Los caminos, como los documentos y los libros, los objetos y las edificaciones de cualquier tipo, tienen historia y sirven para reconstruir trayectorias, momentos, fenómenos y tendencias. Los caminos guardan en su trazado y recodos aspectos importantes del pasado. Con frecuencia hacemos alusiones a antiguos caminos, muchos de los cuales tienen una importancia económica, política o religiosa de especial significación. Basta recordar el caso del Camino de los Incas que, por entre las encrestadas sierras andinas, serpentea el Tahuantinsuyo o estado del antiguo Perú o el Camino de Santiago que usaban los romeros en sus peregrinaciones a la catedral donde la tradición señala que reposan los restos del apóstol que llevó el cristianismo a la península ibérica.

En América Latina con frecuencia los antiguos caminos están asociados a las sociedades y culturas indígenas que fundamentaron y moldearon las formaciones socioculturales del continente y su historia hasta la actualidad. Estudiar los caminos ofrece grandes posibilidades interpretativas, a la vez que nos permite acercarnos a aspectos tan pintorescos como desconocidos de nuestra historia. Muchas veces se trata de esa historia mínima, de los pueblos que han olvidado su historia o aspectos importantes de ella y, por tal motivo, parece que no la tuvieran.

La vialidad construida en tiempos recientes nos ofrece una perspectiva u orientación espacial que, vista desde una estricta y cerrada percepción contemporánea, cierra las posibilidades no solo a la imaginación controlada de lo que pudo haber sido en el pasado, sino que dificulta entender la historia de esos lugares.

Hoy, un hoy tan efímero como todo presente, en Venezuela tenemos el caso de la red de autopistas y grandes carreteras que se construyeron en la segunda mitad del siglo XX. Esas carreteras, trazadas y construidas con las tecnologías más avanzadas de la época, modificaron los paisajes humanizados del país. Un caso interesante es el de la carretera Panamericana que une Caracas con Los Teques, capital del estado Miranda, y Los Teques con Tejerías, en el estado Aragua. Este segundo tramo, entre Los Teques y Tejerías, se hizo sobre la antigua carretera que ya había construido el gobierno de Juan Vicente Gómez (1908- 1935). Aún, aunque quizá ya se trate de un término obsolescente, se puede escuchar llamarlos “caminos gomeros”. Esa obra supuso la ampliación de las vías, y el trazado de nuevos pasos para evitar zonas con excesivas curvas o muy estrechas por los accidentes naturales de la topografía del terreno.

En cambio, la construcción del tramo de la Panamericana entre Coche, entonces término urbano de Caracas, y Los Teques implicó el trazado de una nueva vía. Se abrió por terrenos todavía no intervenidos por las grandes maquinarias, sino apenas roturados en algunas secciones para labores agrícolas. En 14 kilómetros (distancia al actual distribuidor de Don Blas, en San Antonio de Los Altos) se elevaba unos 600 metros, aproximadamente.

Con la Panamericana cambió la vida de Los Altos, ahora llamados mirandinos. Los Teques quedó conectado con Caracas por una vía amplia y cómoda, a diferencia de la estrecha vía de la llamada Carretera Vieja, entre Los Teques y Las Adjuntas, cerca de Macarao. Las pequeñas aldeas serranas experimentaron el estar a pocos minutos de la capital de la República, lo que implicó una desaforada urbanización que al principio solo se percibió como un crecimiento natural de la población y de la infraestructura, impulsado por la economía petrolera.

San Antonio de Los Altos, la más pequeña de las aldeas, se transformó en la segunda ciudad de la región, después de Los Teques. San Antonio vio cambiarse totalmente su geoorientación. Antes de la construcción de la Panamericana, estaba volcada hacia el este, donde estaban el asentamiento inicial del pueblo y la pequeña y estrecha carretera de Pacheco, un caserío satélite de San Antonio. Luego se orientó cada vez más hacia el oeste, por donde tenía acceso directo a la nueva vía. Así haciendas, sembradíos, cascadas, cotos de caza, farallones y vegas dieron paso al transitar sin descanso y sin límites del parque automotor.

Muchas veredas y caminos vecinales se fueron ampliando y hoy son vías de tránsito continuo. Carecen, no obstante, de las condiciones adecuadas para ello, especialmente cuando bordean corrientes de aguas o se hallan al pie de cerros y colinas inestables, como todas las de la Cordillera de la Costa.

Un caso interesante lo constituye el camino de El Picacho, ahora también llamado Camino de los Burros. Esta denominación, sin embargo, no recuerdo haberla escuchado sino solo ya en el siglo XXI. Ignoro si realmente era popular antiguamente. Este camino conecta la Panamericana con El Picacho, tanto con la parte alta a través de un ramal que se abre a la izquierda, en sentido oeste-este, y otro que sigue, bordeando la quebrada de Don Blas (nombre que ya adquiere en ese sitio la quebrada de San Antonio), hasta la entrada misma de El Picacho, donde hoy está el centro comercial llamado Oficentro El Picacho.

Ese camino de El Picacho hoy está amenazado sobre todo por la construcción, entre 1976 y 1986, aproximadamente, de grandes edificios en las partes altas y la tubería principal del acueducto de Hidrocapital. Esas estructuras ejercen una fuerte presión sobre los cerros, lo que ya ha ocasionado diversos deslizamientos de tierra y rotura de tubos. Ese camino fue inicialmente solo una vereda vecinal. Comunicaba la hacienda de mi abuelo Raúl Biord Septier con la de don José Gregorio Abreu, quien en 1932 la cedió a su hija Ángela Abreu Velázquez cuando se casó con mi tío Raúl (Raulito) Biord Rodríguez, el hijo mayor de mi abuelo y de su esposa Inés Rodríguez Mena, mi abuela. A partir de entonces, ese camino sirvió de vía de comunicación diaria entre las dos haciendas. Durante más de dos décadas, exactamente veintitrés años, por allí transitaban familiares y trabajadores que iban en una u otra dirección. Después de la apertura de la Panamericana, en 1955, el camino quedó como una vía secundaria que paulatinamente, y en especial en la década de 1970, con la eclosión el crecimiento urbano de San Antonio de Los Altos, se constituyó en un camino auxiliar de la entonces carretera principal de acceso a San Antonio de Los Altos. Hoy, tras su construcción en 1978 (primera etapa) y 1979 (segunda etapa) esa carretera se conoce como avenida Perimetral o Francisco Salias.

El camino de El Picacho originalmente atravesaba las dos haciendas y le hicieron continuas mejoras tanto Raúl Biord Septier, como su hijo Raulito, y Horacio Biord Rodríguez, mi padre. El camino fue ofrecido como una contribución de las familias Biord Rodríguez y Biord Abreu a la comunidad de San Antonio de los Altos. Hoy es una vía de gran importancia, pese a las amenazas de derrumbes e inundación por el inveterado uso de estrechar los cauces de los ríos y de echar en ellos escombros y desechos de todo tipo.

Para mí, este camino en particular, está lleno de historias y referentes personales y familiares. Cuando paso por allí no puedo dejar de pensar en mi bisabuela francesa Luisa Septier pescando ranas en los pozos, o en mi padre bañándose en ellos, o en los espantos que solían salir allí en forma de amable caballero ecuestre, o en mí mismo calzado, con las botas de trabajo de mi padre, tratando de brincar entre el barro y las piedras y preguntándome por qué allí no encontraba pececitos como en los riachuelos de las tierras maternas de Güiripa, en el estado Aragua.

El camino de El Picacho es, como tantos otros, como todos en realidad, un camino lleno de historias, memorias y recuerdos y una contribución de la familia Biord al bienestar de San Antonio de los Altos.

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