Para finales de 1940, y mientras en el viejo continente todo era muerte y devastación como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, se refugiaban en las aguas de Puerto Cabello, dada la condición de país neutral que ofrecía Venezuela, las embarcaciones italianas Alabama, Bacicin Padre, Dentice, Jole Fassio, Teresa Odero y Trottiera, además del buque alemán Sesostris. La mayoría fueron sorprendidos en el mar Caribe, refugiándose en las aguas porteñas a los fines de evitar ser atrapados por buques de guerra aliados. Unos permanecían fondeados en la bahía, incluso cargado con petróleo el Bacicin Padre, otros se localizaban en las inmediaciones del Dique y Astilleros Nacionales, el resto surtos en aguas poco profundas cercanas a los manglares. Las tripulaciones italianas y alemanas habían sido muy bien recibidas por sus respectivas colonias, por cierto, numerosas en la ciudad. Muchos italianos estaban dedicados al comercio minorista y la actividad industrial, principalmente de gaseosas, comestibles, así como a los oficios de sastre y zapatero; los alemanes, por el contrario, lideraban las grandes casas de comercio, las importaciones, exportaciones y el agenciamiento de buques.
La relativa calma que vivía la ciudad y las frecuentes visitas a tierra de las tripulaciones, sin embargo, se verán perturbadas la noche del 31 de marzo de 1941, cuando la población con gran asombro observa como varios de los buques ardían, pues sus tripulaciones habían recibido instrucciones de incendiarlos, ante el temor de que fueran confiscados. Aún así, el Dentice, el Alabama y el Bacicin Padre no resultaron dañados, gracias a la pronta acción de las autoridades. La población estaba indignada por el proceder de quienes habían sido recibidos con los brazos abiertos, tanto más cuando se presumía que los incendios suponían un graves riesgo para el puerto y sus habitantes. Las tripulaciones de los buques siniestrados fueron inmediatamente arrestadas, encerradas en la “Casa de Corrección” y, más tarde, llevadas a juicio. Los capitanes Karl Ueding, del Sesostris; Bruno Battista, del Trottiera; Lorenzo Saffaro, del Teresa Odero y Amleto Rovelli, del Jole Fassio fueron condenados a cuatro años de prisión y sus respectivas tripulaciones a dos años, por haber puesto en peligro las instalaciones del puerto y violado el acuerdo de refugio que Venezuela les había otorgado. Los condenados, primero fueron llevados a una Colonia o “Campo de Concentración” en Chirgua, después a Rubio en el Estado Táchira. Más tarde, los italianos fueron indultados, no así los alemanes que tuvieron que completar la condena.
Don Adolfo Aristeguieta Gramcko, testigo de aquellos días, escribirá en su libro Hadas, Duendes y Brujas del Puerto, Tomo II: «… Oficiales y marineros fueron pronto recibidos por los coterráneos vecinos, y poco a poco se adaptaron al “dolce far niente” de la vida porteña. Nada más lejano y contrastante con aquella tragedia que buena parte del mundo vivía, que la paz de los muelles porteños, en cuyo cielo en vez de Spitifires y bombarderos Stukas, volaban rasantes alcatraces, alegres gaviotas y solitarias tijeretas…()…/ Con los marinos de los buques se formaron en el Puerto dos núcleos importantes. Sus sitios de reunión para oír las noticias ofrecidas cada tarde por la B.B.C. de Londres o la Radio Berlín, eran el Bar Roma frente a la plaza Concordia y el Bar Gambrinus en la plaza Salom. De allí partían las exclamaciones de triunfo, por las campanadas indicando el número de barcos aliados, enviados al fondo del mar por los submarinos del Tercer Reich, o los silencios de las caras largas, ante la noticia del hundimiento del “Bismarck”, el sacrificio del “Graf Spee” o la derrota del Stalingrado…». Los eventos que siguen a la quema de los buques también serán referidos por Adolfo: «… De una multitud de porteños no se hizo esperar la reacción adversa. El hecho se interpretó como una agresión contra la comunidad pacífica que bondadosamente los había recibido. Tripulantes italianos que ignorando cuánto ocurría, como otras noches habían ido al cine, fueron perseguidos y maltratados. La Fuerza Pública debió restablecer el orden dando protección a los perseguidos./ Pero en aquel zafarrancho ocurrió algo impresionante: La tripulación del Sesostris estaba toda a bordo cuando comenzó arder su barco. En botes salvavidas abandonaron la nave ordenadamente y cantando a viva voz el Himno de Patria lejana rendían homenaje al sacrificio de sus buque, que consumido por el fuego se hundiría en las aguas./ Ya en el muelle formaron fila y el capitán tomo la palabra ante las autoridades porteñas y dijo lo que alguien tradujo: –“Soy responsable del hecho. Estoy a disposición de Uds. He cumplido órdenes, Pero dejen en libertad a mis hombres”./ Todos fueron detenidos hasta decisión posterior del Gobierno de Venezuela…».
El Ejecutivo Nacional, por decreto del 20 de marzo de 1942, dispuso la incautación de las embarcaciones y el desguace o hundimiento de los restos del vapor Sesostris, que terminará siendo remolcado a una de las islas cercanas como se observa en una vieja fotografía hecha por Namen Dao y conservada por nuestro nonno Antonio Pizzolante, propietario del Bar Roma en donde se reunían los marinos italianos, y en cuya casa de la calle Sucre le ofreció protección a algunos de ellos la noche del incidente ante una turba que quería lincharlos. Otro decreto de junio del mismo año, ordenaba la venta de las embarcaciones por considerarse inconveniente la ejecución de los trabajos necesarios para ponerlas en condiciones de navegar con bandera nacional.
De aquella malograda flota, solo el Sesostris permanece hoy hundido en las apacibles aguas de Isla Larga, para disfrute de los submarinistas y turistas que visitan la ciudad.
@PepeSabatino