Discurso de Contestación al Licenciado José Antonio Gómez escrito por Daniela Bolaños

Buenos días, distinguidos académicos, apreciados invitados, damas y caballeros. Me siento profundamente honrada por haber sido designada para responder al elocuente discurso de incorporación del Licenciado José Antonio Gómez Gutiérrez, quien se convierte, desde este momento, en miembro correspondiente de nuestra querida Academia de Historia del Estado Carabobo.

José Antonio es, sin duda, un apasionado de la historia y un investigador incansable, que al igual que muchos de nuestra generación, ha sentido la necesidad de mirar al pasado y explorar sus raíces. Desde que lo conocí, por intermedio de esta Academia, su dedicación y compromiso han sido profundamente inspiradores, y las palabras que hoy nos comparte no hacen sino reafirmar esa impresión.

En la actualidad, es aspirante, entre otras cosas, a magíster en Historia de Venezuela de la Universidad de Carabobo, cosa que celebro profundamente, debido al vínculo que históricamente, ha tenido la maestría de Historia con esta respetable institución. Con esta decisión, José Antonio da un paso más allá y sigue el camino de destacados académicos que hoy no están con nosotros, pero que nos antecedieron, como Luis Rafael García, académico y primer egresado de la maestría, y Marco Tulio Mérida, integrante de la segunda promoción; al igual que otras figuras emblemáticas, que formaron parte de ambas instituciones, como el profesor Luigi Frassato y Armando Martínez junto a otros nombres que, aunque en este momento se me puedan escapar, dejaron un legado importante en ambos escenarios.

Este compromiso con la historia, que se manifiesta en su búsqueda de formación académica e intelectual, se refleja también en la profundidad de su discurso. La narración que hace de sí mismo, indica una valoración positiva de su herencia familiar y un fuerte lazo con sus ancestros, reflejando, no solo un compromiso ético personal, sino también la defensa de distintos valores tradicionales. En consecuencia, la pasión que ha impregnado cada palabra de su discurso es un presagio de que, el que hoy, es un investigador en formación, será mañana un representante excepcional de nuestro legado histórico a nivel regional y nacional. Felicitaciones y bienvenido.

En la investigación histórica, así como en cualquier búsqueda de conocimiento, todos nos encontramos, en algún momento, con episodios que no solo despiertan nuestra curiosidad, sino que también nos conectan profundamente con nuestra esencia. La conciencia es por naturaleza intencional, dice Husserl y siempre está dirigida hacia algo que la motiva y le da sentido; en este caso, es comprensible que José Antonio haya escogido un tema que le toca directamente: el hallazgo del Acta de la Independencia, en casa precisamente de la Señora María Josefa Gutiérrez, viuda de Navas Spínola, emparentada directamente con su abuela Gisela Castillo Navas Spínola de Gutiérrez.

Este descubrimiento, nos permite a todos, no solo reflexionar sobre un episodio transcendental de nuestra historia, sino que también nos invita a considerar la propia esencia de este documento, como huella del testimonio que garantiza el paso de la memoria a la historia. Por lo tanto, este episodio, del cual en mi caso conozco recientemente, nos interpela a todos, especialmente a los valencianos, ya que fue precisamente aquí, en esta ciudad, como bien señala José Antonio, que en 1907 se encontró el 2° Libro de Actas del Congreso Constituyente de Venezuela de 1811, que contenía inserta, de acuerdo con el relato histórico, el Acta original de la Independencia y la primera constitución de Venezuela, aprobada a finales de ese mismo año. Este documento había permanecido extraviado desde 1812.

Debo confesar que desconocía a fondo los pormenores de este suceso, sin embargo, motivada por el valioso trabajo que viene emprendiendo José Antonio, dediqué varios días, a buscar información adicional que pudiera contribuir al análisis histórico, y encontré algunos datos que, en mi opinión, podrían enriquecer la comprensión de este acontecimiento tan relevante.

En primer lugar, debo mencionar a nuestra recordada Luisa Galíndez, que en su Libro Historia de Valencia (siglo XIX) publicado en 1983, anticipó que se escribirá mucho sobre la desaparición del Acta de la Independencia. Según ella, es comprensible que la preservación de este documento se haya visto afectada por la terrible situación vivida en 1812, que incluyó el traslado del Congreso a Valencia y su posterior clausura, el devastador terremoto de ese año y, en general, un contexto marcado por la violencia, la desolación y la muerte.

El relato de Galíndez resulta especialmente llamativo, pues por un lado menciona que el escritor Arístides Rojas se preguntaba: ¿Dónde está el acta original de nuestra independencia? Según Rojas, se creía que podría estar en Boston, en Caracas, en posesión de un señor en Bogotá o incluso bajo la custodia de una familia valenciana. Además, la historiadora refiere que, en 1899, la Academia Nacional de la Historia, tras varios años de análisis sobre el tema, concluyó que el Acta de Independencia que merecía considerarse auténtica era la que aparecía incluida en la obra Documentos Interesantes de Venezuela, publicada en Londres en 1812.

Pero ¿qué significa todo esto? ¿Acaso el ser de nuestro país se configuró a través de un texto incluido en un libro hallado en Londres? Esto plantea varias cuestiones:
En primer lugar, la incertidumbre sobre el paradero del acta original refleja la fragilidad de los primeros años de nuestra república. Asimismo, la labor realizada por la Academia Nacional de la Historia a finales del siglo XIX denota una necesidad imperiosa de definir una postura al respecto, en un esfuerzo por fortalecer una identidad nacional que, en aquel momento, se encontraba fragmentada. En este contexto cobra relevancia el análisis del historiador, político y escritor José Gil Fortoul, quien en su obra Historia Constitucional de Venezuela (Tomo II) (1977), ofrece una interpretación detallada del dictamen de la Academia Nacional de la Historia durante esa época. Su relato es sumamente esclarecedor y arroja luz sobre los esfuerzos por consolidar una postura sobre el acta original y autentica.

Lo primero que deja claro Gil Fortoul, es que a pesar de que, en los archivos venezolanos, no se encontraba Acta de la Independencia original, no significaba que la nación no conociera el texto que la constituía. Según él: “corre en historias, recopilaciones y periódicos… y es idéntico, salvo a una que otra ligera variante, especialmente en la ortografía, y, por tanto, no ocurren dudas acerca de su autenticidad”. Esto resalta que no estábamos desprovistos de las ideas plasmadas en el documento, sino que el problema radicaba en la certeza de su autenticidad. Por esta razón, la Academia Nacional de la Historia, se dedicó a examinar el asunto exhaustivamente, desde el año 1890 hasta 1898.
Gil Fortoul detalla, que, para la época, se tenían identificadas cuatro versiones del Acta de la Independencia que databan de 1811: “la primera publicada el 11 de julio, en El Publicista de Venezuela (periódico de la municipalidad), la segunda publicada en el infolio que contiene el bando del Poder Ejecutivo de fecha 14 de julio; la tercera publicada en la Gaceta de Caracas del 16 de julio; y la cuarta, impresa por Gallagher y Lamb, editores de la misma gaceta”. Sin embargo, Arístides Rojas, en 1894 identificó una discrepancia en el número de firmas de las distintas publicaciones, ya que en unas firman 41 diputados y en otras, sólo 37.

El análisis de Gil Fortoul recoge las deliberaciones de aquella época, caracterizadas por argumentos conjeturales y explicaciones lógicas de los académicos, que incluyeron en el debate, un análisis crítico al famoso cuadro de Martín Tovar y Tovar, que concluyó en que el Acta no se firmó el 5 de julio, sino que tal vez, en los días subsiguientes “se fueron recogiendo las firmas de casa en casa”. Lo cierto es que el historiador, describe aquel debate de manera minuciosa, citando fuentes y otorgando, desde su punto de vista, mayor peso a la versión publicada el 11 de julio en el Publicista de Venezuela, por considerarla más temprana y confiable.

Nótese que durante los años en los que se suscitó dicho debate (1890-1898), no había sido hallado aun el libro en Valencia. Más adelante, en 1910 (tres años después del hallazgo) el historiador cita un Discurso sobre el Acta de la Independencia, pronunciado frente al senado, donde varios senadores solicitaron al Congreso que declarara como “única, auténtica y original el Acta solemne de la Independencia contenida en el Libro de Actas del Congreso Constituyente de 1811”. En respuesta, Gil Fortoul, quien para entonces presidía el senado, expresó lo siguiente:

“No estamos discutiendo, ni pudiéramos discutir, acerca de la autenticidad del libro hallado en Valencia, autenticidad que nadie pone en duda. Lo que discutimos es si el Acta de Independencia que contiene ese libro hallado en Valencia es la única y original, o simplemente una copia”.

El texto de Gil Fortoul se convierte de esta forma, en una rica fuente para la reflexión hermenéutica, invitando a cualquier lector interesado, incluyendo a José Antonio a explorar las implicaciones de este debate y a profundizar en sus conclusiones.
Lo anterior nos revela entonces, la trascendencia de este suceso histórico y el contexto que lo rodea. En ese sentido, el interés de José Antonio en desarrollar y fomentar una línea de investigación sobre este tema no solo es comprensible sino profundamente valioso, pues el episodio que involucra a su familia en Valencia representa un aporte significativo a la preservación de nuestra memoria colectiva.

Por lo tanto, la colocación de una placa conmemorativa, en el lugar donde ocurrió este episodio de nuestra historia, como lo solicita José Antonio con sólidos argumentos, constituye un punto de referencia tangible, que permite conectar el presente con el pasado. Además, es una invitación para que las nuevas generaciones cultiven la memoria eidética, (esa capacidad de evocar imágenes mentales claras y detalladas como si se estuvieran viviendo), y que en este caso permite resignificar el Acta de la Independencia, no solo como un documento material, sino como un símbolo poderoso de nuestra historia.

Como bien señala Luis Castro Leiva (1991), nuestros padres fundadores buscaron establecer un nuevo orden político, con principios fundamentados en la razón, guiados por la moderación, la energía y el amor por la unión y la fraternidad. Sin embargo, con el proceso revolucionario y la guerra a muerte, “la libertad republicana perdería gradualmente sus fundamentos racionalistas”. Por esta razón es imprescindible volver a releer los textos fundacionales, e intentar comprender como aquellos actores del pasado se pensaron así mismos a través de sus ideas.

Sin duda alguna, el tema propuesto por José Antonio nos abre un abanico de posibilidades para reflexionar, y, sobre todo, para fortalecer la conexión entre nuestro pasado y nuestro futuro.

Enhorabuena José Antonio, estoy convencida de que tu proyecto enriquecerá este ámbito de reflexión y entendimiento.
Nuevamente, muchas gracias a todos, y sobre todo a la Junta Directiva por brindarme esta valiosa oportunidad de aportar en este prestigioso aforo.

Daniela Bolaños.