El mural del artista Pedro Castillo (1790-1858) constituye el único documento pictórico que se conserva acerca de la Toma de Puerto Cabello, de allí la importancia que tiene para la mejor comprensión de ese episodio.
Castillo inició su formación como pintor en Caracas, realizando sus primeros dibujos a creyón y acuarela a los 12 años, bajo la guía del maestro italiano Onofre Padroni, de quien aprende la técnica de la pintura decorativa. Fue, además, un importante retratista y autor de pintura religiosa, que termina estableciéndose en Valencia hasta el momento de su muerte. Será Castillo, por cierto, abuelo del ilustre artista Arturo Michelena.
Su destreza como muralista puede apreciarse en la decoración que hace en la casa del general José Antonio Páez, hoy Museo Casa Páez, integrada por 9 grandes dibujos murales de gran formato dispuestos en los corredores del patio central, que representan las principales acciones militares en las que tuvo participación protagónica el Centauro de los llanos: Mata de Miel (Apure) 16 de febrero de 1816, Acción de Yagual (Apure) 8 de octubre de 1816, Combate del Palital (Guárico), 18 de diciembre de 1816, Batalla de las Mucuritas (Apure), 2 de febrero de 1817, Toma de San Fernando de Apure, 7 de marzo de 1818, Queseras del Medio (Apure) 2 de abril de 1819, Batalla de Carabobo, 24 de junio de 1821, Acción de la Sabana de la Guardia (Estado Carabobo), 11 de agosto de 1822 y el Asalto de Puerto Cabello en la noche del 7 de noviembre de 1823. Los murales al temple, y no frescos como algunos erróneamente los identifican, son complementados por motivos mitológicos e imaginarios que adornan otros espacios de la hermosa casona, que alguna vez fuera epicentro de una gran actividad social y cultural, y que se presumen pintados a finales de la tercera década del siglo XIX bajo la guía del propio general Páez o, al menos, alguno de sus lugartenientes con conocimientos de la topografía en las que se desarrollaron muchas de las acciones.
Sobre estos murales escribe el investigador de arte Roldán Esteva-Grillet, en su libro Vida y obra de Pedro Castillo (1790-1858): “… la segunda serie [de murales], más numerosa y realizada hacia 1830, se ha conservado pues decora los muros de la casa de Páez en la ciudad de Valencia. En ambas series Castillo incluyó una copia de la Batalla de Carabobo, según la litografía coloreada por Garneray; pero en las restantes ocho (la mayoría correspondiente a acciones en los llanos venezolanos) tuvo que inventar su propio modelo, sin por ello olvidar la lección europea: identificación de las tropas, caracterización del terreno en perspectiva de vuelo de pájaro, leyenda al pie de la imagen, ausencia de detalles expresivos o fisonómicos./ Lo atractivo de esta serie de nueve pinturas murales al temple –realizadas a fines de la segunda década del siglo XIX y restauradas a inicios de 1990– es que revelan, más allá de su factura de ingenuo academicismo, una visión antes que celebrativa, idílica por el tratamiento del paisaje y por la nula carga de dramatismo que resuman. A pesar de los soldados tendidos sin vida, los incendios de matorrales (algo común en el llano en tiempo de sequía) y la polvareda provocada por las huestes de llaneros a caballo, todo adquiere un tono casi festivo o de simple competencia, sin las desgarraduras y miserias propias de la guerra./ Los murales con las diversas acciones guerreras comandadas y ganadas por Páez, se encuentran en las paredes de los tres corredores del patio principal y son nueve en total. La secuencia de la lectura sigue un orden cronológico que parte del año de 1816 (al traspasar el anteportón del zaguán) hasta 1823 (regresando por el corredor exterior del salón principal)”.
El doctor en Bellas Artes y restaurador Fernando de Tovar Pantín, por su parte, señala que contratado los servicios de Castillo, éste inicia el mayor proyecto pictórico de su vida: La Casa de Páez. “Para ello -escribe- sigue los dictados del General: Un conjunto de murales mitológicos que enaltezcan las virtudes de Páez y un grupo de pinturas de batallas tomadas de los apuntes del General. Apuntes que luego utilizó José Antonio Páez en su autobiografía escrita en el exilio de Nueva York. Todo distribuido en los corredores y discretos salones de la casa. Esta restauración, encargada a nosotros en 1991, nos permitió recuperar cientos de metros de pinturas murales ocultas. Las pinturas fueron hechas en 1830 con la técnica al `seco´ (Un temple magro) imitando, con algunas transparencias, a un fresco”. (Breve recorrido por las restauraciones de pintura mural en Venezuela, 21 julio de 2016, en: https://fernandodetovar.wordpress.com). Este experto no vacila en señalar que la Casa de Páez es un documento histórico donde el general narraba al pintor Pedro Castillo cada detalle de las batallas que están en esos muros: “Cuarenta años después, en Nueva York, -concluye diciendo- en su autobiografía impresa en 1869 se pueden leer los mismos textos que aparecen al pié de los murales de esa gran Casa. Los murales son documentos gráficos y escritos de un gran valor”.
Como lo mencionáramos, el mural sobre el asalto a Puerto Cabello aquel noviembre de 1823 -episodio que pone punto final a la guerra de independencia venezolana, producida la derrota y posterior capitulación de los realistas- se convierte en un extraordinario documento gráfico, que permite apreciar el ámbito espacial sobre el que se desarrolla la acción y el movimiento de tropas, complementando así la información que brindan los partes y boletines oficiales, así como también los pocos testimonios presenciales, entre ellos, el relato que dejara el propio general Páez en su Autobiografía.
Lamentablemente, a lo largo de los años, este mural ha sido intervenido mediante dudosas restauraciones que, incluso, han supuesto modificaciones grotescas en su sección inferior; no obstante, resulta importante decir que estas intervenciones no han afectado la configuración de la ciudad amurallada y sus principales elementos, los que permiten ratificar aspectos de interés tales como el movimientos de las tropas a través de los manglares, la ubicación precisa del puente en el frente de la Estacada, entre otros. Esteva-Grillet hace énfasis sobre la importancia del mural por su abundancia de información: “La particularidad del escenario –ensenada, mar y tierra firme, barcos, construcciones civiles y militares– es por demás rica, tanto que la presencia de las tropas es mínima. A semejanza de la imagen de San Fernando de Apure, aquí podemos reconocer el modelo de las vistas de ciudades europeas, con la singularidad de haberse documentado el pintor fielmente, tanto que el perfil dado al fuerte de San Felipe, con su muralla almenada y rotundeces en lugar de baluartes agudos, se identifica todavía. Así pues, la imagen adquiere un valor iconográfico de interés arquitectónico -¿y urbanístico?- hasta ahora no explotado”.
En el libro de Esteva-Grillet, además, encontramos una reproducción del mural que venimos comentando, que no se corresponde con el actual mural que puede observarse en la Casa Páez. En el primero se aprecia en la parte inferior una estructura defensiva, la que no está en el mural que en la actualidad se exhibe, siendo dicha parte inferior ocupada por unos inmuebles y calles. Sobre estas intervenciones, agrega aquél: “Igual que en la Toma de San Fernando de Apure, el pintor se luce en el dibujo arquitectónico de fortificaciones partiendo de una zona suburbana –cuyos techos y solares habían sido cubiertos arbitrariamente con una insólita muralla por algún imaginativo restaurador-, y alcanzando el alto horizonte oceánico…”.
Es interesante apuntar que la imagen que ofrece Esteva-Grillet en su libro aparece, igualmente, reproducida en el Boletín No. 21 de la Academia Nacional de la Historia, publicado en julio de 1923, tratándose de la misma imagen que se encuentra el restaurador Fernando de Tovar en 1991, cuando restauraba los murales. Lo anterior se constata, claramente, al revisar la ficha técnica que corre inserta en su trabajo de tesis de doctorado presentado en la Universidad de Sevilla. Es entonces cuando la estructura defensiva o muralla se suprime por algunos techos y solares, producto del proceso de restauración. Lo único que parece cierto de todo lo anterior, es que en fecha tan temprana como 1923, ya el mural había sido objeto de caprichosas intervenciones. De hecho, el Dr. Fernando de Tovar nos ha manifestado, recientemente, su profunda preocupación al ver estos murales y pinturas decorativas repintados “(cubriendo la capa de pintura original) en algunos de ellos y las decoraciones que los rodean lo que supone un daño considerable”, siendo que en su opinión la Casa Páez reúne una complejidad estructural consecuencia de la cantidad de intervenciones arbitrarias que han tenido a lo largo de su historia, daños que tras muchos estudios fueron revertidos en parte por él en 1991.
Sería deseable que estos murales por su gran valor artístico e histórico puedan, en el corto plazo, ser objeto de una profunda restauración por expertos, especialmente el correspondiente al Asalto de Puerto Cabello, que se encuentra en condiciones deplorables, si se le compara con los ocho restantes. Indudablemente sería un gran regalo para todos los carabobeños que se procediera de manera inmediata, en el año bicentenario del heroico episodio.
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@PepeSabatino