La guerra toma un giro decisivo el 24 de junio de 1821, tras la victoria patriota de Carabobo. El general Latorre se refugia en Puerto Cabello -en manos realistas desde 1812, cuando la estratégica plaza fuera perdida por Bolívar-  acompañado de su mermado ejército y al amparo de la ciudad amurallada. Los realistas todavía conservan Cumaná, Coro, Maracaibo y Puerto Cabello, de allí que se estaba lejos de tener el control total del territorio nacional. El 24 de julio de 1823, los patriotas propinan derrota a la flota española en la Batalla del Lago, obligando al general Morales a capitular y en carácter de Capitán General de la Costa Firme entregar Maracaibo y el castillo de San Carlos, embarcándose para La Habana, quedando tan solo Puerto Cabello en manos españolas.

Resultaba imperativo, entonces, tomar control  de este último reducto, tarea que le es encomendada al general José Antonio Páez quien pone todo su empeño a partir de mayo de 1822 al sitiarla, operaciones que se inician con la captura de El Vigía, terminando exitosamente al producirse la toma de la plaza fuerte de Puerto Cabello, en la madrugada del 8 de noviembre de 1823. El episodio es de obligada mención en los anales de la guerra independentista, marcando como lo hace el fin del dominio español en territorio patrio, como lo reconocen la totalidad de los historiadores consultados.

Don Felipe Tejera, en su Manual de Historia de Venezuela, al referirse a la toma de la plaza que desmantelada como se halla -decía- es la más fuerte de Venezuela, escribe: “Termina aquí la magna y épica guerra de la Emancipación de Colombia. ¡Cuánta rara virtud, cuán eminentes hazañas no hemos presenciado! Pregónelas la fama por el mundo, mientras la Victoria, cual si fuese egida, cubre con su manto de oro La República. Ella le dio sabios por legisladores, héroes por soldados y el más santo de todos los dones, la libertad: astro precioso por quien suspiran desde la cuna los mortales”. Eloy G. González, en su Historia de Venezuela desde el descubrimiento hasta 1830, se contenta con citar a Baralt: “Así sucumbió Puerto Cabello, último recinto que abrigaba todavía las armas españolas en el vasto territorio comprendido entre la ría de Guayaquil y el magnífico delta del Orinoco. Aquí concluye la guerra de la independencia de Colombia. En lo adelante no se emplearán las armas en la República sino contra guerrilla de foragidos en la tenacidad peninsular armó y alimentó por algún tiempo, o en auxiliar más allá de sus confines a pueblos hermanos en la conquista de sus derechos”. Más parcas resultan las apreciaciones de otros historiadores al afirmar que como consecuencia de la toma de la plaza y capitulación del castillo San Felipe, “desapareció para siempre el dominio de España en Venezuela” (José Gil Fortoul); que con la entrega de este puerto “Venezuela quedó libre e incorporada a Colombia” (Guillermo Morón) y que Puerto Cabello fue “el último bastión realista en territorio venezolano” (Miguel Ángel Mudarra).

A pesar de la trascendencia del referido hecho, la historiografía venezolana le ha prestado muy poca atención, con la sola excepción de nuestro académico Asdrúbal González, que publica en 1973 su obra Sitios y Toma de Puerto Cabello. Se trata de un enjundioso trabajo, ciertamente, que si bien abordó con seriedad y abundantes materiales el tema, no logró sacarlo del localismo al que parece haber estado condenado desde antaño. ¿Cuál es la explicación? La cercanía de la toma con la victoria patriota en la Batalla Naval del Lago, contribuyendo a opacar la primera; el deseo manifiesto de los porteños de hacer suya esta efemérides considerándola en singular o como un hecho aislado solo de interés local; la poca atención prestada a este episodio desde Valencia, en la errónea idea de que se trata de uno del exclusivo interés de los porteños, por citar algunos, son todos elementos que podrían influir en ese hasta hoy pernicioso localismo que, ni siquiera, pudo ser superado durante las celebraciones del sesquicentenario de la Toma en 1973, cuando fueran organizadas desde Caracas simplemente como un apéndice de la programación preparada para rendir homenaje a la victoria del lago, en el marco de lo que entonces se llamó año de la Reafirmación Marítima Venezolana Sesquicentenario de la Batalla Naval de Maracaibo.

La discusión podría parecer chauvinista, aún así no es nuestra intención pretender adjudicar a la toma una jerarquía mayor o por encima de otros hechos de armas, no se trata de eso. Sin embargo, considerando objetivamente el asunto, es obvio que la toma constituye un episodio que debe entenderse como consecuencia y complemento de las victorias de Carabobo (1821) y Maracaibo (1823), todas ellas de trascendencia nacional. La victoria de las fuerzas republicanas en noviembre de 1823, que termina con el último reducto realista en el territorio de Colombia, tendrá importantes implicaciones geopolíticas. Por una parte, permite a las autoridades avanzar y enfocarse en la campaña del Sur, sin tener que distraer recursos económicos que no abundaban; por la otra, pacifica la totalidad del territorio, eliminando una posible cabecera de playa de mucha utilidad en el escenario de una eventual invasión, pues habría que recordar que en los meses previos muchos fueron los rumores sobre posibles expediciones desde La Habana y Puerto Rico para retomar el territorio venezolano, entre ellas, una expedición comandada por Laborde constante de 2.500 hombres y 10 buques de guerra; otra liderada por general Francisco Tomás Morales con 5.000 negros, aunque es justo mencionar que quizás se tratara de simples especulaciones, toda vez que no existía desde la madre patria ni voluntad política, tampoco capacidad económica y militar. España, además, era presa de serios conflictos internos producto del liberalismo, que le impedía asistir financieramente a los últimos focos realistas en tierra colombiana, mucho menos ayudar a la gran masa de emigrados que huían hacia las Antillas.

La Toma de Puerto Cabello, en consecuencia, no puede entenderse como una celebración local, sino una regional e incluso nacional. Desde esta perspectiva, le corresponde a Carabobo no solo el honor de que en su territorio se haya sellado la independencia, sino también que se haya puesto punto final al dominio español en tierra patria. Una de las tareas más importantes que tiene la Academia de Historia del Estado Carabobo en esta celebración bicentenaria, y en la que esperamos contar con la colaboración de instituciones como la Universidad de Carabobo y los centros educativos en general, además de los entes gubernamentales y la empresa privada, es la de ilustrar a todos los ciudadanos, especialmente a las jóvenes generaciones, sobre la trascendencia y alcance de la efeméride que nos ocupa para orgullo no de los porteños, sino de todos los carabobeños, también de los venezolanos. No será fácil, pero bien vale la pena intentarlo en reafirmación del gentilicio y la autoestima ciudadana.

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@PepeSabatino