El 30 de diciembre de 1823, semanas más tarde de producirse la toma de la plaza fuerte por las fuerzas republicanas, poniendo así fin a la guerra de independencia, Puerto Cabello juraba la constitución de la República de Colombia. La estratégica ciudad había permanecido en manos de los realistas por espacio de poco más de una década, cuando el coronel Simón Bolívar pierde la plaza, como consecuencia de la traición de Francisco Fernández Vinoni. La ceremonia de aquel día, entonces, no era poca cosa al punto de que el juez político por un bando lo anunció al vecindario,  previniendo la solemnidad en que debía celebrarse el acto. Al grito de vivas y aclamaciones al Libertador, al vicepresidente de la república, al general Páez y demás bravos militares, los porteños celebraban la ocasión en medio de repiques de campanas, salvas de artillería y “un lucido y abundante refresco servido en la sala principal”, en clara demostración del regocijo y entusiasmo con que la ciudad recibía las instituciones de Colombia, tal como se lee en un suelto aparecido en la prensa de la época.

Aquel lucido y abundante refresco servido en la sala principal fue, quizás, el único ágape para celebrar la victoria, pues la ciudad apenas salía de un largo asedio y acción militar que la habían sumido en una gran miseria y destrucción. Los defensores de la plaza tuvieron que demoler numerosas edificaciones, excavar un sinnúmero de trincheras y construir estructuras y parapetos para garantizar la defensa, circunstancia que se verá agravada por el continuo bombardeo y posterior saqueo del pueblo, destruccion que además alcanzó a los muelles como se advierte de la correspondencia que se conserva entre los papeles del general Páez. La escasez de productos en la plaza era tremenda, dificultándose la posibilidad de reabastecimiento; así que en los días que siguen al triunfo patriota, aquel noviembre de 1823, todo era un caos y mucho estaba por hacerse.

Tenemos referencias, en cambio, de dos grandes banquetes para celebrar el triunfo de las fuerzas republicanas, estudiados por el historiador José Rafael Lovera en su bien documentada obra Historia de la Alimentación en Venezuela. Los convites tienen lugar en La Guaira y Caracas, sitios a los que regresan los batallones “Anzoátegui” y “Lanceros” y la oficialidad, tras la victoria en tierra porteña. Explica Lovera que, al igual que ocurría en la colonia con los brindis a la salud del rey o del capitán general, en los tiempos republicanos los banquetes y festejos en honor a los triunfos en el campo de batalla eran cosa frecuente, incluidos los llamados “banquetes populares” destinados a complacer a la muchedumbre.

El periódico El Colombiano, del 17 de diciembre de 1823, da cuenta del banquete organizado con el apoyo del comercio de La Guaira en honor al batallón “Anzoátegui”, para lo cual se recolectan 720 pesos, el cual tiene lugar en el fuerte o cuartel del Colorado el 8 de diciembre: “A las cinco de la tarde -leemos- se hallaban ya formadas en columnas todas las tropas y a las cinco y media comenzaron a desplegar para entrar en la gran sala, en que todo estaba dispuesto. Este movimiento se ejecutó con el mayor orden, y en menos de cinco minutos se vieron todas las compañías colocadas al rededor [sic] de las mesas; éstas ocupaban en dos órdenes toda la longitud del cuartel, que es muy espacioso, y estaban cubiertas con manteles de gatuna muy aseados, cucharas de madera, cuchillos de tropa, con los platos y vasos necesarios”. La crónica periodística abunda en detalles, a la hora de describir el condumio y las bebidas: “Multitud de manjares sencillos, pero bien sazonados, carneros, chivos asados, y jamones en grande abundancia, jarros y tasas de buen vino a muy cortas distancias adornaban las mesas, y debajo de ellas se puso todo lo que no pudieron contener, para renovar los platos en caso necesario. Varias pipas de vino quedaron de repuesto, las que al fin fue preciso derramar porque no pudieron agotarse”.

Aquel banquete en el cuartel debió ser impresionante, pues hablamos de mil hombres comiendo juntos, al calor de brindis y conversas, el sonido marcial de las cornetas y las “muchas bellezas de La Guaira” que se movían entre las filas de los soldados, todos con gran júbilo, mientras que el “general Soublette, que se hallaba en esta plaza, el Sr. jefe de ella, y los oficiales que la guarnecen, junto con los de marina, ordenaron y sirvieron las mesas con una diligencia y contento, que demostraban bastantemente su amor y gratitud hacia los libertadores de la Patria”. Deducidos los gastos del banquete, confiados a la buena administración de los oficiales Lázaro Olivo y Francisco Javier Martínez, quedaría un sobrante de 61 pesos que fueron entregados al comandante del batallón, para que los distribuyese entre la tropa.

El otro banquete, mencionado por José Rafael Lovera, es el organizado por la municipalidad de Caracas también a principios de diciembre de 1823, para homenajear a los oficiales vencedores en Puerto Cabello. La entrada triunfal a Caracas de los batallones “Anzoátegui” y “Lanceros”, así como de los generales José Antonio Páez, Santiago Mariño y José Francisco Bermúdez, responsables del sitio y asalto final de la plaza fuerte fue motivo de júbilo y grandes celebraciones. Aunque no se conserva una crónica que nos brinde detalles del menú y cómo se desarrollara el encuentro, curiosamente, sí disponemos de una detallada relación de gastos preparada por su organizador, Marcos Moreno, con ocasión del reclamo que en marzo de 1824 es presentado al cuerpo municipal por Jerónimo Pompa y Roberto Comins, comerciantes capitalinos encargados de los suministros, cuyo importe no les había sido pagados en su totalidad.

A juzgar por la lista de insumos y otros materiales, se trató de un opíparo convite para poco más de un centenar de comensales: aceite de oliva, aceitunas, ajos, alcaparras, almendras, arroz, arvejas, azúcar, berenjenas, berros, bizcochos, café, canela, cebollas, clavos de especia, comino, chayotas, fideos, habichuelas, garbanzos, papas, huevos, lechuga, manteca, mantequilla; cerdo, chorizos, gallinas, jamones, lenguas, lomos y sesos de vaca, pichones, pavos, pollos, mariscos, pescados; manzanas, nísperos, parchas, etc., son algunos de los víveres empleados por la cocinera Manuela Ceballos y sus dos ayudantes, la pastelera Rafaela Piña y la repostera Mercedes Xedler, ayudados por un carnicero para el beneficio del cerdo y doce sirvientes, cuyos servicios fueron contratados. Tampoco se tuvo recato alguno a la hora de procurar las  bebidas espirituosas, pues en cuanto a vinos se compraron: 5 cajas de Burdeos, 5 cajas de Canarias,  4 cajas de Champaña, 6 botellas de dulce,  4 cajas de Moscatel y 3 botellas de tinto; además de 7 botellas de aguardiente de España, 2 cajas de cerveza, una caja de licor de Amphoux, una caja de ratafía y 4 botellas de ron inglés. Para la ocasión también se contrataron 2 orquestas.

Contrastan, sin embargo, el banquete popular dirigido a los soldados y aquel más refinado con el que se obsequió a la oficialidad. No escapa este hecho al escrutinio del historiador Lovera quien, al comparar ambos banquetes, señala: “La variación en el grado de refinamiento y de calidad entre el obsequio servido a los generales y el ofrecido en el banquete del batallón ‘Anzoátegui’, puede inferirse de la diferencia del costo de ambos. El primero, elaborado para unos 100 comensales, costó más de 980 pesos; mientras que el segundo, al que asistieron 1.000 invitados, apenas importó 720 pesos./ La mesa de los generales ostentaba loza, cristalería y cubiertería finas; la de los soldados tenía ‘cucharas de madera, cuchillos de tropa, con los platos y vasos necesarios’; a estos últimos comensales les acompañó la música marcial de las cornetas; aquéllos se deleitaron con la melodía de dos orquestas dirigidas por el Músico Mayor de la capital”.

Veinte años más tarde, en 1843, Puerto Cabello ya era una urbe recuperada de la guerra, convertida en una pujante ciudad portuaria de gran actividad comercial. Ahora podía celebrar con calma un nuevo aniversario de aquella gesta heroica que significó la toma de la plaza. El Promotor, órgano de prensa capitalino, describe maravillosamente la jornada que comenzaría en la madrugada  del 7 de noviembre con toques de corneta y a los que se le suman tambores, tiros de cañón, música de banda y desfiles militares, mientras que los ciudadanos en las calles vitoreaban al presidente Páez, como el héroe de la jornada. La celebración continuaría al día siguiente, elevándose un vistoso globo que llevaba el recuerdo de la efeméride.

Lamentablemente ese día, refiere la crónica periodística, enfermaría el cantante que pondría la nota musical para esparcimiento de los porteños, lo que no fue obstáculo para que la celebración se extendiera hasta las 2:00 de la madrugada terminando, como era la costumbre, con otra cena republicana.

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@PepeSabatino