Nomás seis días después de declarada la Independencia en Caracas, el 5 de julio de 1811, ocurre la insurrección de Valencia. En verdad, ese mismo día, 11 de julio, se produjeron con simultaneidad —lo cual da una idea de acuerdo previo— dos movimientos armados por parte de quienes se oponían a dicha declaración, pues querían seguir siendo parte del Imperio español. El de los isleños de la capital fue rápidamente sometido, no así el de Valencia, que, desde el inicio, contó con un amplio apoyo. Y se extendió por un mes. Entre los sediciosos estaban españoles —canarios, vascos y catalanes—, como pardos y criollos. Cabe hacer mención de algunos: el criollo franciscano fray Pedro Hernández, el militar español Melchor de Somarriba, el pardo José Antonio Guevara, el vasco Jacinto Iztueta, el catalán José Vila y Mir.

Los españoles, por lealtad al rey Fernando VII; los pardos, porque temían la preponderancia de los criollos de Caracas y los criollos valencianos, sobre todo los comerciantes, debido a que querían que Valencia fuese cabeza de una provincia, y no seguir subordinados a Caracas en la provincia de Venezuela. Un buen tejedor de motivaciones, aquel que supo darle a cada quien razones para añadirse a la insurrección.

Hubo más: los insurrectos se apoderaron de Ocumare de la Costa y lograron la unión de las poblaciones de Nirgua, Montalbán y Urama. Puerto Cabello permaneció leal a la República. La noticia del alzamiento llegó a Caracas el día 13 de julio y el día 15, el general Francisco Rodríguez del Toro —marqués del Toro— salió de Caracas en dirección a los valles de Aragua. Lo acompañaba su hermano el brigadier Fernando Rodríguez del Toro. También se sumaron algunos diputados de la ciudad de Valencia, como Fernando de Peñalver y Juan Rodríguez del Toro, junto a otros, entre ellos, Lino de Clemente y Gabriel de Ponte. La vanguardia de los valencianos logró detener el avance del marqués en Mariara.

El general Francisco de Miranda, nombrado por el poder ejecutivo comandante en jefe del ejército, había salido de Caracas el 19 de julio y el 21 alcanzó las fuerzas del marqués, concentrándose todos en Guacara, donde se preparó el ataque a la ciudad insurrecta. El día 23 de julio se produjo el ataque. El coronel Bolívar estaba a cargo de un cuerpo de infantería, caballería y artillería. Los dos reductos principales de los rebeldes fueron el cuartel de los milicianos pardos y el convento de San Francisco. Esta fue para Bolívar su primera acción de guerra, que por cierto terminó en fracaso.

Miranda hubo de poner sitio a la ciudad. En un segundo avance, con fecha 9 de agosto y después de establecer el cuartel general en el morro de Valencia, se produce un nuevo ataque que dura varios días. El día 13 de agosto de 1811 los rebeldes se rinden sin condiciones. Se apresa a los dirigentes y se someten a juicio. Hubo varias condenas a muerte. Pero el Congreso, tras largos debates, les cambió la pena por las de prisión y el destierro. Una ley de amnistía perdonó a los que habían recibido condenas menores. Al final, no hubo ejecuciones. El coronel Bolívar iniciaba, así, lo que sería una intensa y larga carrera como militar y estadista que lo llevaría muy lejos, y a las páginas de la Historia.

Para comienzos de 1812 los enfrentamientos entre realistas y republicanos habían alcanzado un cierto equilibrio de fuerzas. Los monárquicos de Maracaibo y Coro se encontraban prácticamente expectantes. Con pocas iniciativas. El capitán general Fernando Miyares Pérez, un militar nacido en Cuba, que había sido nombrado el 28 de abril de 1810 —tras la expulsión de Vicente de Emparan—, estaba inactivo en Maracaibo y su segundo, don José Ceballos, gobernador de Coro, no podía hacer más. Tanto que no había podido auxiliar en 1811 a los rebeldes de Valencia.

Pero el 12 de febrero desembarca en Coro el experimentado capitán de fragata, Domingo de Monteverde, quien pondría las cosas a favor del realismo. Venía de Puerto Rico, con una compañía de 120 soldados de infantería de marina y 3 oficiales. Según el diplomático español Mariano Torrente (1792-1856), en ese momento los republicanos tenían solo en Caracas 5.000 soldados. Monteverde, desobedeciendo las órdenes de Miyares, que pedía organizar las fuerzas en torno a Coro, daría inicio a una exitosa campaña hacia el centro y occidente del país, entre febrero y julio de 1812, que pronto le permitiría aumentar sus efectivos con gente local y convertirse en una real amenaza militar.

Monteverde sale de Coro el 10 de marzo, comisionado por el gobernador Ceballos, acompañado del clérigo y coronel Andrés Torrellas. Va en apoyo de la rebelión del realista Juan de los Reyes Vargas, el Indio, en Siquisique (edo. Lara). En la ciudad aumenta sus fuerzas con 400 hombres y recibe un refuerzo de unos 500 desde Maracaibo. Pronto tendrá a su disposición una columna de unos 1.500 hombres de infantería, caballería y artillería, además de la compañía de infantería de Marina, compuesta de 60 oficiales, 2 cirujanos y 1.448 individuos de tropa a los que habría que sumar 3 oficiales y milicianos sueltos, 3 maestros anexos y hasta 3 empleados de la Real Hacienda. Un verdadero ejército, si se compara con sus fuerzas anteriores; pero al que le faltaban provisiones, armas y municiones, que pronto le caerían como del cielo.

Alarmados por los éxitos del canario Monteverde, el ejecutivo de la República designa a Miranda comandante en jefe del ejército y le otorga poderes extraordinarios. El 25 de marzo asume la dictadura y sale de Caracas el 1 de mayo de 1812 con nueve batallones de infantería, un batallón de zapadores, diez piezas de artillería de campaña, dos escuadrones de caballería y varias compañías sueltas. Un significativo despliegue de fuerzas.

Como parte de su estrategia, Miranda designa al coronel Bolívar, de 28 años, comandante político y militar de la plaza de Puerto Cabello, el 2 de mayo de 1812. Esta era la mayor fortaleza militar de la neonata República de Venezuela. Contaba con el castillo de San Felipe —llamado así en honor al borbón Felipe V—, en el que se había recluido un buen número de procesados militares por la insurrección de Valencia. Pues bien, el 30 de junio de 1812, aprovechando la ausencia de su comandante, Francisco Fernández Vinoni, un canario, subteniente de caballería, se sublevó junto con otros oficiales a favor del rey. Este había ingresado a la carrera militar al sobrevenir el movimiento independentista y luego transferido al batallón de Milicias de Blancos de los valles de Aragua.

Fernández Vinoni, con alevosía, puso en libertad a los prisioneros españoles y se apoderó de la fortaleza. Fue conminado a rendirse, pero se negó, reiterando su lealtad a la causa real. Bolívar y algunos de sus oficiales intentaron retomar el fuerte —asedio del 30 de junio-6 de julio de 1812—, pero su esfuerzo fue inútil. Aquella sería su mayor vergüenza militar. Como lo confesó al mismo Miranda: «De gracia, no me obligue usted a verle la cara». Entonces, no le quedó más que huir.

Tras la insubordinación y traición, la plaza fue entregada a Monteverde, donde el militar canario pudo encontrar abundantes provisiones, armas y municiones —más de 3.000 fusiles y gran cantidad de pólvora, municiones y piezas de artillería—, que habían sido acopiadas por los republicanos en previsión de una larga y fuerte confrontación.  Monteverde premió a Fernández Vinoni con el ascenso a capitán de volantes y con el cargo de comandante en resguardo de Yaracuy (11 de julio de 1812). Vinoni prosiguió su carrera militar en las tropas realistas, yendo a parar en algún momento a la Nueva Granada, donde hubo de seguir guerreando contra los republicanos y, en algún inesperado momento, contra el mismo Simón Bolívar cuando este, en lugar del bisoño militar de 1812, era ya un experimentado y respetado jefe político y militar al frente de poderosos ejércitos.

En efecto, en 1819, un año muy especial en el transcurso de las guerras de independencia de Venezuela y Nueva Granada —ocurrieron: el inicio del Congreso de Angostura (19 de febrero), y la batalla de Boyacá (el 7 de agosto), que dejó libre la Nueva Granada—, Bolívar y Fernández Vinoni, en un hecho casual, volvieron a verse las caras por última vez. Esta vez la desigualdad de condiciones afectaba al oficial canario que entregó la plaza militar de Puerto Cabello, pues la victoria de Boyacá finalizó con la rendición en masa del ejército realista. Más de 1.6oo soldados fueron capturados, así como casi la totalidad de la oficialidad, incluyendo al jefe de los realistas, el general José María Barreiro Manjón (1793-1819), y su segundo al mando, el coronel Francisco Jiménez.

Fue entonces cuando Bolívar al pasar revista a los oficiales prisioneros pudo reconocer, entre ellos, a Francisco Fernández Vinoni. Vaya sorpresa. Según algunas fuentes, el Libertador entabló con este una breve conversación, al cabo de la cual, ordenó su fusilamiento inmediato. Quedaba así saldada la vieja deuda que tenía Francisco Fernández Vinoni por los hechos de traición del 30 de junio de 1812, en Puerto Cabello, que precipitaron la caída de la Primera República y sus fatales consecuencias.