En los tiempos en que el puerto era un tenientazgo dependiente en lo administrativo de Valencia, no contaba con un cabildo independiente. El gobierno político estaba en manos de un Teniente de Justicia Mayor acompañado de unos pocos funcionarios, entre ellos, un alcalde ordinario, los diputados del común y un procurador síndico personero. Se reunían en la Sala de Diputación, antecedente de lo que será más tarde el cabildo local. Debió estar ubicada esta sala en algún lugar de la calle Real (hoy calle Bolívar de la zona histórica), aunque desconocemos la casa que pudo servirle de asiento, recinto en el que se verificaba con toda la pompa del caso la juramentación de las autoridades civiles, por parte del comandante militar de la plaza: “… el comandante les recivió juramento que hicieron según Derecho por Dios nuestro señor y una señal de Cruz, en cuyo cargo el Sr. Don Martín de Aramburu prometió ejercer su empleo de alcalde ordinario y fielmente, administrando cumplida justicia a las partes para dar a cada una lo que le toque y guardar secreto en los casos que lo requieran y los dos siguientes prometieron igualmente la misma probidad en el manejo puntual de sus oficios, defendiéndo al público en sus competentes funciones con amor y celo patriótico; sin excepción de personas y todos tres que María Santísima fue concebida sin mancha de pecado original; con lo que el Sr. Comandante Justicia Mayor les exortó a que si así lo hicieren Dios les ayudase, i si no, se los demandare en cuenta y a conclusión dijeron amén…”, podemos leer en una acta de juramentación del año 1800.
No resulta claro, tampoco, si la casa cuya compra había autorizado la Real Hacienda, en mayo de 1795, para servir de cárcel, sala capitular y escuela pública, ocupa el mismo lugar que en la actualidad la antigua sede del Concejo Municipal en la calle Ricaurte. A falta de documentación al menos a la fecha, no lo creemos así, especialmente si se tiene en cuenta que dicho edificio está próximo a lo que fuera la fachada sur de la otrora ciudad amurallada, y por tanto expuesta al fuego enemigo. Creemos, más bien, que aquella casa por la que se pagó 6.310 pesos, y otros 3.070 pesos para su reparación, debió estar localizada en la calle Real de Puente Adentro. Lo cierto es que para abril del año siguiente la Sala del Ayuntamiento ya se encontraba en funcionamiento, como lo señalan algunos documentos del archivo municipal; también en ocasiones, y según la importancia de los puntos a discutir, el gobierno local se reunía en la Iglesia Parroquial, conocido ahora como templo del Rosario. Uno no puede menos que imaginar cuántos eventos extraordinarios se vivieron en aquellos recintos, discursos que retumbaron en sus paredes de piedras y sal marina. Pensemos, por ejemplo, en aquel 24 de abril de 1810 cuando “los vecinos más notables del puerto” reunidos en la Sala de Diputación, se pronunciaban a favor del movimiento que había estallado en Caracas días antes; o aquel 9 de julio de 1811 cuando los miembros de la Diputación local en sesión, reciben la noticia sobre la declaración de la independencia absoluta de Venezuela que se produjo en Caracas; o aquel 12 de agosto del mismo año, cuando las autoridades locales se reúnen en la sala capitular para dar lectura al contenido del pliego cerrado y lacrado, que apenas arriba de Caracas con el tan anhelado Título de la ciudad; o aquel 4 de mayo de 1812, cuando el joven coronel Simón Bolívar presenta sus credenciales ante el Cabildo que lo acreditaban como Comandante Político y Militar de la plaza. Son momentos estelares de nuestra historia, atrapados en su espíritu y esencia en esas vetustas paredes.
Recuperada la ciudad en noviembre de 1823 por los patriotas, la ciudad crece y el ahora Concejo Municipal requiere un inmueble más idóneo para sus funciones, cuya construcción encomienda a Juan Cuspinera, en 1865, por la cantidad de 53.000 pesos, esto en tiempos del jefe municipal Miguel García Borges. Según los planos, se trataba de un edificio de grandes dimensiones para albergar tanto la casa municipal y otras dependencias públicas, como la cárcel “de que se carece ho en absoluto, con todos los departamentos necesarios para hacer segura la reclusión de los criminales, la seguridad de los presidiarios, la corrección de los hombres y mujeres que vayan á ella en arresto, y sobre todo, por las repetidas fugas de los reos que constantemente suceden por el mal estado de la que existe, que propiamente no puede llamarse de otra manera sino escombros”. El contratista se obligaba a terminar la construcción en el término de dieciocho meses, construyendo la parte alta y baja “que no lo está hasta ahora ó sea en donde actualmente se halla la cárcel pública en toda su extensión”, utilizando para ello mampostería de cal, piedra y arena, sin mezcla alguna de tierra, entablados en madera de pichipén y los techos de tabla de guano y viguetas. Se infiere así que el imponente edificio se levanta en la modesta construcción que entonces ocupaba la municipalidad.
Ya en 1883 la casa municipal era sede de la Jefatura Civil del Distrito, la Secretaría del Concejo, la Administración de Rentas Municipales, las de las Rentas del Estado, el Tribunal de 1 Instancia del 2 Circuito judicial, el Juzgado del Distrito, la oficina de Registro la Administración de Correo y el local de la Escuela nocturna. Actualmente la histórica edificación, ubicada frente a la Plaza Bolívar, mantiene su fachada original, esperando pronta refacción para ponerla al servicio de las potencialidades turísticas de la ciudad y el venidero bicentenario de la toma.
@PepeSabatino