Su nombre y el papel que desempeña durante el asalto a la Plaza Fuerte de Puerto Cabello, en noviembre de 1823, lo consigna el general Páez en su Autobiografía. La ciudad para la época amurallada constituía el último reducto realista en tierra venezolana, decidido a lograr su rendición el Centauro de los Llanos en septiembre de aquel año da inicio al quinto y último sitio. El brigadier Sebastián de la Calzada, comandante militar de la plaza, rechaza las repetidas ofertas para una entrega negociada de manera tal que el choque cuerpo a cuerpo inevitable, aunque dificultado por el sistema defensivo que impedía el fácil acceso de las fuerzas republicanas.

Surge, entonces, en la narrativa histórica el nombre del negro Julián Ibarra como el práctico que conducirá a las tropas a través del manglar que se extendía por la parte oriental. El otrora esclavo de los Ibarra y luego sirviente del rico comerciante Jacinto Iztueta producto de algún vínculo matrimonial entre ambas familias, entraba y salía de la plaza a sus anchas para espiar los movimientos de los sitiadores -según lo refiere Páez-, hasta que descubiertas sus huellas en la playa camino de Borburata fue detenido e interrogado. Ganada su confianza aquél le explica que es posible salir y entrar a la ciudadela por el manglar, accediendo a mostrarle los puntos vadeables, circunstancia que permite al llanero inmortal planear el asalto, con una columna de 500 hombres semidesnudos que en medio de la noche del 7 de noviembre atraviesan el manglar para poner sorpresivo pie en la plaza, logrando así la derrota definitiva de los españoles y la posterior capitulación. Los servicios de Ibarra, definitivo héroe civil del episodio cuyo bicentenario ahora celebramos, serán reconocidos por solicitud del mismo general Páez cuando el 12 de noviembre de 1823 escribe a la Secretaría de Estado y del Despacho de la Guerra recomendando “al Capitán de Caballería Marcelo Gómez, a los tenientes del Batallón Anzoátegui Juan Albornoz y José Hernández y al práctico Julián Istueta, que habiendo practicado el 5 el reconocimiento de la Laguna, condujeron con acierto nuestra columna a la plaza”.

Nada más nos cuenta el Gral. Páez acerca del negro Julián que definitivamente entraba a la historia por la puerta grande, pero cuya figura no resulta exenta de ciertas imprecisiones. Contribuyó a darle forma al personaje, el libro varias veces reeditado El negro que le dio la espalda a la gloria (Italgráfica, S.R.L., Caracas, 96 pp, cuarta edición), de nuestro recordado cronista don Miguel Elías Dao; sin embargo, conviene recordar que ese ameno relato tiene como fundamento un folleto escrito en 1911 por el Dr. Paulino Ignacio Valbuena -publicado con ocasión del centenario de la Independencia- y titulado Reminiscencia HistóricaSorpresa y Toma de la Plaza de Puerto Cabello y trágico fin del Capitán Julián Ibarra. (Lit. y Tip. del Comercio, Puerto Cabello, con dibujos del Dr. Luis Muñoz Tébar, 21pp.) El trabajo del Dr. Valbuena será publicado en la capital, íntegramente, en las páginas de El Universal, correspondiente a los días 6 y 7 de agosto de 1911. A manera de advertencia el Dr. Valbuena, recordado médico, político y filántropo local, comienza su relato señalando que lo conoce por “tradicionales narraciones de actores y testigos presenciales”, de allí que su lectura no puede emprenderse sino con ciertas reservas.

Afirma el Dr. Valbuena en su Reminiscencia Histórica que: “En recompensa del servicio que prestara Julián Ibarra á la causa de la Independencia, el General Páez le confirió el grado de Capitán y además le dió quinientos pesos en efectivo, un caballo aperado y una casa del secuestro situada en la calle Alante, hoy de Colombia ó de la Iglesia”, distinguida con el N° 41. No conocemos documento alguno que sustente el supuesto grado de capitán que le fuera conferido a Ibarra, algo que nos luce además improbable.

De lo que no existen dudas es de sus andanzas delictivas y su trágico final. En efecto, y siguiendo textualmente el relato del Dr. Valbuena, a principios de 1826 informado Julián por dos conocidos suyos acerca de la venta en la plaza de un importante cargamento de cacao, deciden organizar el robo del pago recibido por Federico Pantoja, comerciante propietario de la cosecha. Pantoja era de Choroní y se había desplazado al puerto en su balandra, en compañía de su esposa, su ahijada Inés, una sirvienta y tres marineros. El negro Julián junto a sus compinches darán muerte a seis de sus ocupantes, con excepción de la pequeña, escapando con el botín. La embarcación es remolcada al puerto, donde la población estaba consternada por el horrendo crimen, mientras que las autoridades militares ordenaban una investigación.

El Dr. Valbuena agregará: “Pocos días después de estos sucesos, una mañana, como á las diez, estando en la casa de la Comandancia de la plaza – hoy Droguería de Valentíner & Cía. -calle del Comercio, llamada entonces  del General Páez, la niñita Inés, ahijada de los Pantoja, llegó el capitán Julián Ibarra á la Comandancia en asuntos particulares, y al entrar á la sala donde tenía su despacho el Mayor Coronel Cala, la niñita que estaba en los corredores, con unos ayudantes del Coronel, al verlo, trató de esconderse, diciendo que aquel hombre era uno de los que habían matado á sus padrinos. Ibarra pasó sin notar nada, ó tal vez no quiso darse por aludido; pero luego uno de los ayudantes entró en la sala, y se acercó al Coronel Cala en momentos en que esté se dirigía al Capitán Ibarra, y le refirió lo que acaba de decirle la niñita; Ibarra algo turbado le contestó: ‘Esas son cosas de muchachos que no merecen atención’; pero se notó que á pesar de la calma que aparentaba, estaba algo agitado y cortando la conferencia, salió casi precipitadamente de la sala, lo que hizo sospechar con razón al Coronel Cala, que tal vez había algo de cierto en la denuncia de la niña, é inmediatamente asomándose al balcón, dió la orden a dos oficiales que estaban en la puerta de la Comandancia para detener al Capitán Ibarra que salía en ese momento”, lo que ocurre de seguidas.

Lo relatado por el Dr. Paulino Ignacio Valbuena, nuevamente, no concuerda con los hechos, tal y como se desprenden de un suelto titulado Piratas que localizáramos en el periódico El Colombiano, de fecha 1º de febrero de 1826, de acuerdo con el cual Federico era un comerciante alemán de Choroní (no se menciona su apellido), a quien Julián Ibarra a la cabeza de unos diez borburateños asalta en medio de la noche del 24 de enero, en las cercanías de Isla del Rey, para robarle 4.000 pesos de oro producto de la venta de un cargamento de cacao, asesinando de manera cruel y bárbara a su esposa, dos mujeres que le acompañaban y tres marineros. Federico “se hechó al agua y tubo la fortuna de alcanzar la tierra en donde se escondió hasta que se retiraron los briganes; cuando regresó para la canoa y se vino en ella inmediatamente á este Puerto conduciendo los muertos y heridos en números de seis” (sic).

El suelto periodístico concluye informando que los coroneles Cala, Boguier y Esteves despacharon de inmediato una flechera con tropa y marinería para Borburata, al mando del capitán Batista, aprehendido al negro Julián y tres más “los que deberán ser juzgados por la marina, y sin duda ahorcados todos; y esto en muy breves días”. Así termina sus días el negro Julián Ibarra, quien pudiendo vestirse de gloria lo cegó la codicia. Ni rastro de la pequeña Inés, tampoco del novelesco episodio ocurrido en la Comandancia de la plaza, producto de las “tradicionales narraciones de actores y testigos presenciales”, referidas por el Dr. Valbuena, y que siempre debemos leer con reservas, en lo posible contrastándolas con otras fuentes.

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@PepeSabatino