En una oportunidad alguien con buena formación académica, al seleccionar materiales bibliográficos sobre historia, dejó de considerar en su selección trabajos referidos a historia local, crónicas, relatos de anécdotas y costumbres recogidas en libros de memorias. Justificó el proceder no como un aparente olvido o una falta de atención por la premura o los objetivos de la búsqueda, sino con el argumento de que se trataba de temas sin mayor importancia, demasiado locales o específicos.

En esa racionalización se esconde un prejuicio muy arraigado sobre la historia e incluso en relación a la historiografía como codificación del registro y conocimiento de los fenómenos sociales y su naturaleza o características epistemológicas (lo que debe ser o no la exposición del conocimiento o lo que es o no ciencia, para expresarlo en otras palabras). Ello hace patente también sesgos culturales derivados de preconceptos relacionados con la exclusión y el etnocentrismo como ideología o incluso posición consciente.

Gran parte de la historiografía del siglo XX hizo un énfasis excesivo en los acontecimientos señalados y decisorios, como la Independencia y la fundación de los estados nacionales, las guerras y las hazañas militares, los grandes héroes, la política. Se dejó por fuera gran cantidad de fenómenos económicos, sociales y culturales, así como también aspectos regionales y locales. Entre las grandes exclusiones destacan la historia sencilla, la historia local, la historia de la gente, esas vivencias que conectan a una persona con su pasado inmediato, con el de su familia y su comunidad, con su región y, en definitiva, con su país.

Me sorprende cuando alguien asevera que su historia personal o familiar no tiene relación con la historia de Venezuela o de un país determinado. Uno de los encantos de la historia local, al menos de la más cercana al presente investigativo, es precisamente encontrar conexiones palpables y de fácil identificación. Con cada vez más fuerza comunidades locales e intermedias, asentamientos urbanos y rurales, grupos étnicos y regiones buscan desesperadamente la reconstrucción de su historia y de sus orígenes, contrariando así las ideologías excluyentes que solo prestan su atención o interés preferente a determinados asuntos.

Esa historia menuda, sencilla, que parecería solo anodina y sin importancia, tiene empero una gran relevancia para poder comprender realidades sociales. En 1993, cuando se demarcaba la Reserva de Biósfera Alto Orinoco – Casiquiare (estado Amazonas), funcionarios del Ministerio del Ambiente y lo Recursos Naturales Renovables exigieron a las comunidades ye’kuanas del Alto Orinoco que presentaran una justificación de su probablemente milenaria presencia en las tierras ancestrales. En otras palabras, le pedían una historia de las comunidades para verificar la antigüedad de la ocupación y los asentamientos. Esa relación debía, en la lógica burocrática, presentarse de forma escrita y no oral, a pesar de tratarse de una cultura ágrafa.

Varios ancianos y dirigentes reflexionaron sobre el asunto y decidieron emprender una investigación sobre los orígenes ye’kuanas. Para ellos propusieron visitar varias de las comunidades, sobre todo aquellas en las que habitasen sabios y ancianos indígenas dispuestos a transmitir sus conocimientos de la historia y sabiduría étnicas (watunna, en ye’kuana). El principal investigador fue el señor José Félix Turón, de la comunidad de Culebra, situada al pie del tepuy Duida, en el curso medio del Cunucunuma, uno de los principales afluentes del alto Orinoco.

De la investigación del señor Turón se derivó un valioso relato del origen del mundo, de la fundación de la cultura ye’kunana, de los mandatos de los héroes culturales sobre ocupación y conservación de la tierra, de los que derivan valores y costumbres de los ye’kuanas. Ese relato ha sido publicado en el libro Esperando a Kuyujani: tierras, leyes y autodemarcación. Encuentro de comunidades ye’kuanas del Alto Orinoco, editado por el indígena Simeón Jiménez y el antropólogo Abel Perozo (San Pedro de los Altos, Asociación Otro Futuro, Gaia, Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Biblioteca de Antropología: La Cotidianidad Pluricultural de Venezuela, Nº 1, 1994).

El relato recopilado por José Félix Turón buscaba proporcionar la justificación de por qué los indígenas ye’kuanas ocupan el territorio ancestral. Turón, procediendo como cualquier sabio ye’kuana, recurre a la historia sagrada para explicar y probar la antigüedad de la ocupación de sus tierras y la legitimidad de la presencia indígena allí, como le era requerido por un procedimiento administrativo. Se trataba de dos racionalidades distintas, pero en conjunción: la indígena y la burocrática del Estado, que necesitaba pruebas para actuar en consecuencia. Los indígenas recurren entonces a su historia sagrada para probar a los funcionarios la propiedad colectiva de sus tierras, derivada de la posesión inmemorial de ellas, para decirlo en términos jurídicos.

De la historia sagrada ye’kuana se deriva no solo la razón o justificación de la ocupación de las tierras, sino también del uso de los recursos naturales allí alojados. Kuyujani, uno de sus héroes culturales, les indicó a los ye’kuanas en los tiempos primigenios dónde debían vivir. De allí que el encuentro de comunidades ye’kuanas del Alto Orinoco, en el que Turón presentó el relato recopilado por él de boca de otros ancianos y sabios y que se celebró en la comunidad de Culebra (sobre el río Cunucunuma, municipio Alto Orinoco, estado Amazonas) entre el 25 y el 28 de agosto de 1993, llevara por nombre “Esperando a Kuyujani: tierras, leyes y autodemarcación”.

Kuyujani no solo indicó a los ye’kuanas dónde debían vivir, sino que también pidió que conservaran esas tierras de la mejor manera, sin destruirlas, hasta su regreso. Esta petición fundamenta el respeto que los ye’kuanas deben a su entorno y que, como sucede entre otros pueblos indígenas, sociedades tradicionales y poblaciones locales, obliga a diversos rituales, como pedir permiso a los dueños espirituales y habitantes ancestrales de los diversos sitios, parajes y accidentes geográficos de la región. Ello garantiza un uso racional de los recursos naturales y posibilita la sostenibilidad del aprovechamiento.

El derecho a las tierras ancestrales se origina en épocas muy antiguas, en los tiempos primigenios del mundo según la cosmovisión ye’kuana. El uso racional de los recursos deriva de principios y normas establecidos desde la cristalización de la sociedad ye’kuana como formación étnica diferenciada. Así, pues, sus héroes culturales no solo asignaron las tierras donde debían vivir, sino que les ofrecieron también los recursos naturales con la taxativa obligación de custodiarlos y cuidarlos para la posteridad.

Este ejemplo muestra cómo una sociedad o un grupo social determinado (ya sea comunidades, colectivos, aldeas, pueblos, o asentamientos urbanos, entre otros) percibe su historia. En otras palabras, se trata de una perspectiva histórica propia y particular. En el caso de los ye’kuanas, el recurrir a la historia sagrada muestra el pensamiento espiritual, por no llamarlo mágico para evitar cualquier connotación peyorativa, como forma de conocimiento y aproximación a las realidades empíricas y, asimismo, su profunda conexión entre religión, historia, usos y costumbres. Esto tiene implicaciones epistemológicas que develan el carácter cultural de la percepción del pasado y sus implicaciones. Otro aspecto que debe destacarse es el pasado como fundamento de la cultura y la tradición y, por tanto, sin manipulaciones inmediatistas, como causa eficiente del presente, modificado claro está por las circunstancias coyunturales a lo largo de la historia.

La historia menuda y sencilla está llena de significados y tiene una importancia para explicar y entender fenómenos sociales que a veces parecen anodinos o accidentales, carentes de lógica o sentido. De igual forma sirve para subrayar o devolver, incluso, pertinencia a fenómenos y colectivos sociales, para darles visibilidad y prestigio, para rectificar y llenar vacíos, además de contribuir a la memoria y el conocimiento no solo del pasado sino del presente y, por esa vía, de fundamentos para soñar, delinear y construir proyectos de un futuro más inclusivo y equitativo, otro futuro para todos.-

Horacio Biord

hbiordrcl@gmail.com