Una evocación muy personal
Era 1989 y tuve la suerte de conseguir en la pequeña librería que existía entonces en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas un ejemplar de brillante portada azul de Memorias de una antigua primavera. Me llamó la atención la nota informativa y, al hojearlo, sentí que debía adquirir el libro de inmediato. Lo leí casi de un tirón y al concluir la novela tuve el impulso de escribirle de inmediato a la autora. No podía intuir que estaba iniciando de ese modo una larga amistad, cuya etapa terrenal se extendió por 34 años hasta el viernes 7 de julio de 2023, cuando por Jacobo Maita Mata, su hijo menor, me enteré del fallecimiento de Milagros poco después de haber ocurrido.
Desde 1982, he trabajado con los indígenas kari’ñas de la Mesa de Guanipa (estado Anzoátegui). Una de las ciudades que más había visitado entonces, y a la que siempre le he tenido un especial afecto y gran curiosidad por su historia, es El Tigre. Quizá por eso, pero también por la forma de su escritura, inmediatamente me conecté con las historias que se entrelazan en Memorias de una antigua primavera como aproximación ficcional a la historia de la ciudad en el cincuentenario de su fundación. También me agradó la armónica integración de los recursos narrativos e instancias elocutivas.
De manera muy especial me subyugó el episodio del trabajador petrolero que contempla una sirena en los morichales de la sabana y queda irremisiblemente atado a su atracción fatal. Veía plasmada en una obra literaria los cuentos y relatos que escuchaba a los kari’ñas y otros indígenas guayaneses sobre los mávare (o máwaris) de la sabana, los pozos, charcos y bosques. Por esa formidable revelación, en alguna ocasión dediqué o pensé dedicar un texto a Milagros con la acotación de que “me enseñó cómo”, es decir cómo expresar esa riqueza extraordinaria de los pueblos indígenas que con frecuencia se ignora, invisibiliza o destierra de la producción literaria venezolana.
Milagros me contestó puntualmente, con gran amabilidad y quizá, según creo recordar, no sin emoción. Me decía que era poco frecuente que un lector le escribiera al escritor. Aquello le resultaba satisfactorio como autora porque sentía que le había llegado a un lector. También me llamó la atención sobre una confusión mía. En mi carta le decía que me daba curiosidad que llamara “zopilotes” a los zamuros o kuruumokon de la sabana. Kurruumo es la palabra para zamuro en kari’ña y otras lenguas del tronco lingüístico caribe. Me precisó entonces que había usado “gallinazos”, y no zopilotes como yo había internalizado, según sus palabras. Había escrito parte, al menos, de la novela en Barranquilla (Colombia), donde se usa la forma “gallinazo» y eso la llevó a emplear esa denominación.
Le dije también que había logrado reconocer algunos personajes (“si no conociera al personaje, no me hubiera dicho tanto la escena”, fueron quizá mis palabras, según recuerdo). Ese intercambio selló definitivamente nuestra amistad. Luego nos enviamos libros y materiales y yo un cuento de temática kari’ña (“Ila”) que ella tuvo la amabilidad de hacerme publicar en El Escarabajo, una revista literaria del Ateneo de El Tigre.
Coincidimos en enero de 1991 como investigadores en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y, aunque nuestros encuentros allí no fueron muy frecuentes porque los horarios eran distintos, eso hizo que nuestra amistad se reforzara. De hecho fue allí y entonces cuando conocí personalmente a Milagros, pues antes solo habíamos tenido una relación epistolar. Más tarde nos encontramos en diversas oportunidades.
Leí con atención y deleite, cuando finalmente salió, La casa en llamas, su primera novela aunque aparecida luego de la segunda. Tuvimos ocasión de comentarla en Ciudad Bolívar en 1994, cuando ella acudió a una conferencia que pronuncié sobre los kari’ñas en julio de ese año. Milagros me dijo que los personajes y acontecimientos de la novela eran reales también, recordando mis comentarios sobre Memorias de una antigua primavera. No me atreví a preguntarle mucho, aunque podía imaginar y conjeturar. Leí luego Mata el caracol, su tercera novela, que también me gustó mucho y que comentamos mientras iba descubriendo su estructura narrativa.
Nos encontramos en Caracas uno o dos años después y a partir de allí, aunque pasamos varios años sin vernos personalmente, mantuvimos siempre una gran cercanía espiritual. Con nuestra amistad cimentada, pudimos compartir mucho, especialmente tras la muerte de Enrique Carnevali Villegas, su segundo esposo, y todo lo que había vivido a raíz de ese desenlace.
Muchos temas nos permitían compartir intelectualmente con profusión. Además de la literatura y nuestras propias creaciones literarias, teníamos intereses comunes como el simbolismo, las genealogías, las religiones, el esoterismo, los pueblos indígenas, la historia y los análisis sociales, especialmente de Venezuela. Ella me apoyó mucho y me animó en mi creación literaria y hasta creó un blog para divulgarla, cosas que le agradezco infinitamente.
Soñamos juntos muchos proyectos… Las posibilidades de crear una revista, la escritura de cuentos temáticamente orientados y hasta sendas novelas sobre el personaje bíblico de David. Ella ya había escrito un texto narrativo inédito sobre María Magdalena, que finalmente tuvo reticencias de publicar.
Nos vimos muchas veces… en Caracas, en Barquisimeto, en San Antonio de Los Altos. Estuvo varias veces en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, en cuyo Centro de Antropología trabajo como investigador, y allí nos acompañó en diversas actividades relacionadas con los pueblos indígenas, la microhistoria y etnohistoria.
Tuvimos muchos sueños y preguntas que hacernos, también unas cuantas respuestas que a veces encontrábamos al ponderar juntos alguna realidad o asunto, que podíamos ver desde distintas posiciones. Nos hicimos varias consultas sobre nuestras especializaciones y creo que ambos confiábamos en los criterios de cada uno, aunque no siempre fueran coincidentes.
Milagros leyó mi primera novela, aún inédita. Quería prologarla, pero yo sentía y aún siento que debo corregirla, incluso a partir de algunos comentarios de lectura de la propia Milagros. Cuando terminé mi segunda novela, Balada del cangrejo, un relato ficcional breve de carácter histórico, me sentí mucho más tranquilo cuando ella tras leerla me dio su opinión favorable. Eso me decidió a publicarla.
Cuando Milagros ingresó a la Academia Venezolana de la Lengua como miembro correspondiente por el estado Bolívar, circunscripción federal que ella eligió representar, pronunció un emotivo discurso sobre los kari’ñas. A ella le había tocado vivir en 1982 el desalojo por parte de la Guardia Nacional de la comunidad de Santa Rosa de la Mongolia, cercana a El Tigre, que se había establecido en terrenos que pertenecían a la antigua comunidad de Cachama. Santa Rosa, siguiendo un patrón típico de las sociedades caribehablantes, era una escisión de la comunidad de Bajo Hondo. Recordando las palabras de un anciano kari’ña, Milagros desarrolló la idea de que la lengua es la patria, el locus espiritual de las personas, el hilo conductor de la vida social y la lucha por lo propio. Era una reflexión aparentemente simple, pero de gran profundidad y relevancia. Había escogido el tema no solo por su intrínseca trascendencia, sino también como homenaje a nuestra amistad, a ese eslabón que nos unió inicialmente y continuó –y continuará- haciéndolo y que tiene que ver con los kari’ñas, con El Tigre, con la Mesa de Guanipa y sus farallones, con los estados Anzoátegui y Bolívar, donde también viven los kari’ñas.
A lo largo de estos 34 años de amistad terrenal, sostuvimos muchas conversaciones sobre diversos temas. Tratábamos siempre de precisar aristas, matices y detalles, no siempre aparentes e incluso contradictorios. Nuestra cercanía se hizo patente de nuevo cuando Milagros fue injustamente detenida en 2021 y durante los momentos difíciles que siguieron. Cuando Milagros fundó y se involucró en la Editorial Ítaca colaboramos en algunos proyectos divulgativos y editoriales y ella me animó mucho para retomar la escritura tras las consecuencias aletargantes del Covid.
En los últimos meses de su vida, en especial cuando estuvo en Los Teques, hablamos varias veces por teléfono. Por designios divinos, diría yo para no lamentarme y así evitar iras sagradas, no pudimos encontrarnos de forma personal. Tal vez hubiera sido un ansiado pero último encuentro, aunque sé que Milagros y yo forjamos una amistad que va más allá del plano terrenal porque ambos, como creyentes y personas de fe, sabemos que la vida tiene otras expresiones en la dimensión eterna del Padre santo.
Descansa en paz, Milagros, Milagros Mata, Milagros Coromoto Mata Gil, a quien tantas veces llamé marquesa viuda de Villegas. Muchas personas han dicho con gran acierto que vives en tu obra y que ese es tu legado; pero déjame decirte que también has de vivir por siempre en mi corazón, cual inocua y amable sirena de la sabana y los morichales.
Horacio Biord
hbiordrcl@gmail.com