A finales de 1917 llega a Caracas la afamada bailarina rusa Ana Pavlova y su troupe, la Gran Compañía de Bailes Rusos, traída al país por la Sociedad de Cines y Espectáculos, para presentarse en el Teatro Municipal. Don Carlos Salas, en su muy completa Historia del Teatro en Caracas (1967) refiere que la primera función de la afamada compañía tendría lugar el 17 de noviembre y la despedida el 6 de diciembre, con un variado programa en el que se estrenó la Gavota Gutiérrez, dedicada a la bailarina por el maestro Pedro Elías Gutiérrez. Entonces la Pavlova deleitó a los caraqueños, noche tras noche, con su tradicional repertorio en el que no faltarían la Gavota Pavlova, de Lincke, bailada por ella junto al bailarín Volinini; La Libélula, de Kreisler; La muerte del Cisne, música de Saint Saëns, baile especialmente escrito para ella por Miguel Fokine; y Giselle, en un arreglo de Glaustine. La bailarina rusa, indiscutiblemente había cautivado a Caracas, no en balde el general Juan Vicente Gómez le obsequió un delicado cofre, con su nombre labrado en morocotas de oro.
Luego de cumplidas sus actuaciones en la capital se traslada a Puerto Cabello, a fin de tomar el barco que le llevaría a Colón, en Panamá. Sin embargo, antes de su partida mostraría lo mejor de su arte a porteños y valencianos, pues más de doscientas personas procedentes de la capital carabobeña asistieron al inolvidable espectáculo que tiene lugar la noche del sábado 8 de diciembre, y no los días 10 ó 20, como lo señalan algunos investigadores. Al caer la tarde los bailarines practican, colmaba las localidades del Teatro Municipal al anochecer, todo quedó dispuesto para la aparición de la Pavlova. El silencio era total, al abrirse el telón allí estaba: toda de blanco la frágil figura de su presencia. Hacía el final de la función la atmósfera es invadida por los sugestivos compases iniciales de La muerte del Cisne en el que la célebre bailarina vióse, de pronto, transfigurada en ave radiante cuyos desplazamientos sobre el escenario perduraron, por siempre, en el recuerdo de los porteños.
Es curioso que no se conserven fotografías de la ilustre visitante, quizás el fotógrafo Henrique Avril, cuya curiosa lente registrara tantos personajes y episodios porteños, se encontraba fuera de la ciudad. Tampoco hemos localizado a la fecha, ninguna crónica periodística que pueda darnos detalles de aquella presentación. Sin embargo, El Cronista, periódico valenciano, edición del 11 de diciembre, inserta una jocosa nota firmada por un tal José del Lago, en el que refiere que con motivo de la función a muchísimos valencianos “se les subió el entusiasmo turista”, y unos en ferrocarril y en automóvil otros invadieron el puerto en número considerable: «Pobres porteños! –escribe el travieso cronista– A mí no faltó quien me entusiasmase para ir en ferrocarril. –Es una artista insuperable, me decían. –Pero bien, ¿Qué hace? –Bailar. –¡El arte en los pies! Yo francamente no entiendo ni jota de esa clase de arte. Soy un fanático de la palabrita».
Contamos sí con el importante testimonio de don Luis Taborda, uno de los asistentes a la inolvidable función, quien en su libro Daguerrotipo del recuerdo, apunta: «… la famosa ANA PAVLOVA, Reina del Ballet Mundial, actuó una noche en el Teatro Municipal de Puerto Cabello, de paso a la República de Panamá, donde la llevaría el vapor Guárico. Fue un verdadero acontecimiento artístico. Todo el Puerto y Valencia llenó la Sala del Municipal. Desde luego, bailó La Muerte del Cisne, ¡su danza sagrada! Terminada la función, la Pavlova, acompañada de su representante, de su médico, secretario, etc. Regresó a su barco. Mi buen amigo Manuel Melo, Empresario que trajo a la gran Artista, me invitó a acompañarlo para despedirla a bordo, ya en el barco, el grupo se detuvo en el Puente, Melo habló con el Representante y luego en inglés les dio buenas noches. Yo era, hacía muchos años admirador del arte de la PAVLOVA y la había seguido a todas partes a través de las crónicas, así, no podía perder esa oportunidad de hablarle, de besar sus manos. Sabía que la Pavlova hablaba ruso, inglés y francés. Como no podía expresarme en ruso ni en inglés decidí hacerlo en francés, a pesar de que recordé, que mi pariente Luis Rodolfo Pinto, de Montalbán y yo, éramos los dos últimos de la clase de francés en el Liceo de la Divina Pastora de Valencia. Lleno de emoción, me acerqué a ella, hice una inclinación y elogié su magnífica danza. Me dió las gracias, envuelta en una dulce y femenina sonrisa y me tendió la mano, diciéndole: “Enchante Monsieur, su revoir”. Yo tomé aquella ala de cisne y la besé, impresionado ante el brillo de sus ojos casi negros y húmedos, de su palidez de pétalos guardados en las páginas de un libro, de la armoniosa geometría de su cuerpo».
Así, el público de Caracas y Puerto Cabello, aunque de manera fortuita en la segunda, tienen el privilegio de que en las tablas de sus centenarios teatros, haya quedado el recuerdo de la mítica bailarina convertida en cisne blanco de grácil movimiento.
@PepeSabatino