A propósito del nonagésimo sexto aniversario de su santa muerte
El 13 de enero celebramos un aniversario más del fatídico año del fallecimiento del primer Obispo de Valencia, Excmo. Mons. Francisco Antonio Granadillo Ojeda (1878-1927). Se había formado en el Colegio Arzobispal de Valencia (1886) bajo la tutela del Pbro. Dr. Hipólito Alexandre (1832-1913). Ya el 28 de julio de 1894 se le confería la Prima Tonsura, hasta recibir las sagrada Orden sacerdotal el 1° de septiembre de 1901, a manos del Excmo. Mons. Felipe Neri Sendrea, Obispo de Calabozo. Y el 15 del mismo mes y año celebraba su Primera Misa en la Cabaña de la Divina Pastora. Fue nombrado capellán y catedrático de Colegio Lourdes de Valencia. Después de la muerte del Pbro. Alexandre, acaecido el 9 de septiembre de 1913, fue nombrado Director del Liceo La Divina Pastora. El 3 de noviembre de ese año, el Pbro. Dr. Víctor Julio Arocha (1868-1954), Protonotario Apostólico, Cura Párroco de la Iglesia Matriz de Valencia, y Vicario y Juez Eclesiástico del Partido, certificaba, “que el Pbro. Dr. Francisco A. Granadillo ha ejercido en esta ciudad el santo ministerio por más de diez años, con celo edificante i mucho provecho de las almas; ya que en el desempeño de la Capellanía del Colegio de N.S. de Lourdes; ya defendiendo en el pulpito i la prensa las doctrinas de la S. Y. Católica Apostólica Romana. Certifico también, que el doctor Granadillo, ha regido por algunos años el Instituto Católico docente ‘Liceo de la Divina Pastora’ que ha proveído excelentes resultados en la instrucción i educación de los niños…”.
Este texto resumía su actividad apostólica en esta región valenciana, antes de proseguir su fructuoso ministerio en la ciudad capital. El Arzobispo de Caracas, Mons. Juan Bautista Castro (1904-1915), lo había elegido como Director del Seminario Menor del Corazón Eucarístico de Jesús bajo la protección de Santo Toribio de Mogrovejo, durante el período 1904-1907. Luego regresa a Valencia para encargarse del Liceo de la Divina Pastora, hasta que nuevamente regresa a la capital como Canónigo Teologal, el 11 de marzo de 1914.
Con la llegada del Arzobispo Felipe Rincón González (1916-1946), en 1916 es nombrado Provisor y Vicario de la Arquidiócesis de Caracas. Y en sus nuevas responsabilidades junto con el arzobispo emprenden la tarea de materialización el sueño de la nueva Diócesis de Valencia, que llegó a su feliz término con el auto de erección canónica del 12 de octubre de 1922. Nunca se imaginó Mons. Granadillo que sería su primer Obispo. El 15 de noviembre de aquel año, Mons. Rincón González, como Administrador Apostólico, se dirigía en carta pastoral a los fieles valencianos y carabobeños: “… compartiremos con vosotros una grata satisfacción por el casi realizado proyecto de la erección de la nueva Diócesis de Carabobo y la exaltación de la ciudad de Valencia a la categoría de Sede Episcopal, que desde los tiempos coloniales se había iniciado, y que hoy tendrá feliz éxito, gracias al ardentísimo deseo de Su Santidad Pío XI de hacer más extensivos los beneficios de nuestras Redención, y las oportunas gestiones del Excelentísimo Señor Nuncio Apostólico, Monseñor Dr. Felipe Cortesi… Grande debe ser vuestro regocijo por tal acontecimiento, y es muy justo, pues aunque siempre habéis sido contados entre los hijos predilectos de la Arquidiócesis, y con abundancia habéis tenido las riquezas espirituales de la Iglesia, de tal manera que, ha sido esa importante región y en especial la ciudad de Valencia, fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, y de varias obras católicas, sin embargo la acción directa e inmediata de un Obispo, dará mayor impulso a los intereses de Dios, más fuerza a las corrientes de vida católica, y surgirán bajo su experta dirección nuevas obras para bien de los pueblos a él encomendados… Preparaos, pues, amados hijos, para recibir las gracias y bendiciones de la Santa Visita pastoral…”.
En la larga espera del nuevo pontífice, el 16 de junio de 1923, el Nuncio Apostólico en Venezuela, Excmo. Mons. Felipe Cortesi, anunciaba en sigilo pontificio al Pbro. Granadillo su elección como primer Obispo de Valencia: “Reverendísimo Señor. Cábeme la satisfacción de comunicarle a V. S. que Nuestro Santísimo Padre el Papa Pío XI se ha dignado nombrarle Obispo de Valencia. Al felicitar muy cordialmente V. S. por la alta distinción que ha merecido del Augusto Jefe de la Iglesia, tengo el gusto de suscribirme con sentimientos de particular aprecio. De V. S.”.
Entre las muchas felicitaciones recibidas por su nombramiento episcopal, encontramos la del santo Obispo de Mérida, Excmo. Mons. Antonio Ramón Silva, con fecha 21 de junio de 1923, quien le advertía a Mons. Granadillo lo siguiente: “Esta congratulación mía no es una mera fórmula; pues siempre he creído que usted tiene dotes de gobierno y administración, motivo por el cual lo recomendé al Señor Arzobispo para Provisor y Vicario General. El tiempo que usted ha pasado en el desempeño de estos cargos lo habrá convencido de que lo que lo espera no es un lecho de rosas. Por eso, los que le felicitamos sinceramente, tenemos que apartar nuestra vista de la tierra, y fijarla en el cielo, de donde viene la vocación al martirio…”.
Fue preconizado como Obispo electo para la nueva Iglesia valentina el 19 de junio de 1923. Su consagración episcopal se efectuó en la Iglesia Catedral metropolitana de Caracas, por el Nuncio Apostólico, Mons. Felipe Cortesi, el 21 de octubre, y el 8 de noviembre tomaba posesión canónica de su sede catedralicia. El historiador Torcuato Manzo Núñez comenta que “su entrada a Valencia aquel mismo día fue verdaderamente apoteósica. Los valencianos consideraban aquella fecha como un hito en su historia. Valencia se sentía ennoblecida como Sede Episcopal y se engalanó con gozo indescriptible para recibir a su primer obispo”. Era el principio del itinerario histórico de esta Diócesis de Valencia.
En su pontificado escribió seis cartas pastorales. En la primera carta explicaba su lema episcopal: “Los obispos, a quienes Jesucristo envía al mundo con la misma misión que el Eterno le dio a Él, son los ejecutores de esa obra salvadora, por medio de la propagación del bien; y así lo entiende el glorioso apóstol San Pablo cuando enseña a los hebreos esta hermosa divisa de combate: ‘No seáis vencido por el mal, sino venced el mal con el bien’. Es este también, amados hijos, el lema que hemos tomado para nuestro episcopado, como si el Señor mismo nos lo hubiese mostrado, con la feliz coincidencia de leerse estas palabras en la epístola del día en que fue promulgada la Diócesis de Valencia (El 21 de enero de 1923)”.
La tercera Carta Pastoral, con fecha 16 de febrero de 1926, encontramos el principio de su deterioro de su salud física ante la injusticia de los hombres y los males que pueden ocasionar a la Iglesia de Jesucristo. Fue un episodio triste de su pontificado: la falsa acusación de que supuestamente había prohibido las exequias del difunto Tulio Castrillo, ocasionando reacciones violentas contra su ministerio episcopal: “Una dolorosa sorpresa ha causado a nuestro ánimo, amados hijos, la actitud asumida por los que, llamándose católicos, apostólicos y romanos, y por consiguiente siendo hijos nuestros, han amargado injustamente nuestro espíritu de padre vuestras almas. La primera cualidad de un cristiano es la unión con el Obispo, porque de tal manera está la vida de la Iglesia vinculada a los sagrados Prelados, que son ellos precisamente, los canales por los que dispensa el Señor, aunque ellos sean indignos, las gracias de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad que manteniéndonos unidos al Sucesor de San Pedro, nos hace presentar a los enemigos de esa santa Iglesia, el maravilloso espectáculo de su vida divina… Y es triste y doloroso, amados hijos, la situación de un individuo o de un pueblo que se opone a la sagrada autoridad de los Obispos… Nuestro dolor, amados hijos, no es causado precisamente por lo que se refiere a nuestra propia persona, de ninguna manera; es producida por el amor que en Dios os profesamos y porque hemos podido palpar, con intensa amargura, cuán débil es la fe de todos aquellos que temerariamente o sin reflexión alguna, se han colocado en una situación falsa y en extremo peligrosa para sus sagrados y eternos intereses, con motivos de los actos de rebeldía verificados en estos días…”.
Dicha carta fue respaldada por el clero a través de un comunicado: “Vuestro Clero, Ilustrísimo Señor, reconociendo vuestras sobresalientes dotes de virtud y de ciencia, como los esfuerzos y sacrificios que habéis hecho, a pesar de vuestra delicada salud, por la organización y progreso espiritual de esta nueva Diócesis de Valencia que nacida ayer no más, hoy presenta el brillante espectáculo de un Obispado casi en plena madurez, no puede ser insensible a los sufrimientos que amargan vuestro espíritu de padre y de pastor”.
En Mons. Mons. Granadillo se hacía realidad las palabras proféticas del Obispo de Mérida: “tenemos que apartar nuestra vista de la tierra, y fijarla en el cielo, de donde viene la vocación al martirio”. En la quinta Carta Pastoral, con fecha 20 de julio de 1926, escribía: “Nacida la Iglesia en medio de los dolores y amarguras del Calvario, lleva en sí, como signo y distintivo de su existencia, el odio de los enemigos de su Fundador… Ella, lo mismo que su Divino Fundador, se levanta en el seno de los pueblos como signo de contradicción, que divide a la humanidad en dos agrupaciones opuestas: los que aman y quieren vivir según la ley del Evangelio, y los que prefieren la satisfacción de sus concupiscencias, y rehúyen someter su libertad al suave yugo del Señor…”.
Dichas reflexiones salían de un corazón convencido de su vocación al martirio, y más en el contexto histórico cuando venían noticias tristes de las persecuciones de los fieles cristianos de la Iglesia mejicana: “En estos mismos momentos resuena en el mundo entero el eco de dolor de nuestros hermanos en Méjico; y el Vicario de Cristo, el Padre de los cristianos, compadecido de las persecuciones que en aquella Nación hermana padecen los católicos, dispone que en todas las iglesias del mundo se eleven preces al Altísimo para pedir humildemente al Señor la cesación de una situación en extremo opuesta a la libertad que todo hombre debe tener para amar, servir y glorificar a su Dios…”.
Ya en diciembre de aquel año, el Obispo Granadillo comienza a sufrir severo quebranto de salud. El Provisor y Vicario General, Pbro. Dr. Rafael Torres Coronel, decretaba la intención de orar por la salud del Obispo: “Preces públicas para impetrar de la Misericordia Divina la gracia singular de la preciosa salud del amadísimo Prelado, cuya vida importa sobremanera a los intereses de nuestra Iglesia…”. El Boletín Diocesano con fecha 31 de diciembre de 1926, Nº 18, reiteraba esta intención: “Llamamos la atención de nuestros lectores sobre la disposición del Muy Ilustre Señor Provisor de la Diócesis, referente a las preces públicas para la salud del amadísimo Señor Obispo, Mons. Sr. Francisco A. Granadillo, quien a la hora en que entra en prensa este número del Boletín, se encuentra postrado en el lecho del dolor aquejado por grave dolencia que tiene en inminente peligro su existencia”.
El Boletín de la Diócesis del 28 de febrero reseñaba: “Sede Vacante. El Ilmo. y Revdmo. Sr. Obispo de Valencia Dr. Francisco A. Granadillo ha muerto el 13 de enero de 1927. La Iglesia valenciana ha quedado viuda… y ha perdido su mejor ornamento. ¡Dolor! ¡Luto! ¡Silencio!”. “Un hombre justo desde su niñez, un sabio en la plenitud de sus días, un sacerdote apostólico, un Pontífice esclarecido, un varón constante, un caballero en su porte y cumplido en su conducta, orador elocuente, escritor profundo, de veras costumbres en su vida privada, religioso sin fanatismo, virtuoso sin ostentación, indulgente sin debilidad, honor de la Iglesia Católica y orgullo de su patria”.
El Nuncio Apostólico de Venezuela, Excmo. Mons. Fernando Cento, pronunciaba la Oración Fúnebre, el 14 de enero, con motivo a los funerales celebrados por el sufragio del alma del obispo, donde denunciaba lo sucedido: “No es menester que recordemos los pormenores del infausto suceso que colmó la medida del dolor en el corazón malogrado del Prelado. Pero dejadme lanzar el anatema que ha lanzado y lanzará siempre la Iglesia sobre una especie de arte, o, mejor dicho, degeneración de arte dramático y escenográfico, que en lugar de elevar degrada, y en vez de empurpurar y embellecer la vida, se ha trocado en escuela de vicios y en sentina de pecados”. El historiador Torcuato Manzo Núñez hace mención de aquel infausto suceso: “En el mes de octubre… Una Empresa Cinematográfica que tenía su local a muy poca distancia de la Catedral y residencia del Obispo, anunciaba en aquel mes un espectáculo reñido con la moral. El Obispo, con su entereza irreductible, censuró el espectáculo. Y se desataron las fuerzas del mal. La pugna eterna entre los intereses materiales y los del espíritu, hizo que unos cuantos exaltados salieran desde el local del espectáculo censurado hasta las puertas del palacio y agredieron de palabra al prelado…”.
Verdaderamente el primer Obispo de Valencia tenía “vocación al martirio”.
Pbro. Luis Manuel Díaz
Director del Archivo Histórico “Mons. Gregorio Adam”