A pesar de que Venezuela contó con una rica producción hemerográfica a lo largo del siglo XIX, pocos fueron los periódicos y revistas musicales. En Caracas, dos publicaciones marcaron pauta, nos referimos a El Zancudo que circula los años 1876-1877 y en su segunda etapa de 1880 a 1883, con el que tuvo que ver Luis Heraclio Fernández, autor del célebre vals El Diablo Suelto; y la Lira Venezolana (1882-1883) editado por don Salvador N. Llamozas, que en opinión del Prof. José Antonio Calcaño fue la mejor publicación de su género que hemos tenido. Estas publicaciones son importantes porque no solo registran en detalle el acontecer artístico-musical de una época, sino también porque ofrecen un interesante inventario de compositores y obras musicales –extranjeros y nacionales– que de otra manera correrían el riesgo de ser ignorados. Recordemos que tales publicaciones, con frecuencia, recogían partituras que sus lectores o lectoras esperaban con ansias. La provincia, en cambio, se conformaba con algunas publicaciones que, como el Correo de Ultramar, llegaban del extranjero incluyendo en sus páginas algunos artículos sobre música y partituras de salón, para su ejecución por parte de los nóveles y no tan nóveles.

Valencia será de las pocas ciudades del interior que también contó con un periódico musical, El Metrónomo, órgano de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, aparecido en 1886, bajo la dirección de Luis Cureau, redacción de Carlos Fernández y administración de Emilio Cureau, el cual circulaba cada domingo y era repartido a domicilio. Los pocos ejemplares originales que se conservan de este curioso impreso, trece a lo sumo, pudimos consultarlos años atrás en la hemeroteca de don Tulio Febres Cordero en Mérida, cuando preparábamos nuestro libro sobre la música porteña, aunque hoy se conserva microfilmado en la Hemeroteca Nacional (Caracas). Era un periódico de pequeño formato y de burda factura, salido de la Imprenta del Estado, los primeros números fueron acompañados de una portada con una caricatura de ocasión.

La Santa Cecilia fue una de las muchas agrupaciones que se conforman durante la segunda mitad del siglo XIX, dedicadas a promover la música para el esparcimiento del público, bien a través de su estudio u organizando retretas y conciertos. Iniciativa mayoritariamente de músicos aficionados, pero que también contó con la participación de algunos dedicados con seriedad al oficio, generalmente, sus miembros aportaban una cuota de sostenimiento, cuando no cobraban honorarios por su actuación o tenían algún tipo de subvención oficial. Sirvieron aquéllas para llenar el vacío existente anta la falta de bandas oficiales que apenas comenzaban a organizarse, permitiéndole a pueblos y ciudades escuchar buena música, sobre todo, las muchas composiciones de autores locales.  La Santa Cecilia no fue la única en la ciudad, pues las fuentes dan cuenta de la Sociedad Filarmónica El Socorro, dirigida por José Fuque; la Sociedad Filarmónica Euterpe; la Banda Carabobo y la Filarmónica Juventud, ambas dirigidas por Román Maldonado, así como la Unión Filarmónica. Éstas hacían sus presentaciones en la Plaza Bolívar y otros espacios públicos, incluyendo en sus programas piezas de grandes maestros como Verdi, Wagner y Rossini, también de músicos locales como Rius, Maldonado, Fuque, F. Colón, entre otros. No es extraño, entonces, que cuando se inauguró el Monolito en la Plaza Bolívar, en junio de 1889, en la noche tuviera lugar una gran retreta en la que participaron las sociedades Santa Cecilia, la Unión Filarmónica y la del Rosario de Guacara, todo ello en medio de vistosos fuegos artificiales.

El director musical de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia fue el maestro José Rius, experimentado músico y compositor venido de España, quien años más tarde dirige la orquesta de señoritas llamada El Bello Sexo Artístico. La presidencia de la sociedad será ocupada por distintas personas mientras funcionó, recordándose los nombres de Francisco Ricardo Lozada, propietario de una barbería en la ciudad, y Manuel Oliveros. Afirma doña Luisa Galíndez que dicha sociedad fue fundada en 1858; no obstante, una nota de prensa aparecida en 1888 informa acerca del XVII aniversario de la sociedad, de lo que se infiere fue fundada en 1871. Para celebrar aquel aniversario de su fundación Rius compuso una habanera titulada La Ceciliana, impresa en la litografía de los señores Benatuil y Cía, como obsequio a los habitantes de Valencia. Será el maestro Rius el mismo que con una pequeña orquesta, acompaña al virtuoso del violín Claudio Brindis de Salas, con ocasión de una visita a Puerto Cabello (1876). De Luis Cureau, director del semanario, es muy poco lo que se conoce, a pesar de haber sido el director musical de la Unión Filarmónica por más de una década. El Opusculario Musical de don Joaquín Quintero nada dice de aquél.

El semanario artístico El Metrónomo será, igualmente, uno de literatura, caricatura y variedades abordando, en ocasiones, de forma jocosa y sarcástica algunos temas: «–¡Bienaventurados los sordos! decía un individuo al pasar ahora noches por delante de una academia de música, á tiempo que los discípulos tocaban cad aun de ellos lo que se le venía en mientes. Y en efecto, nada hay que haga considerar la sordera el mayor beneficio del cielo, como esa gerigonza (sic) de notas que después de combinadas hábilmente nos deleitan, conmoviendo las fibras de la sensibilidad./ Los antiguos consideraban la música como el lenguaje de los dioses; pero como los tiempos cambian y con ellos los gustos, resulta que en nuestros días no solo hay quien llega á oírla como el ruido menos desagradable, sino que existen personas, aunque parezca mentira, que no  resistirían, sin taparse los oídos disgustados, la ejecución del mas bello motivo de una obra de Verdi, de Mozart ó de cualquiera otra celebridad…».

Uno de los aportes más significativos de este semanario, independientemente de su corta duración que estimamos en un año a lo sumo, fue la publicación de valses, danzas y polkas de compositores locales. Se trata de partituras para piano en formato manuscrito, por lo que presumimos la imprenta no disponía de tipos musicales, que se colocaban al final de cada número. Cupido y Venus, de E. Sarco; Allá va eso, de A. Colón; Feliz Destino, de J. M. Goicochea; Aroma Rosa, de Hermógenes Tovar; Amor Mío, de C. M. Arrieta; Esperanza y Decepción, de Abel N. Briceño y Quejas del Alma, de Hermógenes Tovar son algunas de estas piezas desaparecidas hoy del repertorio musical carabobeño, esperando su rescate del olvido.

@PepeSabatino

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