Escribir sobre Bartolomé Salom es recordar a uno de los hijos más ilustres que dio Puerto Cabello al proceso emancipador de Venezuela y de Suramérica. Su figura, tantas veces relegada a la sombra de próceres más rimbombantes, merece hoy un lugar destacado en la memoria colectiva, no sólo por la gesta militar que protagonizó en El Callao, Perú, sino también por su vida en los años que siguieron, ejemplo inusual de humildad y desprendimiento en una época en la que tantos héroes buscaron recompensa, poder e influencia.
Bartolomé Antonio de la Concepción nació en Puerto Cabello el 24 de agosto de 1780, hijo de Gabriel Salom y María Magdalena Borges. Su destino no parecía estar en los campos de batalla, pues fue en sus primeros años un comerciante, dedicado a los negocios en la dinámica plaza porteña. Sin embargo, el eco del 19 de abril de 1810 y la caída del régimen colonial le llevó a abandonar el comercio para incorporarse como subteniente de milicias bajo las órdenes de Francisco de Miranda. Desde ese momento, su vida quedó marcada por las armas y por una trayectoria de fidelidad sin vacilación a la causa independentista.
Participó en múltiples escenarios: en la Campaña Admirable, en la defensa de Cartagena en 1815, se une a Bolívar en la expedición de los Cayos, en la Batalla de Carabobo. Le correspondió, además, fundar el Cuerpo Nacional de Artillería del Ejército Libertador. Le aguardan otras importantes acciones en Bomboná, en la difícil pacificación de Pasto y, más tarde, en el Perú, donde protagoniza un trascendental hecho de armas como lo fue la rendición del Callao en 1826, cuando tras un prolongado y doloroso sitio, el brigadier realista José Ramón Rodil finalmente capituló. Aquella victoria selló el fin del dominio español en Sudamérica. Bolívar, al conocer la dureza del enemigo vencido, expresó a Salom una sentencia que ha quedado para la historia: «El heroísmo no es digno de castigo», negándose a que Rodil recibiera pena severa, pese a los sufrimientos que había causado.
Los documentos de la rendición del Callao muestran a un Salom firme pero también humano, capaz de invocar “los gritos de la humanidad doliente” en sus comunicaciones con el sitiado, y al mismo tiempo de negociar con honor las condiciones de la capitulación. Ese equilibrio entre severidad y compasión retrata al hombre de armas que comprendía que la guerra debía tener un fin, y que la victoria solo era completa si abría el camino a la paz.
Su trayectoria, sin embargo, resulta aún más admirable al conocer sus futuras andanzas. Tras sus 20 años de servicio, que lo llevaron a organizar la hacienda pública de la Provincia de Carabobo (1828-1829) y a ser comandante e intendente del departamento de Maturín, diecinueve batallas y una carrera que lo convirtió en héroe del Perú y de Venezuela, Salom optó por retirarse a su tierra natal y vivir en la modestia de San Esteban, buscando sanar afecciones asmáticas y hemorroidales que desde año 30 fueron minando su salud, causadas «por las fatigas y ejercicio á caballo en los tiempos de la guerra de Yndependencia», obligándolo a solicitar la cédula de invalidez. Pudo haber ocupado altas magistraturas, pero las rehuyó. Aunque su nombre fue postulado a la presidencia en 1833 y 1846, aceptó esas candidaturas solo por presión de sus compañeros, nunca por ambición personal. Se cuenta que, amargado por el rumbo que tomaba la política nacional, llegó a destruir con sus propias manos las condecoraciones que había recibido, algunas de ellas entregadas por el mismo Libertador. Su vida se convirtió en una silenciosa protesta contra la corrupción y el caudillismo que degradaban la naciente república.
En 1843, casó con Carmen Josefa Sereno con quien procreó a Simón Cincinato que trabaja en la imprenta de Juan Antonio Segrestáa, y María Magdalena, casada con el impresor. Cuando el Gral. Salom muere en 1863, lo hizo en la pobreza, al punto de que su sepelio debió ser costeado por la municipalidad. Un héroe que entregó todo a la patria y nada pidió a cambio. Esa pobreza final, lejos de disminuir su figura, la enaltece: lo distingue como un prócer que nunca se sirvió de sus glorias para obtener privilegios, que eligió vivir y morir como un ciudadano común, en la misma ciudad que lo vio nacer. En Puerto Cabello, su memoria fue tardíamente rescatada. En 1909, sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional como reconocimiento a su trayectoria y solo a inicios del siglo XX se le levantó una estatua en la plaza que lleva su nombre, y que desde 1854 había sido designada Plaza Salom, como homenaje de la Diputación Provincial de Carabobo a su gesta en El Callao.
Salom encarna así un modelo de militar que contrasta con la tradición de caudillos que marcaron el siglo diecinueve venezolano. Su vida demuestra que el heroísmo no necesita de estridencias ni de riquezas posteriores. Fue un soldado honesto, disciplinado, amigo personal de Bolívar, con el que compartió campañas y afectos, y al mismo tiempo un civil respetuoso de las instituciones. Bolívar le dispensó siempre palabras de aprecio, destacando no sólo su valor, sino su probidad y constancia. La correspondencia entre ambos es prueba fehaciente de la estima mutua, intercambios epistolares que Bolívar siempre termina con frases como: «Adiós, mi querido general, soy su afmo., que lo ama de corazón»; «Lo abraza cordialmente su amigo que lo ama de veras»; cuando no escribía una sentida posdata como la que sigue: «No se deje Vd. matar porque me mata».
En 1826, y a manera de desagravio público el Libertador en correspondencia particular, le escribe : «Haga Ud. publicar que yo hago más estimación de usted que de todos los escritores del mundo; y que todos los enemigos de usted yo los adopto como míos; porque solo los malvados pueden profesar odio a la virtud… Mientras yo mande, usted mandará conmigo; y mi aprobación bien puede compensar todo el ruido de los habladores, porque no tengo mas miras que la patria y la gloria, y estas mismas pasiones son las de mis verdaderos amigos, entre los cuales el General Salom tiene uno de los primeros lugares». Así, en una época donde la ambición personal arrastró a tantos, Salom permaneció fiel a un ideal de servicio desinteresado, que le valió la altísima estima del Padre de la Patria.
No basta con relatar sus batallas ni su victoria en El Callao. La verdadera lección que nos lega es su modo de concebir la vida pública, esto es, al servicio a la patria sin esperar otra recompensa que la satisfacción del deber cumplido. En este sentido Ramón Azpurúa, en su célebre obra Biografía de Hombres Notables de Hispano-América, apunta: «Salom fué un ciudadano respetable, venerado por sus compatriotas, y querido de cuantos le trataron: fué de los servidores de la causa de emancipacion politica que ménos amarguras sufrió por ataques de la ingratitud pública tan pronunciada siempre en las Repúblicas democráticas; pero no estuvo enteramente libre de los golpes de la calumnia. Dos ocasiones fué calumniado aquel ilustre ciudadano: una en el Perú, cuando habiendo resuelto morir antes que dejar de ganar la postrer fortaleza española, el Callao, algunos espíritus descontendadizos ó azuzados por la rivalidad contemporánea, escriben atrocidades contra él; y otra, cuando, por haber desatendido la invitacion que le hicieran sus amigos, antiguos colombianos, para tomar parte en el movimiento revolucionario de «Reformas» en Carácas el 8 de de Julio de 1835, estampó el General Luis Perú de La Croix, resentido, en su titulado Diario de Bucaramanga, y como vertidos por Bolívar, algunos conceptos ofensivos a Salom, conceptos que el Libertador jamas virtió respecto á su fiel amigo».
Su figura invita a preguntarnos qué significa el poder y para qué debe ejercerse. En Salom, el poder fue pasajero; la honradez, en cambio, fue permanente. Bartolomé Salom encarna al militar digno, al militar que conoce sus deberes, pero también al militar que supo retirarse a la vida civil sin mayores aspavientos. Ese es quizá su mayor legado, demostrar que se puede alcanzar la gloria sin mancharla con la ambición desmedida.
Quizá por eso, su nombre sigue en pie no sólo en estatuas y plazas, sino en la memoria de Puerto Cabello y de Venezuela. En tiempos donde la historia suele ser utilizada para invocar sentimientos patrióticos y de apego hacia el terruño, no siempre sinceros, recordar a Bartolomé Salom es un acto de justicia y también de esperanza. Justicia con un hombre que entregó todo sin pedir nada, y esperanza de que aún es posible que la honestidad y la humildad sean principios que guíen la conducta de los ciudadanos.
@PepeSabatino
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