimista popular del estado Cojedes. Nació el 28 de agosto de 1967 en Lagunita, municipio Ricaurte del estado Cojedes, a unos 60 km al sur de San Carlos, en el fundo de Pancho Romero, hoy llamado fundo Sarah María. Su madre, María de los Ángeles Castillo, nació en Lagunita el 1° de noviembre de 1940. Su padre en cambio, César Román Oviedo, había nacido en Rubio (estado Táchira) alrededor de 1947, pero se crio en San Antonio del Táchira y La Consolación de Táriba, señala con precisión geográfica y cronológica Nelson Castillo.

Nacido con problemas severos de movilidad, la medicina logró mediante trece operaciones darle una asombrosa capacidad de movimiento. La mano de Dios guio a los médicos y la voz de Nelson no ha cesado de alabar la bondad divina. A los 9 años se inclinó hacia la música y la religión. Sintió la llamada del sacerdocio, pero su delicada salud le impidió seguir en el seminario. Fue monaguillo durante muchos años, hasta entrado ya en la treintena. Ayudó, según recuerda, a más de 150 sacerdotes en celebraciones litúrgicas.

Por muchos años se dedicó a la catequesis y a la preparación para los sacramentos. Hoy aún es rezandero, muy solicitado para recordar y honrar a los difuntos y consolar a los deudos. Una vez, siendo todavía menor de edad, se fue a rezar a un velorio sin pedirle permiso a sus padres. Su papá aseguró la puerta y lo dejó afuera toda la noche. Llovió y Nelson se mojó. Al día siguiente, según sus propias palabras, “el desayuno fue una pela”. El duro castigo paterno le dejó como enseñanza el valor del respeto y la obediencia filial. De ahí en adelante pedía permiso cada vez que iba a salir. Ya adulto no olvidaba notificar sus ausencias para impedir la preocupación de sus familiares.

En los velorios encomienda al difunto y a la familia. Comienza siempre dando gracias a Dios e invocando su protección y misericordia. “Con Dios primero, dándole gracias a Dios”. Reza los rosarios de la manera tradicional. Se empieza con la señal de la cruz, se prosigue con el rezo del acto de contrición. Luego se rezan los misterios y se prosigue con la salve, el credo, las letanías y la bendición final.

Desde niño empezó a cantar. Su papá también era músico y tocaba la guitarra. Abandonada la carrera eclesiástica, se dedicó entonces a su otra gran pasión, la música. Gabriel Núñez, un perito agropecuario de origen guariqueño, lo enseñó, en su nativa Lagunita, a tocar el cuatro, el gran instrumento que le canta al llano y a Venezuela toda. Nelson empezó a cantar rancheras y música mexicana. Más tarde reflexionaría sobre la importancia de la música venezolana y de la llanera, en particular, y a ellas consagró su voz y su maravilloso oído musical. Ahora canta joropos, cantos de angelitos, parrandas navideñas y décimas a la santa Cruz y a los santos.

A lo largo de su vida ha sentido una especial devoción por la santa Cruz. Señala que tiene más de 75 décimas para la Cruz. Su canto la ensalza, siempre acompañado del cuatro:

“Con la cruz yo me persigno

Y con ella voy a la iglesia

Para ver con qué grandeza

Mi Dios santifica el vino”

Un sentido claro y rítmico de la métrica lo lleva a insistir en la lengua poética:

“Santísima Cruz de mayo,

¿pa’onde vas tan de mañana?

A visitar el enfermo

que está postrado en la Cruz”.

Nelson Castillo también cultiva los llamados cantos de angelitos, hermosa tradición de la Venezuela rural que consiste en entonar canciones en los velorios de niños pequeños.

Habla un angelito:

“Ayer tarde me morí.

Yo vi quién me lloró.

Dios se lo pague en el alma

Al que de mí se acordó.

Ananaina, ananaina”.

Prosigue el canto con la intervención del cantor:

“Angelito, te moriste

Angelito, te moriste

Y pa’ los cielos te vais

a rogar por padre y madre

que en el mundo los dejáis

Ananaina, ananaina”

El habla popular y las licencias métricas se combinan para lograr los octosílabos.

Y continúa el canto triste, que es a la vez oración, tributo y poesía, en estos versos pentasílabos:

“Al cielo vuelen,

ángeles santos,

un canto alegre

de mi baúl

Al cielo vuelen

mis tristes cantos

y un dulce llanto

de gratitud”

Por su labor como cantor y cultor Nelson ha recibido varios homenajes, los cuales agradece pues cree que “los homenajes se hacen en vida”. Señala también que “los abrazos se sienten en vida” y también los besos y los apretones de mano. Ha sido declarado “Patrimonio Cultural y Leyenda Viviente del Municipio Ricaurte” en 2022 y en 2023 fue homenajeado en el sector Campo Alegre, próximo a Lagunita, justamente donde se crio y vivió de niño.

Nelson se reconoce como católico devoto y practicante. “Cristo está vivo”, recuerda. “Venero a María, a la santa Cruz, a san Juan, a san Antonio, a san Pascual Bailón”, que “por el mundo baila”, dice, y Nelson rasga su cuatro como para recordar que su canto es también oración.

Nelson, como los hermanos Véliz Manzanero y tantos otros cantores y cultores cojedeños, mantiene viva una antigua tradición que se renueva con sus cantos y devociones. Ellos cantan y oran, y al cantar y orar llenan de alegría los momentos tristes y renuevan y acrecientan la fe en la Venezuela profunda que permitirá reconstruirnos y reinventarnos desde el venero de la tradición. Que el canto de Nelson acerque la mano de Dios al dolor venezolano.

Horacio Biord

hbiordrcl@gmail.com