CELEBRAMOS 100 AÑOS DE EVANGELIZACIÓN DE LA DIÓCESIS DE VALENCIA

(Palabras pronunciadas por el Pbro. Luis Manuel Díaz en la sesión solemne del Consejo Municipal de Valencia en homenaje al Primer Centenario de la creación de la Diócesis valenciana y carabobeña, en el Teatro Municipal de la ciudad, el 28 de octubre de 2022)

 Introducción

     El Jubileo por el Primer Centenario de la creación de la Diócesis de Valencia (1922), hoy Arquidiócesis (1974), ha sido una ocasión propicia para todos los creyentes que peregrinamos en esta tierra carabobeña en hacer “memoria agradecida” por su trayectoria histórica; tal como nos lo recuerda el Santo Padre, el Papa Francisco, “el creyente es fundamental-mente memorioso”. Por eso, hemos tenido la gracia y la fortuna en este Año Jubilar de hacer memoria viva y esperanzadora de nuestra historia eclesiástica, sin caer en la añoranza del pasado, sino más bien alegres por la presencia permanente y recurrente de un Dios bueno y misericordioso con su Iglesia carabobeña. De ahí que “la memoria es una dimensión de nuestra fe”.

Y por la fe es lo que nos mueve estar aquí para agradecer a ese mismo Dios, el Señor de la historia y del tiempo, por estos 100 años de existencia de esta Iglesia particular, llamada Diócesis (o Arquidiócesis) de Valencia. Esto significa –con palabras sencillas- que hace 100 años esta Iglesia valenciana y carabobeña, esta pequeña porción del Pueblo de Dios, tiene el privilegio de tener y contar con la presencia de un obispo propio, cercano y apostólico para la atención pastoral de los pueblos y como consejero espiritual de los valencianos y carabobeños.

Y como un creyente más, vengo en primer lugar como comisario de esta misma Iglesia particular que tiene como cabeza a nuestro querido y amado Arzobispo, Excmo. Mons. Reinaldo Del Prette Lissot, de mis hermanos los sacerdotes del presbiterio, religiosos, religiosas y de todos los seglares que hacen vida en los diversos apostolados parroquiales. Y en segundo lugar, vengo como difusor de la “memoria eclesiástica”, cuya tarea de investigación todavía estamos apenas en un proceso inicial para un estudio serio y sistemático de la historia de la Iglesia carabobeña.

Por estas dos razones, quiero expresar en nombre de mi Obispo, de mi presbiterio y de todo el Pueblo de Dios nuestro agradecimiento por este homenaje que nos dispensa los ilustres miembros del Consejo Municipal de Valencia, en la persona del señor Alcalde de la ciudad, economista Julio Fuenmayor, y demás concejales del municipio. Gracias por esta deferencia y amabilidad. La Iglesia valenciana siempre ha sido portadora de esperanza y está unida estrechamente desde su origen con la historia de Valencia y de todos los pueblos de la región carabobeña.

Quisiera aprovechar, en esta sagrada intervención, trazar brevemente la trayectoria evangelizadora de esta Madre Iglesia que nos invita con alegría y esperanza a recuperar la memoria viva y agradecida, y así evitar el mal de estos tiempos modernos: el olvido de dónde venimos; es decir, el orgullo de no querer mirar hacia atrás y de no querer a aprehender de las huellas de nuestros antepasados. Bien se ha dicho que “seguimos siendo un país desmemoriado”. Todavía muchos cristianos vivimos como si la Iglesia hubiera comenzado ayer. “No nos gusta mirar hacia atrás –escribía el padre jesuita Carmelo Vilda- y si lo hacemos sintonizamos con ondas extraviadas entre lo anecdótico y lo maniqueo”.

Por esta razón, hacer memoria es el mejor antídoto contra el olvido histórico. Sin embargo, el mayor peligro ante la “pérdida de memoria” es la “corrupción de la memoria”, que significa desconectar el presente con el pasado sin una proyección del futuro de la Iglesia. Pues, no queremos caer en una nostalgia estéril al mirar el pasado, sino de renovar el ímpetu misionero del presente a través de los buenos testimonios de aquellos que nos precedieron y dejaron huellas perecederas para la futura generación.

Al conocer los primeros pioneros de la evangelización de nuestros pueblos, queremos recordar y agradecer a Dios por su obra redentora, liberadora y civilizadora, realizadas por aquellos que nos presidieron y participaron en los momentos luminosos e históricos de la historia viva de esta Iglesia carabobeña, y que además fueron capaces de ofrecer su propia vida por la extensión del reinado de Jesucristo en las personas más vulnerables de nuestras comunidades parroquiales.

Ahora bien, la razón de ser y hacer de esta Iglesia que peregrina en el territorio carabobeño es cumplir con el mandato misionero de Nuestro Señor Jesucristo: evangelizar, que significa, con palabras del Papa Francisco, “estar en salida”. Y este llamado sigue siendo un desafío antiguo y nuevo para los seguidores y discípulos de Jesucristo. Para esto, tomamos como reflexión los cinco verbos de acciones concretas que nos presenta el mismo Papa en su proyecto pastoral de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG), cuando define qué es la “Iglesia en salida”. Dice el Papa Francisco: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean (Primerear) que se involucran (Involucrar), que acompañan (Acompañar), que fructifican (Fructificar) y festejan (Festejar)” (24).

1.- Primerear

El primer verbo que utiliza el Papa Francisco es “Primerear”, un neologismo que quiere decir “tener siempre la iniciativa”.  Así como Dios “tomó primero la iniciativa” de amarnos con misericordia, al enviar a su Hijo único para la salvación de la humanidad. En este sentido la Iglesia está llamada a “tomar la iniciativa sin miedo”. Por eso, “ella sabe adelantarse”, “salir al encuentro” y “buscar a los lejanos”. Así pues, desde un principio esta Iglesia ha tenido el empuje de buscar el bien espiritual y material de los pueblos carabobeños. En la aurora de la evangelización, los primeros sacerdotes en compañía de los fieles procuraron levantar un templo digno, hermoso y duradero, acorde al crecimiento económico del lugar. La primera parroquia eclesiástica se llamaría “Nuestra Señora de la Anunciación” de la Nueva Valencia del Rey (1540), que luego se llamaría Iglesia Matriz de Valencia, desde el siglo XVII.

De aquella primera comunidad parroquial, existen dos cartas inéditas enviadas a la corona española que reposan en el Archivo de Indias, en Sevilla (España), con fecha 5 de enero de 1562, donde podemos conocer la realidad social y eclesial del origen poblacional de Valencia, a finales del siglo XVI. Había dos sacerdotes seculares, y uno muy enfermo, quienes atendían la vida pastoral de más de diez vecinos. Esta primera población solicitaba a la corona -como consecuencia de los continuos saqueos ocasionados por los corsarios franceses y para completar por la tragedia que ocasionó el paso del tirano Lope de Aguirre en 1561- que no se llevasen el oro que había sustraído de las minas que eran muy pobres, pues habían trabajado durante 30 años.

También podemos mencionar otro documento, con fecha 3 de diciembre de 1567, que se refiere a una Relación que presenta el tercer obispo de la provincia de Venezuela, fray Pedro de Agreda (1561-1580), a la corona española, y relata que al hacer visita pastoral a la ciudad de Valencia, subraya “que había más de 27 años que no se habían confirmado” los vecinos de esta ciudad. Esto nos lleva a deducir que en el año 1540, o antes, ya existía la población valenciana.

Estos documentos fehacientes son pruebas que esta Iglesia centenaria tiene sus antecedentes en los orígenes de esta ciudad. En la investigación del Hno. Nectario María hacía mención que “el 10 de octubre de 1555, le fueron consignadas a la Iglesia de Valencia trescientos pesos, procedentes del tanto por ciento que percibía la Real Corona sobre las herencias y bienes dejados por los difuntos, lo que es prueba que existía la Iglesia antes del año 1555”. Desde un principio se manifiesta el desarrollo económico de la población, lo leemos en el informe del 23 de agosto de 1574 del mencionado Obispo Agreda, que la ciudad tenía “como diez vecinos españoles y está como treinta leguas de Barquisimeto… cuatro o cinco de estos vecinos españoles de esta Nueva Valencia son los más ricos de toda esta gobernación”.  

Con el dato histórico y conclusivo del Hno. Nectario, podemos determinar que es imposible estudiar el origen de nuestros pueblos sin hacer referencia a la Iglesia Católica; como algunos historiadores, que por mezquindad o por prejuicios ideológicos, omiten el aporte civilizador y humanístico de los primeros misioneros católicos. Frente a ello, la historia correctamente entendida de la Iglesia pasa necesariamente por la “purificación de la memoria”. No queremos reconstruir una historia tendenciosa, que pretenda mostrar que todo ha sido siempre luces, sino que además la historia de la Iglesia debe ser historia verdadera que nos muestre sin disimulo todas las sombras humanas. “Cuando vemos toda la miseria humana –decía el recordado Papa Benedicto XVI-, percibimos algo que no puede derivarse de ella: una luz que no se puede apagar con ninguna negativa. Ella hace ver que la Iglesia ha podido transformar repetidamente al hombre, no por sus propias fuerzas, sino por la fuerza (de Jesucristo) de su palabra y de su amor”.

Un ejemplo de esto, es cuando estudiamos las peripecias sobre la construcción de un templo parroquial en los pueblos carabobeños, su principio, adelanto y culminación, donde se muestra la fuerza de la fe y la capacidad de los primeros cristianos o de una comunidad de organizarse para un bien común, y además podemos verificar el crecimiento o descrecimiento económico de una población. El templo material como espacio sagrado para la oración, también era el lugar de encuentro fraterno, el sitio ideal para la búsqueda del bien común y el punto de referencia para la acción y el servicio de la caridad con los más necesitados.

Surge así, la necesidad de crear la primera escuela de las primeras letras y la asistencia social de los enfermos, como la Beneficencia, cuya institución atendía a los niños y ancianos abandonados. Podemos mencionar el papel que jugó los frailes franciscanos observantes a finales del siglo XVII, con el Convento de San Buenaventura, la actual Iglesia de San Francisco, quienes apostaron por el servicio evangelizador en la educación de los valencianos y carabobeños, especialmente en la defensa y formación de los pueblos naturales. Fue la primera congregación religiosa que llegaba a estas tierras (1634).

A través de las primeras cofradías, como la del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora de la Concepción o de Nuestra Señora del Rosario, y la Santa Vera Cruz, que data del año 1586, se aseguraba la asistencia espiritual y social de los fieles cofrades, en visitar a los enfermos, el socorrer a las viudas y darle una digna sepultura a sus muertos. También podemos mencionar la cofradía del Espíritu Santo creada en 1616 que luego se convirtió en 1720 como la cofradía “Espíritu Santo y Nuestra Señora del Socorro de Valencia”. Fue la promotora de esta gran devoción mariana. Cómo no mencionar la cofradía del Santísimo Cristo de la salud fundada en 1815, que durante el siglo XIX sus miembros desplegaron obras sociales por la ciudad, como crear casas de hospedarías para los visitantes de la ciudad.

También en el siglo XIX, a pesar de tiempos difíciles y convulsionados, se creaba el colegio de Niñas educandas en 1805, por iniciativa de los padres Carlos José Hernández de Monagas (+1809), Juan José Rodríguez Felipe (+1813) y Juan Antonio Hernández de Monagas (1776-1858); que luego, por la gracia de Dios, las mismas maestras del colegio deciden tomar el hábito de Carmelitas Descalzas, fundando así el Beaterio de carmelitas en 1814, como única institución creada en el país. Su sede funcionaba lo que es actualmente la Gobernación de Carabobo. Hay que mencionar la gran labor en el campo de la educación, a finales de siglo XIX, la llegada de la primera congregación femenina las hermanas de San José de Tarbes (1891), los Padres Salesianos (1894) y las Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús (1896). Por este crecimiento apostólico hubo dos intentos fallidos para crear la Diócesis de Valencia: uno en 1887 y otro en 1905.

Con la creación de la Diócesis (1922), el primer Obispo, un carabobeño, Mons. Francisco Antonio Granadillo (1923-1927), se encuentra con un nutrido clero nativo y brillante y además con los padres salesianos, los frailes Agustinos Recoletos (1902) y los frailes Franciscanos Capuchinos (1912). Lo primero que se percata el primer obispo fue el crecimiento de la población por la zona sur de Valencia, creando la parroquia Santa Rosa de Lima, en 1926. Dada la extensión territorial de la nueva Iglesia particular, que comprendía además la región carabobeña, San Carlos y las parroquias de Nirgua, Salom y Temerla del estado Yaracuy, el segundo Obispo, el siervo de Dios Mons. Salvador Montes de Oca (1927-1934), se ocupó de visitar a las comunidades más distantes de su sede episcopal, y como misionero buscaba conocer la realidad social de los pueblos, y así conoció y acompañó a los campesinos de los campos. Defendió valientemente a los presos políticos. En su pontificado llegaba la congregación de los Padres Pasionistas (1928), en la parroquia de San Blas.

El tercer Obispo, un valenciano, Mons. Gregorio Adam (1937-1961), como hombre inquieto por la educación y la cultura, emprende la tarea de crear en cada parroquia de los pueblos carabobeños las escuelas parroquiales y defiende la apertura de la Universidad de Carabobo. Es el autor del primer Sínodo Diocesano (1955) donde presenta líneas pastorales acorde a la realidad del momento. Con el cuarto Obispo, otro carabobeño, Mons. José Alí Lebrún (1962-1972), entramos en una nueva etapa de renovación de nuestra Iglesia particular a luz del Concilio Vaticano II (1962-1965). Se creaba como institución “Caritas de Valencia” y fundaba nuevas parroquias en las zonas populares de la ciudad. El Quinto Obispo, otro valenciano, Mons. Luis Eduardo Henríquez (1972-1990), enfatiza la formación doctrinal y espiritual de todos los fieles a través de la catequesis litúrgica y la promoción de las vocaciones sacerdotales. Y además de su celo apostólico, lograba elevar a la Diócesis al rango de Arquidiócesis, en 1974. Y sería el primer Arzobispo Metropolitano.

Y los dos últimos arzobispos, Mons. Jorge Urosa Savino (1990-2005) y el valenciano, Mons. Reinaldo Del Prette, han seguido con fuerza y con firmeza el crecimiento de esta Iglesia. Se multiplicaron las obras sociales, comedores para niños y ancianos, roperos populares, bancos de medicina y cursos gratuitos de INVECAPI, entre otros. Para una mayor atención pastoral de la población carabobeña, de las 26 parroquias con que se creó la Diócesis de Valencia, durante los 100 años se han creado 59 nuevas sedes parroquiales, en lo que es actualmente el territorio eclesiástico. Pues, de su territorio se han desprendido tres nuevas diócesis: San Felipe (1966), San Carlos (1972) y Puerto Cabello (1994).

Con estas pinceladas de algunas obras realizadas por iniciativa de esta Iglesia particular y por las iglesias parroquiales de toda la región carabobeña nos lleva a concluir que los obispos, los párrocos, las religiosas y los seglares han tenido el coraje y el empuje de buscar siempre el desarrollo de los pueblos en la búsqueda del bien común. En estos 100 años estamos llamados atrevernos “un poco más a primerear” con mayor fuerza y valentía, como nos indica el Papa Francisco.

2.- Involucrarse

Todas estas iniciativas de la Iglesia carabobeña, no es más que la consecuencia del anuncio del mensaje de la Buena Nueva de Jesucristo. Cuando leemos en el evangelio de san Lucas que Jesús iba “recorriendo ciudades y pueblos proclamando la Buena Nueva del reino de Dios. Lo acompañaban los Doce (Apóstoles) y algunas mujeres que había sanado de espíritus inmundos y de enfermedades” (8, 1-2). Esto nos lleva a recordar que el anuncio de la Buena Nueva o de la salvación va unido a la promoción humana. La Iglesia no es ajena a las dolencias y penurias humanas, de las enfermedades y de las injusticias sociales. Y además la Iglesia tiene la misión de liberar al hombre o a la mujer del yugo de las nuevas esclavitudes de estos tiempos, como las modas nacientes de ideologías, que terminan usando a los pobres al servicio de intereses personales, creando así un sectarismo en la sociedad con tinte ideológico y político.

La Iglesia carabobeña siempre se involucró, en primer lugar, en la formación de los pueblos. Siempre alentó a las buenas costumbres de la gente, conservando sus tradiciones y su identidad. Tenemos el testimonio de un seglar, Juan Esteban de Figueroa (1773-1862), maestro de las primeras letras y catequista de la Iglesia parroquial de Valencia, quien, a finales del siglo XVIII y a mitad del XIX, se dedicó a la educación pública, y publicó un breve catecismo para la formación espiritual de los niños. Este maestro de las primeras letras tenía el título “Notario Eclesiástico”, al igual que su padre carnal Pablo José de Figueroa Ayala y Rojas, nacido en Valencia en 1736, y de su abuelo paterno Juan Francisco Ignacio de Figueroa Sarmiento, nacido en la misma ciudad en 1695.

Y cómo no recordar la obra social del padre José Gregorio Evaristo Febres Cordero Monagas (1846-1887), a finales del siglo XIX, el Apóstol de la Caridad, con la fundación del Asilo de huérfanos, donde se dedicó a tiempo completo, hoy lleva su nombre: “Casa Hogar Padre Febres Cordero”. Constructor de los templos de San Blas (1885), San Isidro Labrador en Flor Amarillo (1885) y San José de Valencia (1893). Soñaba levantar un santuario en honor a Nuestra Señora del Socorro de Valencia.

También en el campo de la educación tenemos que volver a hacer mención la presencia de tres órdenes religiosas que llegaron a finales del siglo XIX: las Hermanas de San José de Tarbes (1891), con el colegio centenario “Nuestra Señora de Lourdes”; la Sociedad de San Francisco de Sales, los Padres Salesianos (1894), con el conocido colegio “Don Bosco”; y las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús (1896), con el colegio “San Antonio”. Estas instituciones fueron y son forjadores de hombres y mujeres llenos de valores cívicos y cristianos. Durante estos cien años han llegado más de 50 congregaciones religiosas femeninas y masculinas dedicadas por entero a la educación. Hace poco nos dejaron las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, llegadas en 1965, del colegio “Nuestra Señora del Rosario”.

En el pontificado del tercer Obispo, Mons. Gregorio Adam, se crearon escuelas parroquiales: “Padre Alfonzo” (1941); “Monseñor Montes de Oca”, en La Candelaria (1944); Padre Seijas de Naguanagua (1948); María Goretti, en San Blas (1948); “Padre Lazo” de Miranda (1948); fundó una escuela gratuita con los Hermanos de las Escuelas Cristianas en el territorio de la parroquia de Santa Rosa de Lima (1950); la escuela parroquial de San Agustín de Guacara (1952); San Rafael de Bejuma (1952); Santos Ángeles Custodios, en Güigüe (1952); Inmaculada Concepción de San Carlos (1954); el Liceo parroquial “Monseñor Bellera” en La Candelaria (1954); la escuela parroquial de El Pao de Cojedes (1954); Nuestra Señora de Altagracia de San Carlos (1955); Nuestra Señora de La Coromoto (1955); San Rafael de Valencia (1957). En 1939 había inaugurado la Escuela Normal Gratuita Diocesana en el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes. Todo esto, sin mencionar los colegios de “Fe y Alegría” que, a partir de los años 50 y 60, han venido realizando una excelente labor evangelizadora.

En los momentos de tragedias naturales como sequías, inundaciones, terremotos, o en las enfermedades epidémicas, o en las situaciones bélicas ocasionadas por la sinrazón de los hombres, los miembros de la Iglesia siempre han asistido a las familias vulnerables y a los más pobres de la sociedad valenciana y carabobeña. Podemos recordar la terrible enfermedad de la viruela de 1898, cuando el padre salesiano Félix Andrés Bergeretti, fundador del Colegio Don Bosco, el padre Cesar Lucio Castellanos, encargado de la parroquia de San Blas, quien estuvo al borde de la muerte, y las hermanas de San José Tarbes, especialmente la hermana Adolfina, atendieron espiritualmente a los afectados en sus comunidades y en el Hospital Civil, donde habían ingresado 1.856 enfermos y habían muerto más de 528 contagiados.

Podemos mencionar, la extraordinaria labor de “Caritas de Valencia” desde su fundación (1963) y que tuvo su resplandor en las obras sociales del segundo Arzobispo de Valencia, Mons. Urosa, con la creación de 34 comedores para niños en todo el territorio de la Arquidiócesis. Hoy, a pesar de la crisis económica que ha golpeado el sostenimiento de estas obras, todavía algunas parroquias hacen el esfuerzo sobrehumano para continuar con estos programas “Comparte tu pan”. Frente a estas actividades recordamos a los seglares consagrados: Felipe Quintero, que Dios lo recompense en su gloria; Leopoldo Fadul y Benigna de Martínez. Y cuántos hermanos servidores, apóstoles de la caridad, de cada comunidad parroquial que han manifestado y manifiestan los signos visibles del Amor de Dios en los más pobres de nuestra sociedad. Cómo no mencionar al padre José María Rivolta con la fundación de “Hogares Crea de Venezuela” (1983), ¡Cuánto bien ha hecho a nuestra juventud!

3.- Acompañar

Esta Iglesia centenaria no ha dejado de acompañar a este Pueblo de Dios que peregrina en estas tierras carabobeñas. Durante estos 100 años nos han acompañado siete obispos y detrás ellos un número incontable de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos. Algunos nacidos en nuestra región y otros venidos de tierras lejanas. Pero todos con una sola vocación y convicción de responder al llamado a la vida misionera de la Iglesia, que constituye la identidad propia del discípulo de Jesucristo. Al fin y al cabo, la obra evangelizadora, que requiere “mucho de paciencia” en los pueblos carabobeños, fueron y son frutos del acompañamiento y del “aguante apostólico” de los discípulos misioneros, quienes estaban y estamos convencidos en decir juntos con el Papa Francisco: “Yo soy una misión en esta tierra, y para esto estoy en este mundo” (EG 273).

Todo esto está en consonancia con el llamado que nos hace el mismo Papa Francisco de vivir la “sinodalidad” que no es más que “caminar juntos” por el sendero de la “comunión, participación y misión” como Pueblo de Dios, a través de la escucha y el discernimiento. Esta Iglesia que acompaña es una Iglesia sinodal que desea dialogar con plena libertad. De ahí que, en medio de las diversidades de opiniones o de posturas, busquemos siempre el Bien Común de la gente, especialmente de esta ciudad donde cabemos todos. Esta nueva experiencia eclesial requiere un cambio de mentalidad o una conversión pastoral. Me refiero que no podemos seguir acompañando a este Pueblo de Dios desde una Iglesia pensada y organizada con los esquemas del “clericalismo”, sino desde la gracia sacramental del Bautismo, que nos hace a todos hermanos, con la misma dignidad de hijos de Dios. Todos estamos en el seno de la Iglesia y todos somos hermanos, aunque algunos pueden estar alejados de la comunidad eclesial.

Por eso, cuando mencionamos a nuestros obispos o sacerdotes, religiosos y religiosas y algunos destacados seglares, nos referimos que todos nos debemos a esta Iglesia, la gran familia de Dios; y el desafió es estar en comunión para que la participación de todos esté orientada a la misión de la Iglesia. Sin embargo, el mayor desafío de esta Iglesia particular es poseer la virtud del discernimiento para conocer las mociones del Espíritu Santo, sin dejarnos engañar por el espejismo de la “mundanidad espiritual”, o seguir los criterios de este mundo.

Se cuenta que un cónclave, los cardenales estaban dudosos entre tres candidatos: uno por la fama de santidad, otro por su elevada cultura intelectual y el tercero brillaba por la virtud de la prudencia. Y siguiendo el consejo de un gran santo y Doctor de la Iglesia, San Bernardo de Claraval (1090-1153), se levantó un cardenal y dijo: “¿Qué el primer candidato es santo? Pues bien oret pro nobis, que diga algún padrenuestro por nosotros, pobres pecadores. ¿Es docto el segundo? Nos alegramos mucho, doceat nos, que escriba cualquier libro de erudición. ¿Es prudente el tercero? Iste regat nos, que éste nos gobierne y sea designado papa”. Esto vale para todos quienes pertenecemos a esta Iglesia carabobeña. Pues, la auténtica prudencia nos mueve a la acción evangelizadora.

4.-Fructificar

Ante los peligros de la “mundanidad espiritual”, esta Iglesia centenaria necesita fructificar en la prudencia para emprender “una nueva etapa de la evangelización” y que dé respuesta a nuestra gente. Ya tenemos los lineamientos pastorales del Concilio Vaticano II, los documentos de las conferencias episcopales latinoamericanas y del Concilio Plenario de Venezuela. Esta Iglesia centenaria siempre ha conservado la frescura de la comunión y de la participación, gracias a la virtud de la prudencia de sus miembros. Pues, “caminar juntos” ha sido uno de los frutos que se lo debemos a nuestros prudentes obispos y arzobispos, sacerdotes y seglares, quienes se mantuvieron fieles a las comunidades parroquiales. Y como escribía el Cardenal Albino Luciani, Arzobispo-Patriarca de Venecia (Hoy el beato Juan Pablo I): “Somos una sola barca de gentes muy cercanas en el espacio y en las costumbres, pero en un mar muy revuelto. Si no queremos terminar en graves desastres, la regla es ésta: todos para uno y uno para todos; insistir en lo que une, y dejar de lado lo que separa… Hoy el mundo entero es una pobre casa, y ¡tiene tanta necesidad de Dios!”(Año 1974).

De esta reflexión, estamos llamados, como Iglesia sinodal y bautismal, a responder a la necesidad de Dios de nuestra gente, sin protagonismos personales o grupales, sino que todos debemos fructificar para el bien de esta Iglesia centenaria. Cuando repasamos las preocupaciones y ocupaciones de nuestros primeros obispos para promocionar las vocaciones de los futuros pastores y guías de nuestros pueblos, nos damos cuenta el celo por configurar a Jesucristo, el Buen Pastor, en los corazones en los candidatos. Con la fundación del Colegio Arzobispal (1886) hasta nuestro Seminario Diocesano “Nuestra Señora del Socorro de Valencia” hemos tenido en la fila del clero valenciano hombres de Dios que dieron la talla de entregarse y de sembrar lo mejor ellos por la santidad de esta Iglesia centenaria. Fueron forjadores de conciencia cristiana en la gente de nuestros pueblos y que aún estamos en deuda de escribir una pequeña biografía de sus vidas ejemplares. Durante estos 100 años se han ordenado más de 170 levitas, entre diocesanos y religiosos, sólo en el clero diocesano más de 130. De la fila del clero valenciano han sido elevados al episcopado, lo más recientes: Tulio Manuel Chirivella, Francisco de Guruceaga, Alfredo Rodríguez, Nelson Martínez, Diego Padrón, José Sotero Valero, Tulio Ramírez, por nombrar algunos.

En fin, estamos recogiendo lo que otros hermanos han sembrado. Nos toca a esta nueva generación sembrar lo mejor de nosotros mismos, y cuidar “el grano de trigo y no perder la paz por la cizaña”. Y como dice el Papa Francisco: “El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas”. Sino que sabe esperar los frutos, aunque no lo vea, y otros lo verán por él. Lo importante, -sigue aconsejando del Papa, es que “el discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora” (EG, 24).

5.- Festejar

Llegamos, finalmente, como “Iglesia en salida”, el momento de festejar con gozo “todos juntos” este recorrido centenario. Celebramos, en primer lugar, las “pequeñas victorias” de la obra evangelizadora de nuestra Arquidiócesis de Valencia. Pero reconociendo que es obra de Dios. Como decía un poeta del siglo XVIII: “Para llevar a cabo grandes empresas, el arte ayuda y el buen sentido tiene también su parte, pero de nada sirven el buen sentido y el arte cuando el cielo no está de nuestra parte” (Metastasio, 1698-1782). Y además, esta Iglesia evangelizadora siempre ha sido celosa en mantener “la belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien”. Y a través de la celebración litúrgica el Pueblo de Dios se viene santificando. Porque “la Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia”. En fin, el resultado que esperamos todos de esta celebración centenaria es retomar nuevos impulsos de renovación en la vivencia cristocentrica de la liturgia en sus miembros, especialmente la Eucaristía, y así poder seguir el testimonio de nuestros antepasados.

Festejamos, en segundo lugar, los frutos de santidad de algunos eximios miembros de esta Iglesia, como el segundo Obispo de Valencia, el siervo de Dios Mons. Salvador Montes de Oca, quien va camino a los altares. Hace poco se introdujo en la Congregación para las Causas de los Santos la vida ejemplar del cuarto Obispo, el porteño y cardenal, José Alí Lebrún Moratinos. También tenemos un valenciano en proceso de beatificación y canonización, el siervo de Dios Mons. Tomás Antonio Sanmiguel, primer Obispo de San Cristóbal. Y cuántos hermanos y hermanas, obispos, sacerdotes, religiosas y seglares ya viven en la Iglesia triunfante. Son los santos anónimos de esta Iglesia.

Finalmente, celebramos con alegría por esta Iglesia viva, activa y presente en las comunidades parroquiales. Por todos los fieles cristianos que hacemos vida en esta Iglesia valenciana y carabobeña para que nos mantengamos fieles a Jesucristo y a sus legítimos pastores. Que la protección maternal de Nuestra Madre Santísima del Socorro de Valencia siga intercediendo por cada uno de sus miembros. Y que podamos “caminar juntos” en esta nueva etapa de la evangelización de nuestra querida y amada Arquidiócesis de Valencia. Amén.