Existe en el pueblo de San Esteban, hermoso valle al sur de Puerto Cabello, algunos vestigios del arte rupestre de los que todavía hoy sabemos poco, claro está, a no ser que dan cuenta de la existencia de pueblos precolombinos que habitaban la zona. Entre estos vestigios resalta la llamada “Piedra de los Indios”, localizada en las inmediaciones de Campanero, de obligado encuentro en el recorrido hacia el antiguo camino de Los Españoles que comunica con Valencia. Desde mediados del siglo XIX captó la atención de los naturalistas y viajeros que visitaban ese valle, quienes no vacilaban en referirse a la monumental piedra y sus jeroglíficos. Karl Ferdinand Appun en su maravilloso libro En los Trópicos (1871), la describe así: “El paseo me lleva, un cuarto de hora más tarde, a la ‘Piedra de los Indios’, un gran bloque de granito junto al camino, adornado con escrituras ideográficas de los indígenas que vivían allí en tiempo de la Conquista.

Estos dibujos, grabados en la piedra a una profundidad de media pulgada, representan, por lo general, serpientes y otras formas de animales, figuras humanas, cabezas y líneas espirales. Los caracteres y las formas son distintos de los que más tarde he visto en la Guayana, en el Esequibo y Rupununí, pero siempre están ejecutados en la misma forma tosca.

Aun cuando muy desgastadas por el efecto de las lluvias y de la atmósfera, las figuras resaltan todavía muy claras. Por cierto, que se necesitaba una enorme paciencia como únicamente los indios la tienen, para grabarlas con una piedra en la dura masa de granito, pues el hierro era desconocido por los indios antes de la Conquista”. Consignó Appun en su libro, además, un pictograma de la piedra elaborado por naturalista alemán Hermann Karsten, quien la conoció hacia la cuarta década del siglo XIX, permitiendo a la comunidad científica del viejo continente tener una idea visual de aquella. Más tarde, Anton Göering elaborará un dibujo que presenta ante la Sociedad Antropológica de Berlín, en la sesión del 26 de mayo de 1877.

No escapó tampoco a la atención de los científicos radicados en el país su existencia. El Dr. Adolfo Ernst publica, hacia 1873, en una revista del viejo continente información sobre las antigüedades indias de Venezuela, específicamente grabados en roca y utensilios, mencionándola, mientras que, en 1885, aprovechando el viaje de uno de sus amigos a Europa, remitía a la Sociedad Antropológica una fotografía de la Piedra de los Indios, hecha por el Sr. Friedr. Kempf, comerciante del puerto, “quien en sus ratos de ocio ha tomado una serie considerable de muy buenas fotografías de la romántica región de San Esteban, de las cuales considero la que presento como una de las mejores o, en todo caso, como la más interesante”.

El sabio Ernst aprovechaba la oportunidad de aclarar que, aunque Appun la describió como un bloque de granito, en realidad se trataba de “una pared de roca de gneis”, insistiendo que entre la fotografía que presentaba y el dibujo resultaban evidentes toda clase de divergencias y omisiones, lo que hacía deseable una exacta reproducción litográfica o xilográfica de la fotografía.

Sin embargo, a lo largo de los años, el afán por obtener una imagen fidedigna de la roca y sus enigmáticos dibujos, pareciera haber superado con creces el interés mismo por su estudio y comprensión. ¿Quiénes grabaron las figuras? ¿Cuándo lo hicieron? ¿Qué representan? Todavía no hay respuestas para estas interrogantes, solo conjeturas.

Don Miguel Tejera en su obra Venezuela histórica y pintoresca (1877), citando al general Andrés Aurelio Levelal referirse a la existencia de un importante asentamiento precolombino en la zona que hoy ocupa Puerto Cabello, señala: “… no es imposible que esa ciudad pudo haber existido en San Esteban, donde las inscripciones indias en diferentes puntos son muestras de una población importante, desaparecida tal vez por algún cataclismo, bueno es apuntar el hecho para que los amantes de la historia patria lo averigüen, que no está de más que un pueblo sepa de dónde viene y qué puntos le sirvieron de partida”.

El Dr. Ernst, por su parte, se negaba a aceptar el juicio de algún comentarista, según el cual estos petroglifos no serían nada más que “juegos” de los indios. “Sería cómodo -escribe aquel- dejar de lado como un ‘juego’ aquello que no se puede explicar; pero de este modo no progresamos; y aun en el supuesto de que no fuera más que un ‘juego’, también sería un objeto de la investigación etnográfica, y con esto no necesito recordar la palabra muy conocida de un poeta. Quien tenga, sin embargo, la menor idea del carácter de los indios, difícilmente podrá creer que ellos han grabado en las duras rocas abundantes figuras con una pulgada de profundidad por mero ‘juego’. Si hasta ahora no conocemos el sentido de estos trabajos, no es superfluo asegurar para la posteridad por medio de toma fotográfica exacta y publicaciones el conocimiento de estos restos, expuestos finalmente a la destrucción en mayor o menor grado”.

Don Arístides Rojas llamaba a estos vestigios líticos “los libros de piedra”, preguntándose acerca de San Esteban y sus jeroglíficos ¿es un enigma, es una realidad?, para luego ensayar una explicación: “¿Qué representan estos jeroglíficos? ¿Se habla en ellos de algún episodio de los primitivos días de América, o es la relación de luchas locales en la historia de los Tacariguas y Aragua que poblaron las regiones del lago de Valencia y costas de Burburata? (sic) ¿Es un mito de los antiguos Tamanacos y Caribes, o debe tomarse, en su más sencilla expresión, como el arte naciente de tribus holgazanas que quisieron interpretar la naturaleza de una manera adecuada a la altura de sus concepciones? He aquí las preguntas que el viajero etnógrafo tiene que hacerse al contemplar esta roca muda para las actuales generaciones pero que fue elocuente para los viajeros moradores de la raza indígena, para quienes, cada símbolo representaba un hecho, un episodio, una historia, que ayudaba por la relación oral, se había transmitido de una a otra generación en el curso de los siglos./ Antes de resolver estas preguntas y de ocuparnos en los medios que tuvieron los indígenas de América para transmitir a las generaciones futuras los episodios de su vieja historia, sus mitos y leyendas, y los rasgos más característicos de cada pueblo, fijemos la zona geográfica de los jeroglíficos venezolanos, tomando como punto de partida la roca de San Esteban…”. Jenny de Tallenay, en sus Recuerdos de Venezuela (1884), creyó ver en los jeroglíficos cuadros sucesivos, que se ensanchan al alejarse de un centro, y podrían representar una serie de años de cuatro estaciones, recordando su conjunto una fecha memorable en la historia de las poblaciones indígenas, afirmando así que todo era conjetura.

Al despuntar el siglo pasado el Dr. Wilhelm Erich Voigt, cautivado por la roca se preguntaba: “¿Pero es descifrable? ¿Acaso sus signos no son más que garabatos infantiles de un estado de ánimo instantáneo? O es así, como afirman los expertos, que estas piedras descritas, que se pueden encontrar desde el estuario del Orinoco hasta la Cordillera en la orilla del mar, en los cursos de los ríos y en las alturas de las montañas, indican el tren de la tribu caribeña de este a oeste, y que, dependiendo de sus diferentes figuras, querían capturar el recuerdo de las acciones heroicas de los caciques -cabezas y rostros- o lugares de culto -el sol siempre redondo y la luna en su forma siempre cambiante- monumentos funerarios, pies, cabezas, animales enteros: cocodrilos, jaguares, serpientes…()… ¿Quién quiere probarlo perfectamente?…”.

Mucho queda por investigar acerca de ella y otros vestigios precolombinos, pero afortunadamente los expertos (etnólogos, antropólogos, arqueólogos, etc.) están haciendo su trabajo, siendo uno de los más recientes el meticuloso y bien documentado libro del investigador Leonardo Páez, titulado Etnohistoria del Arte Rupestre Tacarigüense (2021), en el que dedica un importante aparte a la piedra sanestebanera. Adicionalmente, gracias a iniciativas particulares como Proyecto Camino de Carabobo, liderado por Luis Mendoza, se adelantan campañas de concientización y conservación que bien merecen el apoyo de todos, en especial, de los entes gubernamentales. Muchas décadas han transcurrido entre interrogantes y conjeturas, su urgente preservación es un imperativo, para avanzar en el estudio de su origen y significado.

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@PepeSabatino