Lo que fuera una Plaza Fuerte inexpugnable, al menos hasta noviembre de 1823 cuando las fuerzas republicanas la toman forzando la capitulación realista, cambiará a partir de la Revolución de las Reformas, pues se discute nuevamente acerca de la conveniencia de destruir algunas fortificaciones a nivel nacional. Así, el 8 de marzo de 1836 el Senado y la Cámara de Representantes dictan un Decreto en el que se ordena la conservación de la batería de El Corito en Puerto Cabello, señalándose, además, que las fortificaciones que no se mencionaban fueran destinadas a otros usos, demoliéndose todo lo que pudiera servir para atacar a las poblaciones y empleándose los materiales de las partes demolidas en otras obras públicas, o vendiéndose a particulares por cuenta del gobierno.

La exposición que en 1863 presenta el secretario de Fomento, don Guillermo Iribarren, a la Asamblea Nacional de Venezuela, y en la que aboga por la “extinción” de las fortalezas, permite comprender de mejor forma ese afán destructor: «Como una medida importante de Fomento me atrevo á indicaros la extinción de las fortalezas, que situadas en nuestras costas alimentan constantemente las esperanzas de las facciones, so pretexto de que sirvan para defensa exterior; cuando la experiencia ha probado de que solo son útiles, en la mayoría de los casos, para abrigarse en ellas todos los que se alzan contra el querer de la Nación, ó los que de alguna manera la hostilizan. Mui buenas pudieron ser las ideas de los que se refugiaron en Puerto-Cabello en 1835; pero la Nación las rechazaba, y solo con el apoyo de aquella fortaleza pudo haberse prolongado aquella guerra por meses sin necesidad. Toda la guerra y los desastres y ruinas de 1848 tuvieron por principal sostén el Castillo de San Carlos en la barra de Maracaibo, sin el cual, Venezuela habría ahorrado millares de víctimas y millones de su tesoro. Si los que proclamaron la Federación el 1° de Agosto de 1859 en esta capital, no hubieran tenido en la noche de ese día la noticia, de que la guarnición de Puerto-Cabello, sosteniendo las tendencias del partido que quería gobernar a Venezuela contra su voluntad, se había rebelado contra sus jefes, a quienes sospechaban en inteligencia con el Gefe de la Federación; sin duda que no habríamos tenido que lamentar el infausto dos de Agosto, y que se habría buscado por ellos de todas veras, á las dificultades de ese día una solución que no hubiera sido la de la sangre. Pero recibieron la noticia de que Puerto-Cabello se había salvado para ellos, y de que podían contar sin reserva con todos sus elementos, que ya creían perdidos, y no bailaron en arrostrar los cuatros años de sangre que engendró aquel día, de manera que bien puede decirse, que la existencia de esa fortaleza, es la que ha prolongado la guerra en los últimos cuatros años./ Tampoco se había continuado en Junio, Julio, Agosto y Setiembre últimos, si Puerto-Cabello no hubiera estado tan a la mano, para abroquelarse en él los restos de la Dictadura…».

Puerto Cabello verá, con el correr de los años, desaparecer los elementos de lo que otrora fuera su bien diseñado sistema de fortificaciones. Incluso El Coritocuya conservación ordenaba el Decreto de 1836, también terminará demolido. Afortunadamente, hoy la ciudad cuenta con dos importantes vestigios de aquel sistema fortificado: El Castillo San Felipe y el Fortín Solano.

El plano inicial del Castillo San Felipe, que data de finales de 1732, es de don Juan Amador Courten quien da inicio a los trabajos meses más tarde. Para agosto de 1742, las reformas introducidas por Juan Gayangos Lascari convertían el castillo en una fortaleza respetable, mientras que en los años siguientes muchos serán los ingenieros militares involucrados en nuevos arreglos y modificaciones, entre quienes destacan Miguel Roncali, Miguel Marmión, Bartolomé Amphoux, José Antonio Espelius, Miguel González Dávila, Agustín Crame y Esteban Aymerich. Todos ellos contribuyeron a la transformación definitiva de la fortaleza (1778). Como consecuencia de los muchos cambios en la estructura, y al analizar la última traza del castillo, Juan Manuel Zapatero en su Historia de las Fortificaciones de Puerto Cabello, concluye que se distinguen claramente dos etapas en esta edificación. La primera, que corresponde al proyecto de “fuerte” de Juan Amador Courten, aprobado por el monarca Felipe V; la segunda, referida a los diferentes proyectos de reforma ideados por Juan Gayangos Lascari, que también aprobados por aquel monarca, sirvieron para modificar la traza, convirtiéndole en “castillo”, declarado como monumento histórico nacional el 29 de octubre de 1965.

La fortaleza, también conocida como Castillo Libertador, ha sido protagonista de momentos claves de nuestra historia, tales como el ataque de la flota inglesa, en 1743, bajo las órdenes del comodoro Charles Knowles; la sublevación de Francisco Fernández Vinoni en junio de 1812, arrebatándole así la plaza de Puerto Cabello al para entonces coronel Simón Bolívar, lo que contribuyó a la caída de la Primera República; la capitulación del coronel Manuel Carrera y Colina, el 10 de noviembre de 1823, concluyendo así la guerra de independencia en tierra patria y el bombardeo anglo-alemán de 1902. También sus muros han tenido ilustres huéspedes, entre quienes se cuentan los acompañantes de Miranda en la fallida expedición de 1806, apresados por los españoles a bordo de los buques Bachus y Bee, algunos de los cuales serán ahorcados y otros sentenciados a trabajos forzosos; el Generalísimo Francisco de Miranda, cuyo Memorial de reclamo a la Real Audiencia de Caracas escribe en su calabozo y Vicente Salias, autor de la letra del himno nacional. Ya en el siglo pasado, será centro de reclusión de numerosos opositores al régimen de Juan Vicente Gómez y muchos jóvenes de la Generación del 28.

El Fortín Solano, también decretado monumento histórico nacional en 1965, debe su nombre a don José Solano y Bote, gobernador y capitán general de Venezuela, que entre mayo y julio de 1766 inspecciona el sistema de defensa de Puerto Cabello, dictando prudentes órdenes para la defensa de la zona. Ya desde el ataque inglés de 1743 se había juzgado conveniente la construcción de un punto fortificado de observación del mar y movimientos de navíos, sencilla obra mandada a hacer por Gayangos Lascari, pero luego rediseñada y desarrollada cuando Miguel de Roncali elabora su Plan de defensa con el Castillo San Felipe reforzado con mayor abrigo para el Pueblo Nuevo y las obras adelantadas de la Batería de Punta Brava, en la parte Norte, y las que se construirían en los Cerros del Sur, lo anterior permitiendo no solo anticipar eventuales ataques navales y el resguardo del puerto y el río San Esteban, sino también extender la defensa en sentido opuesto, en especial, el camino de Carabobo a Valencia, San Esteban y Valle Seco. Así, entre 1767 y 1771, se construye en la cresta del cerro de Las Vigías la batería El Mirador de Solano, presentando una figura irregular de seis lados de diversa magnitud, un parapeto “á barbeta”, explanada corrida, y en el centro, en la reducidísima plazuela de armas un corto cuerpo de guardia; además, fue edificada otra batería llamada del “Puesto vajo de la Vigía”, obras ejecutadas por Miguel Marmión y Bartolomé Amphoux. Será el brigadier Agustín Crame quien recomienda que la batería de El Mirador se ampliase a “fuerte” trazando un plano del proyecto, firmado en Caracas el 15 de mayo de 1778, que se materializa años más tarde.

En el Fortín Solano es ahorcado el oficial realista Antonio Zuazola (1813), fracasado el canje por el coronel Diego Jalón propuesto por Simón Bolívar; sus muros reciben como huésped a Pedro Carujo (1835), uno de los líderes de la Revolución de las Reformas y servirá de refugio a los insurrectos de la asonada militar conocida como el Porteñazo (1962), cuando es repetidamente bombardeado por aviones de la Fuerza Aérea venezolana.

mail@ahcarabobo.com

@PepeSabatino