La celebración del bicentenario de la Toma de Puerto Cabello justifica y obliga a una mejor comprensión de los hechos y, en general, de la efeméride por parte de los carabobeños y todos los venezolanos. Contrario a lo que creen algunos, lejos de ser un episodio de trascendencia meramente local, la verdad es que se trata de un hecho de armas que pone punto final a la presencia de los realistas en tierra patria, como corolario de las victorias de Carabobo (junio de 1821) y la Batalla del Lago (julio de 1823). Es frecuente leer y escuchar a algunos refiriéndose a los hechos erróneamente, bien porque se hacen eco de lo que hasta hoy ha sido la principal fuente de información -nos referimos al edulcorado relato del Gral. José Antonio Paéz consignado en su Autobiografía– o, sencillamente, porque repiten cuentos sin detenerse a buscar las fuentes que les sirven de fundamento, todo ello a pesar del esfuerzo de algunos divulgadores de la historia de enmendar los entuertos.
En línea con lo anterior, merece particular atención reconocer el espacio físico en el que tienen lugar los acontecimientos, toda vez que muchos son los que erróneamente han asociado la hazaña de las fuerzas patriotas con el Gral. Páez al mando, aquel noviembre de 1823, con la toma del castillo San Felipe, hoy llamado Libertador, cuando lo que en verdad se produce es la toma de la plaza fuerte que espacialmente ocupaba más o menos lo que hoy constituye la zona histórica de la ciudad. ¿Cuáles eran los límites y características de aquélla? Eso, precisamente, intentaremos explicar en las líneas a continuación.
Delinear los contornos y particularidades de la otrora Plaza Fuerte de Puerto Cabello, no es tarea fácil. Los profundos cambios ocurridos en el terreno, luego de la decisión del Congreso del 8 de marzo de 1836 de proceder con la demolición de las principales estructuras defensivas, incluido el cegado del foso que separaba la isla convertida en ciudadela, de la porción de tierra firme, además de la desidia mostrada por las autoridades gubernamentales respecto de la conservación del patrimonio arquitectónico local, dificultan en extremo la tarea. Sin embargo, todavía se cuenta con documentación cartográfica y algunos testimonios de los siglos XVIII y XIX, amén de la opinión de reconocidos historiadores que permiten, con bastante precisión, acometerla. Dentro de esta documentación vale la pena mencionar, con preferencia, aquella conservada en los archivos españoles y otras fuentes de interés, entre ellas: El plano elaborado por José Antonio Espelius, el año 1772; el plano de Puerto Cabello y sus inmediaciones, elaborado por Agustín Crame el año 1778; el “Plano Topográfico” elaborado por el Gral. Andrés Aurelio Level, impreso en 1879; el “Plano de Puerto Cabello y sus Fuertes en 1823”, que aparece en el trabajo del Dr. Paulino Ignacio Valbuena, titulado Reminiscencia Histórica Sorpresa y Toma de la Plaza de Puerto Cabello y trágico fin del Capitán Julián Ibarra, publicado en 1911; y, muy especialmente, el mural pintado por el artista Pedro Castillo sobre la Toma de Puerto Cabello, que se conserva en la Casa Páez, Valencia, que se presume elaborado entre los años 1829-1830.
Con fundamento en las referidas fuentes cartográficas y testimonios contemporáneos, no es difícil advertir que la Plaza Fuerte era prácticamente una isla bien defendida. En efecto, durante el siglo XVIII el núcleo urbano estaba dividida en dos porciones: Puente afuera o el arrabal, que correspondía al pueblo exterior; y Puente adentro o la ciudad amurallada, separada de la primera por un canal de agua de mar unido a través de un puente. Desde el punto de vista defensivo, de cara al arrabal se encontraba el frente de La Estacada, sirviendo a la defensa por el lado Sur, flanqueado por los baluartes o baterías El Príncipe al Oeste, y La Princesa al Este, próxima a las aguas manglares; mientras que al extremo opuesto, los baluartes El Corito y la Constitución completaban los puntos artillados. Si deseamos visualizar sus dimensiones, basta decir que la ciudad amurallada ocupaba una superficie bastante modesta, con las hoy calles Comercio y Girardot como límites hacia el Este y el Sur.
Por eso no es de extrañar que los visitantes que arriban al puerto describan a su incipiente centro urbano como una pequeña isla. Michel de Gissors, quien desembarca allí en 1793, escribe: “Queda por describir el lado Sur de la ciudad. Esta parte está separada de la isla del Puerto por un foso pantanoso, poco profundo, cenagoso, de 9 a 10 toesas de ancho, sobre el cual se ha construido un escuálido puente de madera para los peatones y una especie de pasadizo para los caballos, mulas, bueyes, asnos, etc. Este último no atraviesa el pantano frente a la entrada del puerto como lo hace el puente, sino que cruza a la derecha, rodea la muralla por fuera apoyándose en ella y sigue por la parte del puente donde la defensa se acerca más al otro borde, para allí sujetarse. Dicho pasadizo necesita reparaciones muy a menudo, a causa del oleaje de la rada por el cual está continuamente batido, y que lo va socavando sin cesar. Hay un espacio de aproximadamente 30 pies entre el dique y el puente…()… La parte de la ciudad llamada el Puerto es una pequeña isla, lugar de residencia del Gobernador, del Estado Mayor de la plaza, de las autoridades civiles y de las varias administraciones de la Marina de Guerra. Se ve bastante bien construida, en la parte pavimentada, cubierta con tejas del país, pero sin edificios altos ni notables. Está fortificada por el Este, provista de cañones cuyos disparos pueden llegar hasta la rada y la desembocadura del río”. El sabio Alejandro de Humboldt, a principios del siglo XIX, escribe acerca de “las fortificaciones que ciñen la ciudad vieja, fundada sobre un islote de forma trapezoide”, para luego rematar: “Un puente y la puerta fortificada de la Estacada unen la ciudad vieja con la nueva, que ya es más grande aunque solo se la considere como un arrabal”.
Por aquellos mismos años otro francés, Francisco Depons, señalaba que el mar rodeada la población primitiva, excepto en un trecho de cien toesas situado al Oeste, en donde se había abierto un canal para comunicar la parte del mar que quedaba al Sur con la que está al Norte, dejándola transformada en una isla, de la cual no se puede salir sino por un puente. El inglés Robert Semple, pocos años después, describe a Puerto Cabello como una porción de tierra que ha sido dividida, formando una isla artificial, la ciudad primitiva la llama, con un puente que permite cruzar esta división.
Resguardaban a la plaza fuerte, además, el castillo San Felipe y el mirador de Solano, mientras que gran parte del extremo oriental de la ciudadela, se encontraba rodeado de manglares y terrenos fangosos que constituían una muralla natural. Existieron otros puntos o elementos defensivos, pero no directamente relacionados con el espacio objeto de acción, razón por la que no nos detenemos en ellos.
Como lo señaláramos, el 8 de marzo de 1836 el Senado y la Cámara de Representantes dictan un decreto sobre los puntos que deben quedar fortificados en el país, ordenándose la conservación de la batería de El Corito en Puerto Cabello. Señalaba, además, que las fortificaciones que no se mencionaban en el decreto “serán aplicadas a otros usos del servicio para que sean útiles, demoliéndose todo lo que pudiera servir para ofender a las poblaciones, y empleándose los materiales de las partes demolidas en otras obras públicas, o vendiéndose a particulares por cuenta del Gobierno”. La ciudad verá, entonces, desaparecer poco a poco los elementos de lo que otrora fuera un bien diseñado sistema de fortificaciones, produciéndose el cegado del foso que dividía el arrabal de la ciudad amurallada.
Ahora, próximo como estamos a celebrar el Bicentenario de tan magna efeméride, desde la Academia de Historia del Estado Carabobo, y siempre en el marco de lo que es nuestro deseo sea una celebración de altura de tan importante acontecimiento, propondremos en breve al ejecutivo regional la ejecución de un plan de señalización que permita conocer los límites y características de la entonces Plaza Fuerte o ciudad amurallada que fuera sitiada y posteriormente tomada por los patriotas. Dicha señalización, claro está, hay que abordarla con la fundamentación histórico-documental del caso, no solo para el cabal conocimiento del tema sino también para la debida ubicación y demarcación de los baluartes, murallas, foso, estacada y otros elementos que configuraron la ciudadela inicialmente sitiada por las fuerzas patriotas, y que en la madrugada del 8 de noviembre de 1823 es tomada por asalto.
Lo anterior, indudablemente, contribuirá al debido entendimiento del memorable episodio, deber ciudadano de todos los venezolanos, con gran impacto en el entorno urbanístico y fundamental para explotar las potencialidades turísticas de la ciudad.
@PepeSabatino