Para María Eugenia Biord Castillo,

mi hermana,

que lo vivió y como yo

disfruta su recuerdo

Era la Venezuela de la estabilidad económica y la convivencia política, después de la pacificación de las guerrillas castro-comunistas y los enfrentamientos armados. El mundo vivía también el final de los grandes estremecimientos de la década de 1960 que lo cambiaron después de la pausa de la postguerra. Aún no habían llegado la Venezuela Saudita ni la ilusión de la Gran Venezuela de los petrodólares. Corrían los primeros años de la década de 1970. Era quizá 1972.

El crecimiento urbano de Los Altos ya había comenzado, pero aún estaba en una fase inicial. En aquellos días, precisamente, un grupo de empresarios hizo planes para la construcción de un gran parque de Disney, que sería el primero fuera de los Estados Unidos y se destinaría a atender la demanda de usuarios sudamericanos.

Disneylandia, el gran parque temático proyectado por Walt Disney y construido en Anaheim (California), había sido inaugurado en julio de 1955. El número de visitantes se había incrementado en los años siguientes y se esperaba ofrecer locaciones más cercanas a los usuarios. Por ello, en octubre de 1971 se inauguró en Orlando (Florida) el complejo de Disney World. Este nuevo parque contaba con ciertas ventajas, como un excelente clima para las actividades al aire libre, terrenos planos y de bajo costo y, en especial, una ubicación ideal con acceso más fácil desde la costa este de los Estados Unidos y desde muchos países también.

Se pensaría que abrir un parque de Disney en Venezuela era una gran inversión. El país, en aquel momento, ofrecía excelentes ventajas competitivas, tanto de tipo sociopolítico como socioeconómico. En especial, algunos aspectos sobresalientes eran la estabilidad cambiaria y los bajos precios del combustible, sin dejar de mencionar la cercanía relativa, de menos de 50 km, a un aeropuerto tan estratégico como el de Maiquetía, en la costa central, al norte de Caracas.

Los terrenos escogidos pertenecían, en buena parte, al Dr. José Antonio Velutini y formaban parte de las antiguas haciendas de La Llanada y Llano Alto. Eran tierras cultivadas y todavía quedaban por allí cafetales, conucos y camburales. Pertenecían al entonces municipio Carrizal que formaba parte del distrito Guaicaipuro del estado Miranda. La capital de ambos era la misma: Los Teques.

Horacio Biord Rodríguez, mi padre, asesoró a su amigo de muchos años, el doctor Velutini, en la medición y cálculos topográficos de los terrenos donde se ideaba construir el parque. Mi hermana, María Eugenia Biord Castillo, comunicadora social egresada de la Universidad Católica Andrés Bello y gran conocedora de las actividades económicas de Los Altos mirandinos, recuerda que siendo niña estuvo con mi padre y el doctor Velutini acompañando al topógrafo que hizo algunas medidas preliminares. Probablemente debió ser algún topógrafo que hubiera trabajado con mi papá en el deslinde de las haciendas de mi abuelo, en San Antonio de Los Altos, y especialmente en la construcción del complejo de edificaciones del Centro Comercial Don Blas, que mi papa había concebido y hecho realidad pocos años antes. El doctor Velutini tenía una larga amistad con mi familia y, en especial, con mi padre, igual que su amable esposa, Dulce María.

De niño me preguntaba si el terreno escogido sería suficiente y si no serían tierras muy quebradas, acostumbrado como lo estaba a tantos comentarios de mi padre en ese sentido. Mi papá siempre se fijaba si los lotes eran empinados, si eran terrenos firmes en contraposición a los inestables, si los taludes habían sido reforzados, cómo era la hidráulica, si los terrenos resultaban aptos para la construcción o no. Me preguntaba, sobre todo, si la extensión resultaría suficiente.

No obstante, ya me veía departiendo con los muñecos de Disney, de los cuales era fanático, en especial con Mickey Mouse o Ratón Miguelito, en su primera versión española. Contemplaba la posible concreción de un sueño especialmente acariciado por muchos de nosotros, niños en aquel entonces: el poder conocer y disfrutar de un parque de Disney. Visitar Disneylandia, en aquel momento, sonaba como un sueño que pocos podían realizar. Por otro lado, los parques de Disney World aún no tenían el renombre ni ejercían la fuerte atracción que ejercen en la actualidad. Como niño, soñé con aquella Disneylandia cercana a mi hogar de una manera eufórica. Tanto así que cuando, más de cuarenta años después, tuve la oportunidad, invitado por mis hijos, y no al revés, de visitar Disney World me desilusioné un poco.

Lo que había visualizado para Los Altos mirandinos era una copia perfeccionada, muy idealizada, de lo poco que sabía de Disneylandia y de las escasas noticias que entonces llegaban del recién inaugurado parque de Orlando. Había escuchado los cuentos de mis queridas amigas y primas por el afecto, las hermanas Bossio Barceló, entre ellas Ana María, Diana y María Fernanda, mis más contemporáneas, quienes habían tenido la oportunidad de visitar el parque californiano.

En definitiva, el proyecto del parque no se completó. El área sería luego urbanizada. En aquel momento el acceso principal era por el final de la calle principal de Las Polonias viejas y por Quebrada Honda, un poco más arriba de donde hoy está el módulo de la policía. Años después, a principios de la década de 1980, se construyeron la carretera que conecta con Lomas de Urquía y el Km. 18 de la Panamericana y los edificios de Los Budares, luego los de Monte Bello y finalmente la urbanización Llano Alto, los edificios y conjuntos residenciales (sectores) contiguos. Más tarde se levantaría, con el apoyo de la colonia portuguesa de Los Altos, el santuario de Nuestra Señora de Fátima, cuya arquitectura reproduce el templo mariano del sitio de la aparición en Portugal.

Finalmente, la inversión no se hizo. Quizá resultaba no solo muy elevada, sino que probablemente planteaba asuntos complejos en la negociación de la franquicia, en el supuesto de que realmente se hubiera hecho algún contacto preliminar con la compañía de Disney. En todo caso, hubiera sido quizá una oportunidad extraordinaria de potenciar un uso turístico de Los Altos en un momento en que el crecimiento inmobiliario de la región aún no se había desbordado ni consolidado. Una zona turística en vez de ciudades dormitorios hubiera sido la región de Los Altos. Sería importante ampliar los testimonios y la documentación sobre ese proyecto del que se habló ya hace más de medio siglo.

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