Su nombre se pierde en el tiempo, como tantos otros, a pesar de que está ineludiblemente ligado a los aciagos años de la primera república. Conocido, fundamentalmente, como el dueño o amo del negro Julián Ibarra, el mismo que según el general José Antonio Páez luego de ser sorprendido merodeando en las afueras de la plaza fuerte y ganada su confianza, accede a mostrarle a los republicanos la manera de vadear el manglar, facilitando así el asalto nocturno que permite la toma de Puerto Cabello el 8 de noviembre de 1823, la verdad es que se trata de un personaje cuyas andanzas merecen mayor atención. Aunque no disponemos de noticias biográficas de importancia, suponemos que es el mismo Juan Jacinto Iztueta al que se refiere Vicente de Amezaga Aresti en su obra El Elemento Vasco en el Siglo XVIII Venezolano, capitán de la embarcación “San Ignacio de Loyola” de la Compañía de Filipinas, que fondea en La Guaira el 1° de diciembre de 1800 con un cargamento de seda y otras mercaderías, tras apresar a un bergantín inglés en las cercanías de Trinidad. Amezaga Aresti, no obstante, yerra al señalar a un tal Joaquín Iztueta como el dueño del negro Julián.
Declarada la independencia, el 5 de julio de 1811, apenas transcurridos cuatro días la noticia es recibida en la ciudad marinera, celebrándose un cabildo extraordinario con asistencia de las autoridades militares y políticas, además de algunos vecinos, ocasión en la que la Diputación manifiesta su decidida adhesión al movimiento capitalino. Sin embargo, y como era de esperarse, la declaratoria de independencia desencadenaría enfrentamientos entre sus afectos y los simpatizantes de la corona. Así, Valencia se pronuncia por la conservación de los derechos de Fernando VII, resultando inevitable destinar urgentemente hombres y recursos para sofocar la revuelta. Caracciolo Parra Pérez señala que “a la declaración de independencia respondiera la `fidelísima Valencia´, el 11 de julio, rebelándose contra el Congreso, denunciando la `perfidia de Caracas´ y `recuperando la libertad perdida el 19 de abril´. En medio de vítores a la religión católica y a Fernando VII y de mueras a la independencia, la ciudad reconocía y ofrecía sostener los derechos del soberano legítimo”. Abanderados de Castilla en la convulsionada Valencia de entonces, fueron los criollos Juan Antonio Baquero y fray Pedro Hernández, a quienes se sumaron los vizcaínos Jacinto Iztueta, Oyarzábal y Errotavereda, al igual que un gran número de canarios y otros rebeldes, entre ellos José Vila y Mir, Cristóbal Arizo, Clemente Britapaja, Mateo Martel y Melchor Somarriba. A principios de agosto la revuelta ya estaba sofocada, no sin grandes pérdidas para las tropas republicanas. Iztueta y el resto de los contrarrevolucionarios van a parar a las bóvedas del castillo San Felipe, mientras que las autoridades caraqueñas tratan de mantener a flote la aventura independentista, mientras hacían frente a la arremetida de Domingo Monteverde.
Siendo el coronel Simón Bolívar jefe político y militar de Puerto Cabello, el 30 de junio de 1812, verá perder el castillo tras la traición de Francisco Fernández Vinoni, quien decidido a apoyar la causa realista venía sondeando los ánimos de varios presos del castillo y algunos oficiales. Consulta con Jacinto Iztueta si estaba dispuesto a suministrar víveres y pertrechos en caso de resistir la plaza algún tiempo, a lo que aquél respondió afirmativamente ofreciendo facilitar todo lo necesario desde la isla de Curazao. Así las cosas, Fernández Vinoni le proporciona a Iztueta una lima para que rompiese sus grillos y los de todos sus compañeros.
Tomado el control del castillo, comenzaron los intercambios de fuego y los intentos desesperados por parte de los republicanos de retomar la fortaleza, lo que resulta infructuoso, especialmente, luego de que Jacinto Iztueta fuera comisionado para que pasase en un bote a Curazao a fin de traer víveres y “cuerdamecha”, lo que hace satisfactoriamente cargando dos goletas inglesas con todo lo necesario. Ya para el 6 de julio la plaza estaba en control de los realistas, la primera república estaba a punto de hacer aguas. Señala Domingo Monteverde en el segundo parte de los sucesos militares, publicado en la Gazeta de Madrid del 19 de octubre de 1812, que “Idearon esta empresa y trabajaron para el logro de ella los sujetos siguientes: militares, el subteniente D. Francisco Fernández Vinori (sic), el sargento primero Manuel Saceda, ídem segundo Bernabé Miñano, cabo primero Manuel Alcántara y D. Joaquín Núñez. Del presidio: D. Juan Jacinto Iztueta, D. Clemente Britapaja, D. Antonio Guzman, D. Faustino Rubio, D. Josef García Peña, D. Francisco Armendi, D. Melchor de Somarrivas, D. Antonio Baquero, el cabo de brigada D. Josef Ruiz, y D. Francisco Sánchez. Todos los demás que se hallaron en el castillo hasta su entrega al señor en jefe se portaron con la mayor bizarría y fidelidad”. Iztueta no solo ayuda a Fernández Vinoni a retomar el castillo para los realistas, sino que además cierra filas a favor de Monteverde, cuando en representación de los vecinos de Puerto Cabello ruega se suspendiera el reconocimiento del Capitán General Fernando Millares, quien llega al puerto el 22 de julio (1812) procedente de Puerto Rico. Se señalaba, entre otros argumentos, que la sustitucion de Monteverde podía resultar inconveniente a la victoria alcanzada, contribuyendo a apagar el entusiamo de los pueblos.
Hay que recordar que a partir de mediados del año 12 y hasta que se produce la toma de la plaza en noviembre de 1823, Puerto Cabello permanecerá bajo control realista, así que será el centro de las operaciones comerciales de Iztueta quien, como hemos visto, también jugaba un importante papel en los asuntos políticos de la plaza. Se trataba, indudablemente, de un personaje influyente al punto de que cuando en agosto de 1813, los emisarios de Bolívar buscan discutir con Monteverde -entonces atrincherado en la plaza fuerte- los términos de la capitulación previamente acordada, solicitan se les conceda “franco y libre pasaporte por entre sus tropas y guardias avanzadas, y enviando a las nuestras en calidad de rehenes las personas de los capitanes don Juan Lagisnetier, don Antonio Guzmán, don Juan Jacinto de Iztueta, don Clemente Britapaja, don Juan Bautista Arrillaga, y en su defecto otros equivalentes, sin cuyo esencial requisito no tendrían lugar nuestras sesiones…”. Tal capitulación nunca será reconocida por Monteverde, por lo que los emisarios terminarán marchándose; para el momento en que Bolívar entra triunfal a Caracas, los realistas solo conservan el control de la costa desde Maracaibo hasta Puerto Cabello. Iztueta, por su parte, seguirá jugando un papel fundamental en el suministro de provisiones y apoyo a las fuerzas realistas. En septiembre de 1813, por ejemplo, doña María del Carmen Zamorán, española de buena sepa y leal a su rey, escribe desde Curazao a Iztueta: “A consecuencia de haber sabido se haya ese puerto atacado por los enemigos, he deliberado despachar mi goleta con el solo objetivo de que se emplee en el servicio de la Nación en esa plaza, en la inteligencia que en la escasez que padezco quisiera que esta pequeña demostración que hago al gobierno fuera de una entidad capaz de llenar los deseos que me animan a favor de la causa española, y que con sólo estos se lograre la victoria de las armas españolas…”.
Pero de furibundo realista, don Jacinto Iztueta, pasará a las filas republicanas en momentos en que los realistas bajo las órdenes del brigadier Sebastián de la Calzada desesperadamente defiende la plaza durante el quinto y último sitio a Puerto Cabello. Ya desde inicios de 1822, la situación dentro de la plaza era desesperada, no había alimentos para sostener la importante tropa que permanecía allí a lo que le hacen frente las autoridades por medio de donaciones voluntarias y forzosas. Allí estará siempre encabezando tales donaciones don Juan Jacinto Iztueta, quien ahora funge como Alcalde Primero. Su fidelidad al rey terminará por apagarse, carteándose secretamente con el Gral. Páez y conspirando para acelerar la rendición de la plaza. Es difícil, entonces, no concluir que el edulcorado episodio de las huellas del negro Julián fortuitamente encontradas una noche en la playa, narrado por aquél en su Autobiografía, no sea más que una deliciosa fábula que tiene como trasfondo una larga y silente negociación liderizada por Iztueta para la entrega de la plaza, dentro de la que el negro Julián es solo una herramienta y emisario.
El juicio de don Mariano Torrente, en su Historia de la Revolución Hispano-Americana, es lapidario al momento de juzgar el personaje: “Uno tan solo hubo que faltó á estos severos principios, con asombro de cuantos sabían los relevantes servicios que había prestado anteriormente á la causa de la monarquía. El peso de las desgracias llegó á acobardar el ánimo del europeo don Jacinto Iztueta, hasta el extremo de buscar su salvación por medio de un crimen. Era mui práctico de aquella plaza, merecía la mayor confianza de todos los gefes; todos le respetaban por sus bien conocidos servicios; era, pues, el mas á propósito para consumar una traicion sin despertar el menor recelo en el ánimo de sus compañeros./ Puesto en comunicación con el general Páez, é introducido este por el bajo fondo del Mangle, único punto que se hallaba sin baterías, procedió al asalto en la noche del 7; i aunque la defensa fue cual debía esperarse de tropas tan esforzadas, no correspondió el éxito á tan noble empeño porque no estaba guarnecido el citado flanco tenido por impenetrable. Páez, Bermúdez i el jefe de estado mayor, coronel inglés Grohobern [Woodberry] fueron los primeros en dirigir aquel impetuoso ataque, y los que tuvieron mas motivo de admirar la constancia i decisión de los sitiados…”.
Al triunfo de las fuerzas republicanas aquel noviembre del año 23, le siguen tiempos auspiciosos para la ciudad en gran parte destruida por la guerra. Pocos días después de la rendición del castillo, comienza la reorganización de la urbe y se procede con el nombramiento de las nuevas autoridades. Fue nombrado jefe político el señor Guillén mientras que los señores Juan Jacinto Iztueta, Juan Hernández, Domingo Govela, Manuel Sendrós, Francisco de Mesa, Antonio Albertos y Juan Villalonga formaron el primer ayuntamiento republicano. ¿Qué sucede con Iztueta en los años por venir? Lo ignoramos de momento, pero muy probablemene emigró en búsqueda de mejor vida, pero sobre todo de nuevos amigos.