Fue el Hotel de los Baños por décadas el símbolo de un puerto progresista y pintoresco que poco a poco, y ante la mirada complaciente de sus habitantes, ha visto desaparecer dizque en aras del progreso, los principales íconos de su patrimonio histórico. Afortunadamente muchísimas fotografías y postales se conservan como testimonio gráfico de aquél, para admiración de los porteños, en especial las nuevas generaciones, quienes de cualquier modo ignoran detalles sobre su construcción y propósito. Originalmente concebido exclusivamente como baños públicos de mar, la Memoria del Ministerio de Fomento correspondiente a 1867 ya menciona que la casa de baños estaba terminada con el techo de hierro galvanizado y la casilla contigua con el techo de zinc; su administración correspondía por aquellos años a la Junta de Fomento local, la cual entregaba su explotación a terceros, velando por el estricto cumplimiento de las disposiciones de aseo y decencia para los lugares públicos. Sin embargo, hacia 1892 la casa de baños presentaba gran deterioro al punto de que se llegó a considerar su cierre definitivo.

Durante la última década del siglo XIX los baños —que se levantaran en el sitio que ocupara la batería El Corito de la antigua plaza fortificada— sufrirán un cambio radical en su fisonomía, ello bajo el clima de progreso y ornato que vivía la ciudad, pero también presumimos que animado por el desarrollo de otros baños públicos de mar, como los de Macuto y Maiquetía. Por iniciativa del empresario José Andrés Párraga Otalora se construye un nuevo edificio; un número de la revista El Cojo Ilustrado (1893) al publicar una vista de los baños señala que ésta «revela el buen gusto que hay en la construcción del edificio a ellos destinado». Puesto que el nuevo conjunto fue levantado al lado de los viejos baños, la prensa de la época abogaba por el empresario a fin de que la municipalidad le diera los vetustos baños para ser remozados o incorporados a la moderna edificación, algo que no estamos seguros sucedió, propuesta que en todo caso generó una agria discusión sobre la conveniencia o no de la propuesta. A la construcción inicial, cuya fachada de más de 50 metros de extensión tenía en el centro un pabellón más elevado, al estilo de “Alhambra”, y dos alas simétricamente dispuestas para hombres y mujeres, le será agregado el edificio de dos plantas –que a principios del siglo XX sirve de asiento al Consulado americano– convirtiéndose el conjunto arquitectónico en hotel. Por esta misma época completa el paisaje urbano el pintoresco “Kiosco de la Planchita”, también al estilo morisco. Es interesante mencionar que el edificio construido por el empresario Párraga Otalora, se le llamó luego “Hotel de los Baños de Mar”, y terminaría siendo propiedad de Ángela Vera de Kolster, más tarde vendido por sus herederos.

Propietario del hotel fue el coronel Manuel María Jaime Chacón, quien con el correr de los años adquirió los inmuebles aledaños hasta totalizar un área de 1.746 metros cuadrados, resultantes de la compra del solar que hizo a Francisco Brandt Jove en 1916, la adquisición del inmueble que fuera propiedad de la sucesión de Ángela Vera de Kolster el año 1919, y de otro inmueble que en 1929 compra al general Guillermo Eduardo Willet. En la década de los cincuenta fungió como gerente del hotel un francés de nombre J. Marchal. Antes del coronel Jaime el hotel fue propiedad de Vicente Mencelle. El célebre hotel iría deteriorando con el tiempo y sufriendo modificaciones externas de fea apariencia, siendo demolido a principios de los setenta para dar paso a la ampliación del Malecón.

Una descripción pormenorizada del interior del hotel, pocas veces referida,  nos la brinda Adolfo Aristeguieta Gramcko, y que por ser crónica rica en detalles, nos permitimos transcribir: «…un largo pasillo servia de comedor. / De él se pasaba directamente a las dos salas donde se tomaban los baños. Uno para damas y otro para caballeros. Sería difícil imaginar como eran aquellos sitios destinados a cumplir el rito; baños de mar cumplidos generalmente no por placer sino por prescripción facultativa. Abrían en balcón periférico, y abajo como piso la propia orilla de mar; con arena, piedras, olas y cuanto éstas arrastraban./ A la vista no faltaban erizos, repugnantes gusanos y cucarachas de mar. También el decorado era completamente con las ratas y ratones, corriendo de un lado a otro para alterar más a las terminas sometidas a la tortura de los baños de mar…()… En las salas de baño no había otro paisaje que los coros de bañistas con los trajes de la época, que hoy llaman a risa. Vestidas las damas con aquellas batotas de cuero y mangas largas con puños; que una vez mojadas adherían al cuerpo con falta flagrante al pudor./ Los caballeros por su parte lucían aquellos trajes de una sola pieza y rayas transversales, recordándole uniforme de los presos del castillo. A falta de un pantalón viejo, o simplemente la propia ropa interior: calzoncillos de “cabuyita” y camiseta de manga larga, cuello redondo y línea de botoncillos cerrados adelante./ ¡Una Estampa!/ De la sección de damas salían gritos. No por temor las olas, que bañaban a la cliente sentada en la arena, mientras dos compañeras sujetaban en turno de las manos, temiendo ser llevados por el mar./ Desde el comedor a mediodía, que era la hora para los baños más recomendados, se oía la agitación de las bañistas. Los comensales correctamente sentados a las respectivas mesas esperaban ver salir las damas, con el atuendo propio de la circunstancia: que por lo general ofrecía a la vista, el celaje de una blanca pantorrilla. ¡Oh escándalo!…».

El edificio de dos plantas rematado en cúpula, serviría en más de una oportunidad de tribuna improvisada al cura que presidía la tradicional Bendición del Mar; se localizaba allí el botiquín del hotel, en el que tarde tras tarde porteños y foráneos, bajo el disfrute de una cerveza Princesa o una cola Bernotti, veían la entrada de los buques al puerto en amena conversa.

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@PepeSabatino