Nacido en el bucólico valle de San Esteban, el 8 de enero de 1847, Manuel Antonio Matos será uno de los personajes más influyentes en lo político y económico de la Venezuela de su tiempo. Su infancia transcurre en Puerto Cabello donde aprende las primeras letras con el maestro José Zirí y, más tarde, en Valencia como alumno de los colegios “Peña” y “Carabobo” hasta que sus padres, Manuel Antonio Matos Tinoco y Brígida Páez, deciden enviarlo a Nueva York (1859) y luego a Europa a completar su formación. Prósperos comerciantes ligados al puerto y amigos de su padre, como Royal Phelps en la metrópoli del norte y Jean Segrestáa en Burdeos,  fungen como mentores del joven que tras seis años en el viejo continente, en el que aprende inglés, alemán y francés, además de ganar experiencia en varias casas bancarias de Londres, París y Burdeos, regresa al país en 1868. Se inicia en el comercio como dependiente de la firma Chartier, Frères y Cía, para luego hacer sociedad con M.A. Chirinos en la firma Chirinos, Matos y Cía., y tras la disolución de aquélla fundar su propia firma M. A. Matos y Cía. En 1875, casa con María Ibarra Urbaneja, hermana de Ana Teresa, esposa de Guzmán Blanco.

Se convierte Matos en uno de los máximos exponentes del liberalismo amarillo, ocupando en tres oportunidades el Ministerio de Hacienda y promotor de varias entidades crediticias y bancarias entre ellas el Banco de Venezuela y Banco Caracas. Su influencia se extendió a los regímenes de Antonio Guzmán Blanco, Francisco Linares Alcántara, Joaquín Crespo, Juan Pablo Rojas Paúl, Raimundo Andueza Palacios e Ignacio Andrade, pero encontrará serios obstáculos en el  gobierno de Cipriano Castro, cuando la negativa de los banqueros a otorgar empréstitos al gobierno nacional, lo lleva junto a otros a prisión. En sus Recuerdos, escribe: «A los tres días de detención, a las cuatro de la tarde, nos sacaron a todos los detenidos políticos con motivo de los sucesos referidos, nos pasearon a pie por las calles de Caracas de a uno en fondo entre dos líneas de soldados desde la Rotunda hasta la Estación del Ferrocarril inglés, en Santa Inés…».

Su desencuentro con Castro lo anima a organizar un movimiento armado conocido como la Revolución Libertadora. Ya en 1893 se le había propuesto a Matos la jefatura de un movimiento que insurgiera contra el gobierno de Crespo. Lógicamente, quién mejor que un rico banquero y un hombre con infinitas relaciones como él. Los banqueros se convierten, entonces,  en acérrimos enemigos del gobierno y al general Matos se le presenta una nueva oportunidad para ejercer la jefatura de un movimiento armado. Lo primero que hizo fue nombrar como jefes militares de la revolución, a los generales Domingo Monagas y Luciano Mendoza; el oriente del país estaría bajo el control de Monagas, mientras que el centro y el occidente bajo el control de Mendoza. Matos no estaba solo, cuenta con la ayuda de poderosas empresas como la New York and Bermúdez Company, el Gran Ferrocarril de Venezuela y el Cable Francés que negaba o retardaba, según el caso, los mensajes del gobierno. Tenían todo consigo menos la unidad de mando dentro del ejército revolucionario, nuestro banquero no era precisamente un militar de carrera y los jefes militares tampoco unos jóvenes, pues tanto los generales Mendoza como Monagas alcanzaban los ochenta años de edad; de manera que existían múltiples jefes dentro de los  revolucionarios, mientras que las fuerzas del gobierno se aglutinaban en torno al mando de Castro y Juan Vicente Gómez. Habiendo desembarcado Matos por Güiria, el 15 de mayo de 1902 la Libertadora domina, rápidamente, el oriente del país; ya para el 1º de septiembre ocurre un hecho funesto para la revolución, la muerte del general Monagas. Ahora la Libertadora quedaba bajo la jefatura militar del general Mendoza, a quien según el decir de Guzmán Blanco no le cabía un ejército en la cabeza. Mendoza no escuchaba a nadie y esto lo ha de haber experimentado Matos cuando, al seguir los consejos póstumos del general Monagas, le propone que no se le dé batalla a las fuerzas del gobierno, sino que por los Valles del Tuy se siga hacia Caracas, la respuesta de Mendoza fue negativa. Por el contrario, éste proponía ir hacia La Victoria y dar combate a las fuerzas de Castro. Eran tal las diferencias que ambas proposiciones, debido a la importancia que tenían para el futuro de la revolución, fueron sometidas a votación en el Consejo de Guerra, adoptándose la propuesta del general Mendoza, es decir, la marcha contra La Victoria, sin saber que así estaban decidiendo el ocaso de la Revolución Libertadora.

Y la batalla de La Victoria llegó. Comenzó el 12 de octubre y tendría una duración de veintiún días. La ventaja del ejército revolucionario era evidente: ¡12.000 soldados! El mayor ejército reunido contra Castro, mientras que las fuerzas del gobierno  eran de 6.000 hombres, andinos en su mayoría. Si bien los primeros días el ejército Libertador dominó en el campo de batalla, la llegada de nuevos batallones, de vagones con parque y provisiones, y la aparición de J.V. Gómez con mil hombres más cambió la situación, y el ejército Libertador vió perdida su oportunidad de triunfo. El 2 de noviembre el general Matos ordena la retirada. En el campo de batalla yacían 2.000 hombres, entre muertos y heridos, terminando así lo que Castro llamó «la acción de armas más reñida y trascendental»  en la historia de las guerras civiles. El ejército revolucionario se dispersa, los hombres vuelven a sus regiones y Matos marcha a Curazao. La revolución estaba viva aún, pero agonizando; la Libertadora recibe un duro golpe, esta vez en Ciudad Bolívar en julio de 1903. El 11 de junio el general Manuel Antonio Matos había pedido a sus partidarios que depusieran las armas y volvieran a las faenas de trabajo tronchándose el último intento –de verdadero alcance nacional– de liberales amarillos y nacionalistas por conquistar el poder.

Manuel Antonio Matos regresará a Venezuela bajo el mandato de Juan Vicente Gómez, restituyéndosele las propiedades que le habían sido embargadas. Ocupa la cartera de Relaciones Exteriores, encomendándosele organizar la celebración  del centenario de la Independencia (1911), entre otras responsabilidades. Dedicado a sus negocios que hicieron de él uno de los hombres más ricos del país, se retira de la vida pública en 1920 y marcha a París en donde fallece años más tarde.

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@PepeSabatino