ras publicar la crónica sobre los grandes felinos en Los Altos (https://www.elnacional.com/opinion/recuerdos-sobre-la-presencia-de-grandes-felinos-en-los-altos/, https://reportecatolicolaico.com/2024/12/22/recuerdos-sobre-la-presencia-de-grandes-felinos-en-los-altos/), varias personas se sintieron motivadas a compartir testimonios sobre el tema y la presencia de fauna silvestre en la región, especialmente en San Antonio de Los Altos. Esto tiene especial relevancia, debido al fuerte impacto del proceso de urbanización sobre los ecosistemas.
Cerca de San Antonio, están las renombradas cataratas o cascadas de Pacheco o El Cambural. Este nombre, por cierto, no aparece registrado en el Diccionario del estado Miranda de Telasco A. MacPherson de 1891 (MacPherson, Telasco A. 1973 [1891]. Diccionario histórico, geográfico, estadístico y biográfico del estado Miranda (República de Venezuela). Los Teques: Gobernación del Estado Miranda (edición facsimilar).), esa extraordinaria compilación de datos sobre Miranda. En una reciente excursión a esos hermosos parajes de Pacheco, realizada el 27 de diciembre de 2024, los participantes tuvimos la oportunidad de observar un ejemplar de lechuzón de anteojos (Pulsatrix perspicillata) que estaba descansando posado en la rama de un árbol del bosque. Se trata de un ave nocturna de amplia extensión desde el sur de México hasta el norte de Argentina.
El encuentro con la lechuza fue doblemente hermoso por lo que significaba ver un ave de gran envergadura en esa zona y además por su significado simbólico. Por si fuera poco, en la noche pudimos observar de manera circunstancial un mochuelo en la urbanización La Rosaleda, en el barranco de los terrenos donde los fines de semana funciona un mercado. Probablemente, en esa clara noche de luna, el mochuelo estaba cazando roedores atraídos por los restos de comida de algún puesto del mercado y emitía un fuerte sonido que nos atrajo al árbol desde donde acechaba. Los búhos, pues, como símbolos de sabiduría marcaron el día y las motivaciones derivadas de la visita a las cascadas.
A propósito de la crónica anterior, recordé que entre 2003 y 2004 en Guareguare, una hermosa zona rural entre San Diego de Los Altos y Paracotos, una de las cunas alternativas atribuidas a Cecilio Acosta y sitio en cuyas inmediaciones pudo estar Suruapo o Suruapay, la aldea del gran cacique Guaicaipuro, escuché varias historias sobre «leones», probablemente el puma o león americano (Puma concolor). Se relataba que esos felinos sentían una irresistible atracción por las mujeres embarazadas, quienes debían evitar un ataque de los felinos ávidos de comerle el feto. Esto podía ocurrir no solo en la floresta sino incluso cerca de las casas. Creo que una historia mencionaba el ataque de un puma a una mujer embarazada que lavaba la ropa en el patio de su casa. No obstante, al parecer los ataques de pumas a humanos no son frecuentes.
Es probable que se trate de historias o creencias ampliamente extendidas en ámbitos rurales de Venezuela y que merece estudiarse con más detenimiento. Me llamó mucho la atención que se reiterara tanto ese tema en aquella zona que, aunque todavía era un área bastante rural, presentaba características periurbanas. La presencia de grandes felinos en los alrededores de Guareguare explicaría la pervivencia de estas historias en la memoria colectiva local. Mi investigación se centraba entonces en otros aspectos, por lo que lamentablemente no le presté más atención a ese tópico.
Mi primo José Raúl Tortolero Biord, quien ejerció el cargo de Secretario General de Gobierno del Estado Miranda durante parte del mandato del gobernador José Rafael Unda Briceño (1979-1984), me llamó la atención sobre una experiencia que vivió entre 1978 y 1980, aproximadamente. Según refiere, subiendo en su vehículo desde Caracas hasta su residencia en San Antonio de Los Altos, cerca de la medianoche, vio atravesar un gran felino. Esto ocurrió, según su testimonio, más o menos entre el kilómetro 12 y el 13 de la carretera Panamericana, por donde desemboca la quebrada del Oro en la quebrada de San Antonio. Él piensa que por el tamaño debió haber sido un jaguar y no un cunaguaro. Según cuenta, el animal pasó de un lado al otro de los cuatro canales de la carretera Panamericana en solo dos brincos.
Por esa misma zona, en 1995, tuve la oportunidad de ver un venado, también cerca de la medianoche. Eso sucedió exactamente metros más abajo del paso sobre la Quebrada del Oro. Años antes, en 1991, en la parte de arriba de ese sitio, ya en la vialidad interna del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, vi también dos venados correteando junto a la carretera principal del Instituto, donde comienza bajando la parte más plana que tras una pronunciada curva desemboca en la alcabala principal del IVIC. Estaban un poco más abajo de la entrada de donde funcionó a principios de la década de 1980, el Instituto de Ingeniería, en la residencia que había sido de la familia Martín. Llama la atención la hora de ese avistamiento. Coincide con el llamado “sol de los venados” cuando estos animales, en el momento previo al ocaso, salen a pastar.
El lugar del avistamiento de los venados coincide con el del posible jaguar que vio José Raúl Tortolero Biord. Se trata, en todo caso, sobre todo del lado de la quebrada de San Antonio (subiendo la Panamericana a la izquierda), de un pequeño nicho de bosque primario, tierras entonces muy poco urbanizadas y aún hoy bastante conservadas. Como se puede inferir, se trata de sitios propicios para la conservación de la fauna silvestre.
Desde mariposas a batracios, desde aves hasta grandes mamíferos, sin olvidar reptiles ni cangrejos e insectos, ni la fauna más habitual y común, como rabipelados (Didelphis marsupialis) y perezas (Bradypus variegatus), por ejemplo, debemos estar atentos a su conservación y disfrutar de su avistamiento.
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