La Responsabilidad del Historiador.
Numerosos temas se me evidenciaron como apropiados para este discurso de incorporación, todos ellos, para mi, importantes. La cuestión era dilucidar cuán importante sería para esta docta Academia de la Historia y para el colectivo.
Desfilaron ante mí tópicos como Tres Balas Tres Destinos, referido a las muertes de personajes históricos como Ezequiel Zamora, Joaquín Crespo y Matías Salazar en tierras cojedeñas y las consecuencias que cada una de ellas trajo para el país y que de alguna manera mi amigo y coterráneo , miembro de esta institución José Ramón López Gómez, adelantó ya un serio análisis. La crisis de lo militar y lo civil en nuestra historia en el siglo XIX, a través del análisis de la figura de Carujo, a partir de los estudios que sobre el tema iniciara José Carrillo Moreno. Abordar a Eloy G. González y dilucidar si fue uno nuestros primeros positivistas o acaso uno de los últimos románticos. Biografiar a Laureano Villanueva, una figura poco estudiada a pesar de su importante labor intelectual y política, sancarleño gobernador de este estado Carabobo y Rector de la UCV. Hablar de Manuel Manrique y sus tiempos libertadores. Disertar sobre los llaneros y su participación decisiva en la lucha de Independencia. Elaborar un discurso sobre mi primera pasión historiográfica, pues la historiografía también tiene sus pasiones, la historia del movimiento obrero en Venezuela. Todos estos temas desfilaron fugazmente en algunas madrugadas mientras mis amigos académicos me exigían una respuesta.
Finalmente el tiempo de la historia que es el tiempo del Hombre se impuso y decidí trotar sobre el espinoso tema de la responsabilidad del historiador, que no es otra cosa que cumplir con el compromiso de la verdad histórica, que es siempre una penúltima verdad. La verdad histórica es, en esencia, una verdad transitoria que puede permanecer o ser alterada, más no deformada, con el transcurso del tiempo, de los análisis, de la hermeneútica y la heurística. La verdad histórica es la única verdad posible, la otra Verdad que es absoluta y eterna es la verdad de Dios. El Bosson de Haig es una verdad de carácter científica sujeto a comprobación, o como diría uno de sus descubridores es “apenas una parte del misterio de la creación” para el desengaño de ateos trasnochados.
Quiero referir dos elementos contenidos en el libro de esa especie de evangelista de la historia llamado Marc Bloch, el de la Ecole des Annales, quien refiere en su obra mayor L Apologie de la Histoire. Uno, que un niño (sospechamos que su hijo, a quien conocimos en salón de Sesiones del Consejo Universitario de la UC) lo sorprendió una vez cuando de sopetón le preguntó “Papá, explícame para qué sirve la historia” La pregunta no era nueva ni original, pero conmovió a Bloch que aquella inquietud anidara ya en la mente de un niño, y lo difícil que sería responderla. Dos, que en una visita que hiciera a Bruselas en compañía de Lucien Fevbre, cuando le preguntaron cuales monumentos históricos quería visitar, dijo: “quiero ver los modernos”. Estos dos episodios ilustran muy bien el sentido de la historia para uno de los más grandes historiadores del siglo XX: el sentido del presente. Bloch siempre rechazó el concepto de historia como ciencia del pasado y la abordó desde el punto de vista triangular: pasado, presente y futuro y la definió como ciencia del Hombre en el Tiempo.
Aludo a Bloch en esta ocasión porque voy a hablar de historia y de política, porque él fue un ejemplo de la responsabilidad del historiador. Afrontó con coraje los retos de su tiempo frente a la bestia totalitaria, con el cuerpo y con el alma. Con palabras sencillas definió el presente sin acudir a enrevesados términos, la pregunta de “¿Qué significa el presente?. Definido con todo rigor, es un punto minúsculo en el tiempo, un instante que desaparece tan pronto como nace. Apenas he hablado, mis palabras rondan ya en el pasado.” He aquí la justificación histórica de porqué todo es historia y de porque ella es la ciencia del hombre en el tiempo. Nada le es ajeno, es la más holística de las disciplinas humanas.
Al historiador no le está permitido excusarse del compromiso político. Me explico, no se trata de un compromiso que alude al activismo, que no tiene que ser excluido, por supuesto, en un determinado tiempo, sino al hecho de estar al servicio de investigar, analizar y estudiar los actos, acontecimientos y hechos de su tiempo presente, el efímero tiempo presente, para dar fe de ellos ante la posteridad que no es otra dimensión que la del futuro. Se trata de dar testimonio profesional de su tiempo, y evitar las deformaciones y tergiversaciones, esencialmente malévolas. La frontera entre la Historia y la política, decía mi maestro Manuel Caballero, es muy débil. Nunca ha sido mas cierta aquella conseja francesa de que si uno no se mete con la política ella se mete con uno, pues cuando uno habla de historia siempre sospecha que la política anda husmeando entre nuestras neuronas.
Cuando redactábamos estas cuartillas me tropecé en mi desordenada hemeroteca un artículo del laureado Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, titulado Los Refractarios,( El Nacional 15/09/2013) y en él se refería a una obra de Jorge Semprún Le metier d homme ( El oficio del hombre) donde éste le rinde homenaje a tres figuras estelares del pensamiento occidental: Edmund Husserl, George Orwell y Marc Bloch. Resalta Vargas Llosa el valor de estos personajes frente a la bestia totalitaria del nazismo, el valor moral y el físico, pues allí se destaca que …”en momentos de gran confusión y turbulencia ideológicas y políticas, tuvieron el coraje de adoptar tomas de posición refractarias a las de los gobiernos y la opinión pública de sus países y fueron capaces, valiéndose de una razón crítica y una moral heroica, de fijar unos objetivos cívicos y defender y defender unos valores que a larga terminarían por prevalecer sobre el oscurantismo, el fanatismo y el totalitarismo que desencadenaron la segunda conflagración mundial.” Particularmente el Bloch que nos ocupa quienen ningún momento dudó en pasar de la teoría a la acción en defensa de sus principios, el mismo que asume la tarea heroica de escribir en el encierro concentracionario una de sus mejores obras, y luego caer, en 1944, con la frente en alto, bajo la metralla asesina de un batallón de fusilamiento, como aquel que destrozó por aquellos tiempos la bendita humanidad de Monseñor Montes de Oca.
No es fácil establecer los vínculos de responsabilidad del historiador con su tiempo y con su obra, y cuando aludo a la obra me refiero no solo al trabajo escrito, sino al divulgativo, al docente y a toda aquella labor que envuelva la intención de dar a conocer y experimentar el saber de la Historia. En el decir del Maestro Carrera Damas, mi admirado profesor de la la Escuela de Historia de la UCV.”Me refiero a ese intimo y obligante compromiso nacido de la vinculación orgánica entre la obra del historiador y la obra escrita con H mayúscula. Ese vínculo determina el deber social del historiador, y justamente en la evocación de ese deber su responsabilidad intelectual.” Hace poco aludimos a la verdad histórica, relativa, y la otra Verdad la absoluta, es pues nuestro deber de historiador, hombre de nuestro tiempo alejar la falsedad, como también lo asentara el profesor Carrera.
Cuando Andrés Oppenheimer lanza esa especie de grito de guerra contra la Historia,( ¡Basta de Historia! Se llama su ,creo, último libro) mucha gente de los sectores medios de la `población latinoamericana supongo que experimentó un cierto temblor. Posiblemente pensó que el prestigioso, inteligente y publicitado periodista argentino venía con una descarga teórica, inusual, contra la Historia y los historiadores. Falsa alarma. No pasó de ser una talentosa excusa para abordar un tema que a la postre resulto atrayente, pero cuya tesis, o pretendida tesis, devino en fallida. Arremeter contra la “obsesión· por la historia que anida en los pueblos latinoamericanos, tiene una cierta base de sustentación, muy relativa, pero no hasta el grado que el autor le señala. La cierta base relativa, muy relativa, insistimos, apunta hacia el entusiasmo que la investigación, estudio y lectura que la disciplina de Clío ha despertado en nuestro continente bajo el impulso de gobiernos populistas de izquierda, si es que el calificativo les cabe, que en las últimas décadas han ocupado los espacios de poder. Pero el soporte que le falla a la tesis de Oppenheimer, es que si bien nuestra historia es casi común, no toda ella ha sido tergiversada y atropellada como la venezolana en particular. Este autor termina, aun no queriéndolo, reivindicando el aprecio y la necesidad de la historia para nuestros pueblos. Es un alegato cuyo cúmulo de datos , grande por cierto, no logra aplastar la presencia de lo histórico como elemento de nuestra personalidad latinoamericana y en ningún caso como una falta de “humildad” entorpecedora del desarrollo.
Anexo
Largo es el camino hacia la modernidad, nos la trajeron tardíamente. Algunos especialistas en la Historia de las Ideas -como Elías Pino- sugieren que vayamos al análisis de las Constituciones Sinodales de 1687 ordenadas por el obispo Diego de Baños y Sotomayor, y cuya influencia, sostiene el autor, llega hasta 1904. Larga trocha hemos dicho, pues allí se compendia desde las originarias discusiones, tibias y en voz muy baja, en los ámbitos cerrados, herméticos diríamos, de las casas de familia, de todos los vientos y brisas de las ideas nuevas tratando de agrietar las murallas de las viejas ortodoxias. Es falso que los días coloniales fueran de absoluta oscuridad, como lo pregonaban los cultores de la Leyenda Negra, pues, a pesar de los pesares, la inquietud del espíritu crítico nunca dejó de asomarse en tertulias de baja voz. Poco a poco, si es que los años caminan lentamente, se fueron desbrozando los caminos de las ideas. Casi arbitrariamente podemos señalar algunos elementos tales como remarcar las figuras de Gual y España, y el acervo doctrinario que aportó a esa conspiración (descubierta y reprimida en 1797) el español Juan Bautista Picornell. Sigue la trayectoria histórica con Miranda, Bolívar y los próceres de 1810 y 1811, pero no solo como épica militar, sino también adentrándose en el debate entre el centralismo y el federalismo, con la ineludible presencia del polémico liberalismo. Y vino la sangrienta Guerra Federal con su carga de reclamos políticos y sociales, con sus odios acumulados, con sus rencores, con sus reacomodos, con sus ansias de justicia y reivindicaciones no satisfechas, con sus deudas históricas no honradas.
Se inicia la república con Páez y Vargas, atrás iba quedando la turbulencia de la guerra de Independencia, vienen otras de otro signo. Hace acto de presencia el Monagato, expresión clara y contundente del nepotismo autoritario. Y vino El Guzmanato, con sus marañas de progreso y corrupción, de grandezas y boatos, de adelantos y retrocesos, de anticlericanismo, de savoir faire a lo tropical. Y se inicia la llamada presencia de los andinos en el poder, con Cipriano Castro, que atiende no solo al referente geográfico, sino también a una manera de concebir (sobre todo con JV Gómez) y ejercer el poder, que al principio no se atrevió a ser abiertamente dictatorial. Poco a poco esa forma de gobernar se fue debilitando con los Generales López Contreras e Isaías Medina. Irrumpe la llamada Revolución de Octubre con el derrocamiento de Medina, y la asunción del gobierno de la alianza cívico-militar encabezada por Rómulo Betancourt y luego el régimen del Maestro Gallegos derrocado por un movimiento militar cuya cabeza visible fue Marcos Pérez Jiménez. Con el vuelo de la “Vaca Sagrada”, el 23 de Enero de 1958, con su cargamento de ladrones y asesinos, vinieron tiempos de civilidad y democracia, con sus infaltables lunares, que coexistieron con las amenazas de la ultra izquierda y la ultraderecha, la primera alentada por el triunfo de la Revolución Cubana con su carga épica y romántica, luego con el sobrepeso de la frustración y el desengaño: y la segunda estimulada por el revanchismo y el temor de que la democracia atentara contra los intereses de una burguesía depredadora y atrasada. Unos y otros exhibían una sorprendente carga de violencia, que se expresó en tentativas de golpes de estado y movimientos armados tipo guerrilla. Ambos extremos fueron, en buena hora, derrotados, hasta que, en mala hora, el 4 de Febrero y el 27 de Noviembre de 1992, resurgiera la felonía militar.
Esta escueta exposición solo cubre algunos tópicos que la historiografía oficial, la de antes y la de ahora, aborda con escasez conceptual, ya que episodios de tanta importancia como el Congreso Pedagógico de 1895, El Congreso Obrero de 1896, el 14 de Febrero de 1936 (la ocasión en que las masas rompen la virginidad de las calles y se inaugura, según Manuel Caballero, la era democrática) La Huelga Petrolera de ese mismo año, que le da contenido social moderno a este trozo de historia.
Esta Historia, que es contemporánea, se le ha pretendido rellenar con mitos y leyendas. Y unos y otras se niegan tercamente a abandonar la historia. Las leyendas como los mitos son parejeros, tal como dirían nuestras abuelas. Les gusta figurar, para que las vean, las repitan y, para colmo, aspiran a ser creíbles. Algunas veces se asoman como crónicas sucedáneas de la Historia.
El historial de los mitos y la leyendas es ancho, largo y complejo, de difícil abordaje tal como lo asienta Mircea Eliades, el gran historiador de las religiones y experto en el tema de la mitología y la historia, porque “…En vez de tratar, como sus predecesores / se refiere a los estudiosos occidentales del siglo XIX / el mito en la acepción usual del término, es decir, en cuanto a fábula, invención, ficción, le han aceptado tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una historia verdadera, y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa” ( )Para crear una leyenda o un mito, superado los términos de distinción entre uno y otro, es necesario poblar el escenario con seres sobrenaturales porque, según Eliades, el mito tiene la capacidad, para que sea mito, de ser creíble, de tener fuerza. En otras palabras habitar los espacios históricos con nuevas versiones generalmente obedientes a interpretaciones sesgadas y oscuras intenciones tan presentes en nuestra realidad contemporánea’’ A las leyendas se les pretende apreciar como una forma de mito, pero con una no muy sutil diferencia que radica en una cierta base histórica, factual. La concepción moderna de la leyenda tiende a asimilarse en cierto grado con el mito, lo cual a los fines de esta elaboración discursiva, exhibe cierta coherencia, en tanto que pretendemos señalar algunos elementos con los cuales se intenta distorsionar el carácter de nuestra historia.
El interés por los estudios históricos no es nuevo en Latinoamérica, somos, si se quiere abusar de los términos, una sociedad histórica. Es larga la brega de conservar la memoria de nuestros pueblos. Y abundantes los criterios, conceptos y perspectivas con que se ha intentado mantener esa memoria. Larga sería la enumeración y análisis de esas corrientes historiográficas, que van desde los primeros cronistas, recolectores de datos, hasta las más recientes en las cuales nos es dado reseñar el romanticismo, el positivismo, el marxismo, las corrientes estructuralistas y las mas remozadas y frescas, con escasas ataduras conceptuales pero con mayor vigor y profundidad, tales como la historia regional, la local, la microhistoria, la historia de las ideas y las mentalidades, que no se despegan de la visión global del hecho histórico pero desde una perspectiva acuciosa de lo cotidiano y de lo fáctico en pequeñas expresiones.
Es esta una apretada reseña del universo historiográfico que nos circunda. En una ocasión hube de decir que la historia nos atropellaba, que a cada momento nos tropezábamos con ella, y hoy agrego que no hay manera de esquivarla. Esa sentencia, como pretenciosamente la califico, es confirmada por el entusiasmo que se despierta alrededor de los libros, revistas y el cine de carácter histórico, bueno en ocasiones, con esa intención y no ese mal cine de tesis que a veces, en el objetivo de deformación se realiza bajo los mandamientos del pensamiento único. Esto último lo digo reconociendo una buena producción de filmes en los últimos tiempos, originados en la Villa del Cine.
Uno de nuestros mejores historiadores, sino el mejor de ellos, Elías Pino se ha quejado, en su obra Ideas y Mentalidades de Venezuela, de que a pesar de los grandes esfuerzos que han realizado los de la Nueva Escuela “Aun no se ha interpretado cabalmente el mecanismo ideológico que utilizaron los revolucionarios de Venezuela en su lucha contra el orden colonial. Aspectos tan importantes como la delimitación de la influencia ilustrada en los caudillos insurgentes, o el referido a la ascendencia de la tradición, carecen de estudios sólidos. Los investigadores de la nueva escuela han logrado establecer cómo el movimiento de Independencia representa un esfuerzo de la aristocracia criolla para la conquista del poder político, pero todavía no se han interpretado los argumentos dispuestos para la empresa” Afirmación ésta que no hace más que corroborar la terca realidad de que la historia siempre se ancla en verdades cambiantes. La profundización de ese tópico conduce, casi irremediablemente, a una nueva versión o a la ratificación de la anterior, lo que está éticamente prohibido es deformar los hechos, y ajustarlos al lecho de Procusto, al que siempre en el camino le sale un Teseo.
En el capítulo 4 de su obra La historia de los hombres del siglo XX, Josep Fontana cita un libro titulado ¿Por qué temen la Historia las clases dominantes? De Harvey Kaye, en el cual éste sostiene que ello se debe a que la historia es en última instancia el relato de la lucha de los hombres y mujeres por la libertad y la justicia. Fontana frente a esa afirmación riposta que…”Me parece, sin embargo, que se equivoca. Las clases dominantes no temen la historia — por el contrario, procuran producir y difundir el tipo de historia que le conviene, y que no suele ser la que se ocupa de la lucha por la libertad y la justicia—sino que, en todo caso, temen tan solo a los historiadores que no pueden utilizar. Aunque tampoco es que les teman mucho, porque les cuesta poco hacerles callarlo, por lo menos, impedir que se les oiga” El concepto de clase dominante, muy del uso de la sociología marxista, es a despecho de la liturgia de Marx, un concepto cambiante. El concepto alude a quienes detentan el poder, en cualquiera de sus acepciones, en cualquier tiempo y lugar, tanto en el capitalismo como en el mal llamado socialismo. En un caso, siguiendo las vetustas categorías marxianas—Ludovico Silva dixit– se trata de la burguesía y en el otro de la nomenclatura el terrible bloque de poder del totalitarismo Son grupos dominantes enemigos de la historia y de los historiadores. Nuestro país no escapa de esta abominable situación. Un solo ejemplo verifica rápidamente esta aseveración: el intento de confiscación y devastación de la Academia Nacional de la Historia, con su extraordinaria acervo documental, hemerográfico y de recursos humanos especializados, por una burda imitación llamada Centro Nacional de Historia, para cambiar los referentes de investigación de nuestros investigadores, sobre todo los de la nueva generación. Hasta ahora el intento ha sido fallido, a Dios gracias.
Largo, hemos dicho, es el camino. Una largueza muy relativa si la comparamos con otras culturas, otras civilizaciones y otros mundos. Pero es nuestra relatividad, la que nos atañe y nos conforma como pueblo y como sociedad. Sin embargo, tenemos una tradición historiográfica de gran talante. Nuestra época colonial y la misma independentista está cubierta de una buena producción en el campo del registro histórico, donde el concepto de Historia Patria no deja de asomarse con su carga de prejuicios, por las rendijas del quehacer historiográfico, cargada de triunfos …” héroes míticos, logros imperecederos, símbolos de perfección y modelo de virtudes ejemplares cuya función esencial es avalar y consolidar la ejecución del proyecto que se pretende adelantar y cuya meta, según esta particular lectura no es otra que darle continuidad a la hazaña iniciada por los libertadores” Así se expresa Inés Quintero en relación a esa manera sesgada del historiar venezolano.
El sesgo en la Historia es un riesgo permanente. El peligro que acecha es el de pensar que la historia se repite lo cual se traduce en la nefasta tarea de confeccionar tesis histórica pret a porte, a gusto del bloque dominante, como gustaba decir a Gramsci, el siempre mal leído y maltratado. Hay similitudes pero no igualdad en los hechos históricos y los personajes son únicos. En otras palabras para ejemplificar: no hay dos Independencias, ni dos federaciones, ni dos Simón Bolívar, ni dos Ezequiel Zamora. La Historia es única e irrepetible. Hacer creer lo contrario es una estafa, una irresponsabilidad de marca mayor. Uno no sabe a ciencia cierta si aquel “árbol de las tres raíces”, sancocho conceptual, esgrimido por los conjurados de la mala hora del golpismo febrerista, era seriamente, un llamado a la rebelión o una manera de burlarse de la inteligencia del venezolano.
El historial de los mitos y las leyendas, es decir de las falsificaciones, es espeso y se pierde en las abismales oscuridades del viejo tiempo. Nuestro devenir histórico está cargado de estos elementos y no escapa a esta dinámica, que no son dañinos, si a ver vamos, mientras no pretendan usurpar los espacios del conocimiento y del quehacer historiográfico. Las Leyendas Negra y Dorada, han nublado el legítimo conocimiento del desarrollo histórico nuestro. Por legítimo conocimiento aludimos al que se deriva de la labor investigativa, profunda y seria,, y en ningún momento a supuestas verdades establecidas a manera de axiomas o dogmas.
La Historia es un instrumento de conocimiento liberador , “una hazaña de libertad” diría Benedetto Croce, pero también puede servir, una vez manipulada, como herramienta para sojuzgar a los pueblos. La llamada “verdad histórica” a la que ya aludimos, es molesta para quienes ejercen el poder con una óptica autoritaria y necesitan tergiversarla. En una larga, y a mi manera de ver, extraordinaria entrevista que me hiciera, para Tiempo Universitario, tuve la oportunidad de hacer algunos planteamientos ese inteligente periodista Rafael Simón Hurtado, lo de extraordinaria por supuesto corresponde a la destreza de Rafael Simón y no a las respuestas que yo diera. Entre otras las referidas a las conmemoraciones, fechas en las cuales es usual encontrarnos con afanes distorsionadores. Por ejemplo, toda conmemoración es polémica. Siempre hay aristas y bemoles, dudas que aclarar y certezas que confirmar. Paradójicamente la Historia y la historiografía, que de ella se ocupa, no es estática como pudiera suponerse, ni lineal ni plana. Toda investigación histórica es preliminar hasta nuevo aviso. Lo que es invariable es la factualidad, el hecho en sí, lo que varía es la interpretación de los hechos a la luz de nuevos documentos, de nuevas técnicas, de nuevas teorías, de nuevos enfoques. Esto es parte de lo atractivo y apasionante de la Historia y que le impide ser aburrida.
Las estaciones, llamémosla así, que los pueblos recorren para re-visitar su historia son las conmemoraciones. Por ejemplo, acabamos de celebrar las del Bicentenario de la Independencia y en lo cual cabe destacar que es legitimo hacerlo en primer lugar porque nos salía celebrar unos hechos que sacudieron a casi toda América, y en los cuales tuvimos una destacadísima actuación. Y en segundo lugar, era, y es, necesario detenernos después de doscientos años, a reflexionar aun más sobre nuestra historia y dejar de repetir como loros y aplaudir como focas algunas afirmaciones contenidas en nuevos y viejos textos. En tercer lugar, y como producto de esta reflexión desmitiquemos la historia, humanicémosla, salgamos de las trampas de la reificación y la deificación, de la cosificación y endiosamiento, elementos estos que recurren al tema de la heroicidad, entre otros, que envuelve el polémico tema del papel de las masas y los héroes en el quehacer histórico, que con cierta regularidad se asoma en medio de las disputas historiográficas. Este resurgimiento de viejas teorías lo estamos viviendo en nuestro país cuando desde las altas esferas del Estado y del gobierno postulan tesis que la historia dejó atrás, a la vera del camino.
El caso de Simón Bolívar es más que emblemático. Y sobre esto se han vertido toneladas de palabras que no es mi intención poner sobre el tapete aquí, pero sí creo necesario señalar. A Bolívar se le intenta colocar como un elemento divino, un ser mas allá del bien y del mal, con todas las virtudes y sin ningún defecto, un ser incuestionable, un ser no-histórico. Precisamente a El Libertador, un ser esencialmente histórico, deudor de su tiempo y espacio, se le quiere ubicar en una dimensión no se le puede abordar con criterios históricos, sino hagiográfico por decirlo con la mayor elegancia posible. En torno a él se ha elaborado un culto, profundamente analizado por primera vez por Carrera Damas (El Culto a Bolívar) y como todo culto es necesario un oficiante de la deidad, un sacerdote del culto, que la interprete y se convierta en el ejecutante de sus ideas. Guzmán Blanco, Gómez, López Contreras, Medina Angarita, Pérez Jiménez, todos han pretendido asumir ese rol, hasta Carlos Andrés estuvo rondando ese escenario. Lo más resaltante es que nunca como ahora ese culto tiene más ribetes de locura y perversión, y si no recordemos, sobre todos aquellos que puedan creer que exageramos, la exhumación de los restos de Bolívar, en una patética ceremonia de babalaos y paleros, y la delirante comisión presidencial designada para investigar “el asesinato” de Bolívar. Dentro de ese guión se observa la demonización de Páez, como el antihéroe, el anti-Bolívar. No hubo ningún homicidio , y la historia, latinoamericana tenía que ser, trató de repetirse, en el caso reciente de Pablo Neruda, donde tampoco hubo envenenamiento. No en vano Luis Castro Leiva nos habló de la teología bolivariana, en la aproximación teórica más densa que sobre el tema se haya escrito.
Estas cosas, en nombre de la Historia, siempre es bueno recordarla por aquello de que este presente de hoy, efímero en su esencia, es el pasado que nuestros jóvenes de hoy estudiarán mañana. No se trata de un pueril juego de palabras, sino de una dialéctica inevitable. Cuando se conmemoran el 19 de Abril y el 5 de Julio, el gobierno nos ofrece una espléndida demostración de festejo militar de unos hechos fundamentalmente civiles. La historia no es una fiesta de tanques, cañones, aviones, granadas, pistolas, fusiles. No, eso es una grosería, una falta de respeto, tanto para civiles como para militares. Ortega y Gasset nos advirtió tempranamente del peligro de una concepción militar de la historia. Una interpretación de ese corte – dijimos en aquella larga entrevista- es un energizante para el ejercicio autoritario del poder. Las cosas hay que ubicarlas en su justo lugar, la gesta independentista es un hecho civil, lo cual no significa que no haya tenido un desarrollo militar en su consolidación. Lo que mejor corrobora esta afirmación es que los documentos del 19 de Abril y 5 de Julio no son partes de guerra, ni pregones de batallas, ni himnos de combates, sino documentos civiles, políticos, ciudadanos. La figura estelar, digámoslo así, no fue un militar, sino un civil: Juan Germán Roscio, el redactor con Iznardi, de las proclamas justificantes de la acción libertadora. No hay justificación militar, lo repito, sino civil; aún mas, de las manos de este guariqueño ilustre sale el documento más brillante y encomiable sobre la independencia en América Latina. Excluir de raíz el aspecto bélico-militar es tan absurdo como la pretensión de borrar la civilidad de la gesta. El triunfo de la libertad sobre el despotismo, de Roscio, no es solo un documento político sino un profundo ejercicio teológico sobre los motivos y justificaciones de los republicanos. Roscio fue un hombre de ideas y acción, como tantos otros civiles participantes, que le dio una puntillada a los argumentos que desde la Iglesia se daban a favor del Absolutismo, tesis éstas, las de Roscio, que tenían el valor agregado de ser él un ferviente católico. Hay mucho trecho intelectual que recorrer en Juan Germán Roscio. Hay tres obras recomendables para empezar a recorrerlo, una del padre Luis Ugalde contentiva de un profundo análisis de sus tesis políticas y teológicas. Otra de divulgación, amena y densa de Adolfo Rodríguez, y por último el prólogo de Domingo Miliani, a la edición contenida en la Biblioteca Ayacucho (N- 200). Miliani en diez consideraciones resume la obra de Roscio a quien reivindica como el héroe intelectual de la Independencia, y llega al extremo temerario, estimo yo, de ubicarlo como un precursor de la Teología de la Liberación, la elaboración teológica y filosófica de mayor sello de originalidad en América Latina, suscrita originalmente por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, y que el tiempo y la contaminación marxista se han encargado de desgastar. Hablar de Roscio es aludir a la responsable, e impostergable, tarea de reivindicar la heroicidad de las ideas, el procerato civil, el criterio de que la construcción de República, hoy en peligro de disolución, no es ni ha sido una tarea militar, al menos exclusivamente.
Y hablando de contaminaciones necesario es precisar algunas. Hemos dicho que la historia es irrepetible y no voy a repetir la manoseada frase de Marx de que ella no se repite, y que cuando lo hace, lo hace unas veces como tragedia y otras como comedia. El mismo Marx, aprovechemos la oportunidad, que insultó y descalificó a Bolívar en una obra por encargo. Ni siquiera así. Imagínense ustedes lo monótona y fastidiosa que sería la labor historiográfica viendo siempre el mismo filme, la misma trama, el mismo argumento, los mismos personajes, el mismo final. Por ello es necesario insistir que la historia trata de lo único, de lo particular y singular.
Es vana, por no decir absurda, la idea de fabricar otro Bolívar u otro Zamora para justificar los desmanes y las violaciones que a bien se tengan cometer, cubriendo con las glorias ajenas la impúdica desnudez de sus acciones. Y cuando no encuentran el rumbo, que nunca tuvieron, y que creyeron tener, acuden a la peligrosa fantasía de repetir el pasado, haciendo nuevas ediciones de la Independencia o de la Guerra Federal, sobre todo de la primera. Si hay una segunda Independencia, como suelen pregonar algunos aspirantes a caudillos, y si en la primera descollaron los Bolívar, los Sucres, los Miranda (siempre militares) y la gloria los cubrió y la historia los justificó, la historia se repite y exalta a los actores de reparto que ahora detentan el poder. La historia, sobre todo en estos tiempos, esta engarzada con la política. Los dictadores o aspirantes a serlo tienen una concepción bien particular de la historia, que la asimilan a la alcahuetería, al celestinaje.
Por cierto, y hablando de celestinaje, ya que el augusto recinto en que nos encontramos no me permite usar la cruda palabra que se merece la situación que a continuación relato, y que ocurrió el 11 de febrero de 1911, cuando en El Universal, en su primera página, Felix Galavis presentaba la partida de bautismo del general Juan Vicente Gómez , Presidente de la República,en la cual constaba que éste había nacido en el estado Táchira el 24 de julio de 1857, con lo cual quedaba asentada no solo su nacionalidad venezolana sino que de ahora en adelante se celebrarían conjuntamente los natalicios de Bolívar y Gómez. Luego también sus respectivos decesos, los 17 de diciembre. Cosas del culto.
El trabajo que debería ser de la inteligencia le da paso a la fantasía. Se encumbran personajes de tercera categoría por el solo mérito de pertenecer a la familia presidencial o se borran del escenario a quienes en el pasado reciente fueron héroes de jornadas de recuperación del poder. Este un guión muy conocido. La historia, siempre la historia, nos recuerda el caso de Leon Trosky (fundador del Ejército Rojo desaparecido de las páginas de la Enciclopedia Soviética ), de Carlos Franqui (el del famoso Retrato en Familia con Fidel 1981, ExDirector de Juventud Rebelde órgano oficial de la juventud fidelista) desaparecido radicalmente de la memoria histórica cubana. La historia del totalitarismo abunda en estos casos, se trata, en palabras de Milan kundera, del robo de la “memoria histórica de un pueblo” como poderoso instrumento de la dominación totalitaria, según cita Humberto García Larralde en El Fascismo del Siglo XXI.
La historia de hoy, la que se está construyendo en este presente turbulento e incierto, no debemos dejar que la tergiversen. Que en su elaboración historiográfica no se desplace la verdad histórica, aquella que no conduce a la unicidad sino a la diversidad, al pensamiento diverso y no al crispante pensamiento único, al modo unidimensional de pensar. No permitamos que el imaginario colectivo del venezolano se pueble de fantasmagóricas invasiones Imperiales, los antiimperialismos de papel, de ridículas denuncias de magnicidios, de posturas que se corresponden mas con la fantasía que con la cruda realidad, de nigromancia y de todo tipo de artilugios que desubiquen a los ciudadanos, verbigracia pajaritos que hablan, rostros en piedras, intentos de deificar a los héroes y sustituirlos en la creencia y la fe del pueblo. Camandulerismo puro.
Todo esto lo señalo con la seriedad del caso, fuera de cualquier intención panfletaria impropia de un discurso de incorporación, ante una institución signada para resguardar la memoria histórica del pueblo. Esa es la realidad crujiente de este momento de nuestra historia, y es deber nuestro señalarlo con toda crudeza, hoy para que mañana los historiadores no nos reclamen falta de valor y de valores. Para que nunca mas una institución como la Asamblea Nacional, depositaria de la soberanía nacional y guardiana de nuestras tradiciones republicanas, emita en forma de acuerdo, unas opiniones que lesionen el orgullo nacional con la excusa de celebrar un mal llamado Dia de la Resistencia Indigena. Reza así uno de sus considerandos, el más sustancioso de todos:…”Que el 5 de marzo del presente año trascendió a la inmortalidad el Líder de la Revolución Bolivariana, Comandante Supremo y Eterno, Hugo Chávez Frías, hombre que con su ejemplo y lucha cuotidiana, alcanzó el sitial de protector, libertador del siglo XXI y redentor de los pueblos indígenas de la República Bolivariana de Venezuela y del mundo, por haber reivindicado las luchas ancestrales y la resistencia indígena como legado social, político, cultural y jurídico de los pueblos originarios y el reconocimiento de sus derechos.” Ni un punto ni una coma de mas o de menos, aparece este texto en la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela del 11 de octubre de 2013.
No permitamos que se exhiba como una gesta gloriosa, ajena a gallardía de nuestro pueblo, las masacres y los saqueos del 27 de febrero, que no se convierta esa fecha luctuosa en un motivo de conmemoración patria. Que las felonías militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992, no ingresen como actos heroicos a las páginas de nuestra historia, tal como en estos momentos aparecen en los capítulos de los manuales elaborados y difundidos de Historia de Venezuela por el Ministerio de Educación. Que se entienda que la Historia de Venezuela no es solo la Independencia, ni que la del siglo XX y XXI se corresponde exclusivamente con el llamado Socialismo del Siglo XXI. Que la denominación de Venezuela como V República es una estafa periodizada, sin ninguna base histórica ni historiográfica.
Como corolario, quiero referirme a una situación dramática en la cual yo mismo figuro como actor. Corrían los meses de Noviembre y Diciembre de 1957, eran tiempos de represión y brutalidad, eran tiempos de dictadura. No había manera de informarse de los hechos que acaecían en el país, no sabíamos nada de las huelgas, de las manifestaciones, de las luchas en las calles, de los presos políticos. Mi papá, bello y simple bodeguero en mi pueblo natal, la Villa de San Carlos de Austria, nos despertaba, con el mayor sigilo posible, para que oyéramos las noticias de nuestro país en la Radio Caracol de Colombia. Hoy acudo a la misma emisora, ahora televisiva, para lo mismo. ¿Entonces?………
GRACIAS, MUCHAS GRACIAS,