El hoy templo del Rosario, antes Iglesia de San José, funcionó como iglesia matriz desde tiempos de la compañía Guipuzcoana. Una vieja conseja –en parte fundamentada en las Reminiscencias que dejara escritas el Dr. Paulino Ignacio Valbuena– afirma erróneamente que el edificio funcionó en sus inicios como un depósito de sal habilitado por los vascos para el servicio religioso, luego de que el terremoto de 1812 destruyera la iglesia local. Sin embargo, tal idea no solo carece de fundamento sino también que resulta desmentida por el plano de Carlos Morató (1790), que ya la señala claramente como una iglesia que tenía a su costado el camposanto. Por si alguna duda quedara sobre este punto, vale recordar lo afirmado por don Torcuato Manzo Núñez en su Historia del Estado Carabobo, esto es, que en 1794 los Diputados del Común, suerte de gobierno local de la época, produjeron un largo escrito para probar que esta iglesia había sido construido por la Compañía Guipuzcoana a sus expensas, terminándola en 1748, adquiriendo así el derecho de que a su personal se atendiera en la iglesia sin pagar nada hasta resarcirse lo invertido en la construcción. Puerto Cabello había alcanzado por aquellos años la categoría de vicariato, asumiendo las funciones que correspondían a la antigua capellanía de San Esteban.

Se trata, entonces, de la misma iglesia a la que el Obispo Mariano Martí en su visita pastoral del 22 enero de 1773, acude a su llegada, recibimiento maravillosamente descrito en los Documentos relativos a su visita pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784): «…el Br. Dn. Juan de Ascanio, cura de ella, salió a recibirle con el clero y cruz alta hasta la puerta de dicha iglesia, en la que se arrodilló S.S.I. en una alfombra y cojín, adoró y besó la cruz que le  ministró dicho cura y puesto en pie, tomó el incienso y echó en el incensario y el hisopo con agua bendita, tomo ésta por sí mismo y volvió el hisopo a dicho cura y este le incenso y en procesión  fueron cantando la antífona Sacerdos et Pontifex hasta llegar al altar mayor, en donde se volvió a arrodillar S.S.I. y hecha la oración debida, dicho cura cantó la de Deus Humillium visitator y concluida hechó la bendición episcopal…».

Al día siguiente, el ilustre visitante regresa a la iglesia parroquial acompañado de su clero. Luego de tomar en la puerta el agua bendita con el hisopo que le suministrara el cura, se dirigió al Altar Mayor donde hecha la oración se sentó para escuchar la lectura del edicto de visita leído por el notario desde el púlpito. Según la formalidades impuestas por la solemnidad del momento, el Obispo poniéndose una capa pluvial negra con guarnición de oro comenzó la procesión en dirección al cementerio cantando responsos, preces y oraciones, volviendo al Altar Mayor  para ahora con capa pluvial blanca, mitra y báculo, abrir el sagrario que guardaba la custodia de plata dorada, de más de una tercia de alto y en su viril colocada una hostia para adorarla frente al pueblo, pasando procesionalmente al altar de Nuestra Señora del Rosario en donde estaba el sagrario en que se daba a los fieles la comunión.

Producto de aquella visita, además, tenemos una magnífica descripción del interior del templo que bien vale la pena transcribir: «Esta iglesia es de tres naves con sus pilares de obra limpia, con su capilla mayor, sacristía y coro, la capilla mayor de seis varas en cuadro tiene veintinueve varas y media de largo y lo mismo sus naves, y quince varas de ancho tiene su altar mayor, sin retablo con su sagrario de madera dorado, y dentro de él la custodia de más de una tarcia de alto de plata sobredorada arriba del sagrario una imagen de San José de talla cuerpo entero, como de dos varas de alto, dos lienzos pintados en la pared viejos y cuatro cuadros a los lados de San Joseph, San Miguel, la Presentación y los Desposorios, en este altar están un baldaquín como de una vara de lienzo, tiene pedestal, frontal, ara y manteles…». Además del altar dedicado a Nuestra Señora del Rosario, había otros dedicados a las Ánimas, San Francisco de Sales, Jesús Crucificado y San Francisco de Asís. El inventario de los bienes y alhajas del que deja constancia el Obispo Martí, revela que el templo era uno verdaderamente modesto.

Se conserva un interesante documento gráfico de la que debió ser la apariencia externa del templo desde su construcción hasta la primera mitad del siglo XIX, se trata de un dibujo de Ramón Bolet en litografía de Henrique Neum, aparecido en El Museo Venezolano (Tomo I, 1866). Sin embargo, la fachada del edificio sufrirá profundos cambios al menos a partir de la séptima década, cuando se le agrega una torre revestida de madera para la instalación del reloj que había obsequiado a la ciudad el comerciante alemán Federico W. Hagan, acompañado de unas estatuas de los cuatro evangelistas, agregados que todavía hoy se muestran al visitante. En efecto, en octubre de 1871, Hagan desde Hamburgo remite una carta a la Junta de Fomento local contentiva de los documentos de un reloj que había embarcado en el “Anne Jorgiana”, pidiendo le fuera presentado en su nombre como un obsequio a la Iglesia Parroquial. Dos meses más tarde, la Junta había dispuesto fondos suficientes para dar inicio a los trabajos de instalación que se verán dilatados, principalmente, por la necesidad de contar con los planos más idóneos para la prolongación de la torre en vista de la debilidad de los cimientos. Los proyectos de Francisco Niemschick, Hermógenes Petterson y Luis Moquier fueron considerados por una comisión nombrada para su evaluación, resultando escogido el proyecto del último. Para mediados de 1872 la prolongación de la torre había quedado concluida, así como la instalación del reloj, tarea ésta encomendada a un experimentado relojero con residencia en la ciudad de nombre R. P. Eskildsen, a quien se le asignarán 25 pesos mensuales para el cuidado de aquel.

Concluida la construcción del Templo Nuevo –hoy Catedral– el 11 de abril de 1943, en solemne ceremonia oficiada por el Obispo de la Diócesis de Valencia, monseñor Gregorio Adam, se traslada el culto de la iglesia matriz al nuevo templo, asignándosele a la primera la advocación de Nuestra Señora del Rosario y a la última la de San José.

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@PepeSabatino