Una de las fuentes más valiosas para reconstruir el pasado de Puerto Cabello lo constituye, sin duda alguna, la rica hemerografía del siglo XIX y principios del XX, que se encuentra diseminada en bibliotecas y hemerotecas públicas y privadas.

El tema, por otra parte, ha sido exhaustivamente trabajado por el periodista y escritor Alí Brett Martínez en su maravilloso libro “El Periodismo y las Imprentas de Puerto Cabello 1806-1945”, publicado 40 años atrás, y de una vigencia extraordinaria ya que sigue siendo una obra de referencia para los interesados en el tema. Brett Martínez dejará fichados 122 periódicos de corte político, comercial, literario, humorístico, etc., que verán luz en el litoral porteño, salidos de las imprentas de Felipe Rivas, Rafael Rojas, George Corser, Juan Antonio Segrestáa, entre muchos otros.

No obstante, esta lista tal y como advierte el fallecido escritor, no pretendía ser completa y, a decir verdad, son muchos los periódicos que hemos fichado personalmente, o que han sido localizados por otros investigadores, los que elevan su número a 180, quizás 200 diferentes títulos.

La imprenta entra tardíamente a las principales ciudades de Venezuela. De hecho antes de 1830 solo Caracas, Valencia, Cumaná, Ciudad Bolívar, Maracaibo, Puerto Cabello y Barinas disponían de talleres que permitían la impresión de hojas sueltas y periódicos, más tarde de folletos y libros. Para tener una idea de cuán tarde entró en la provincia, basta señalar que no será sino a partir de 1860 cuando se introduce en San Antonio del Táchira, Trujillo, Maturín, San Felipe y Carora, entre otras.

Aunque algunos autores afirman que la imprenta llega a Puerto Cabello en 1822, cuando es introducida por el español N. Permañer, Alí Brett Martínez señala que no será sino en 1825 cuando se establecen en el puerto los talleres tipográficos de Joaquín Jordi y Juan Pío Macías. Es en la “Imprenta Republicana” del catalán Jordi en la que se imprime el primer periódico porteño, “El Vigia”, otro de corte jocoso titulado “Plus Café”, además de varios folletos relativos a proclamas del Libertador, actas de cuerpos deliberantes y disputas político-militares tales como el incidente de 1824 entre el Alcalde Ordinario Vicente Michelena y el general José Antonio Páez; similar material será impreso por Juan Pío Macías y N. Permañer.

El arte de la impresión experimentará significativo progreso cuando abre sus puertas el taller de Rafael Rojas, en funcionamiento ya para 1833, y en el que al parecer se imprime el primer libro de que tenemos noticias, esto es, la “Guía para todo joven militar, y muy útil a toda clase de Jefes superiores, oficiales e individuos de carrera”. Rojas es el decano de los periodistas locales y en su taller ven luz los dos primeros periódicos tamaño estándar que se editan en la ciudad: “El Horizonte” (1855) y “La Regeneración” (1858).

Rojas era un viejo periodista que eventualmente se lanza al ruedo político como candidato a la Honorable Diputación Provincial del Estado Carabobo.

Sobre sus convicciones acerca de los deberes del periodista, habla muy bien el siguiente párrafo: “El periodista —escribe en la prensa local— debe oír la voz de la razón y no la del interés, preferir el bien general al particular, sostener principios y no hombres, y mantenerse en la línea de la imparcialidad desde donde podrá sin temor, emitir con libertad sus opiniones y esperar que los resultados coronen sus esfuerzos en bien de la comunidad”.

Hacia 1850 funcionaba en la ciudad, igualmente, la imprenta de Felipe Rivas del que saldrían principalmente hojas de corte político, y no publicaciones periódicas.

Los temas que dominan aquellos primeros periódicos del siglo XIX son desde luego, el político y comercial. «El Vigía», «El Horizonte» y «La Regeneración», a los que ya nos hemos referido antes, son de corte eminentemente político. No obstante, sus páginas siempre daban cabida a uno que otro poema de bardos regionales, como este desafiante verso de Abigaíl Lozano que publicaba «La Regeneración» del 8 de julio de 1858: «Dejad en paz la América,/ Reyes y Emperadores!/ Nuevos conquistadores/ Jamás consentirá./ No sufrirá, cobarde,/ Tamaño vilipendio;/ Primero un rojo incendio/ Su triste fin dirá.».

Más variados en cuanto a su contenido será el periódico «El Vigilante”, en cuyas páginas la política, comercio, literatura, artes, actualidad internacional, etc., encuentran espacio. El primero de ellos se publica en octubre de 1859, en la Imprenta del Comercio de Epifanio Sánchez, de corte antifederal, será el mismo que luego es adquirido por Juan Antonio Segrestáa quien aparece como su redactor e impresor, hasta que el periódico deja de existir en 1863. Constituye este periódico una fuente de inestimable importancia para el estudio de la Guerra Federal en la localidad y el movimiento artístico de la época. Una de las cosas que asombra es encontrar en esas empolvadas y negruzcas páginas, una realidad de extraordinaria vigencia. Los desafueros cometidos por las distintas autoridades militares, la corrupción en la aduana local y las peticiones de destitución de su  administrador, las  críticas al comportamiento de los asistentes al teatro y los mensajes pintados en las paredes de la ciudad, son algunas de las informaciones aparecidas a diario.

Necesario resulta resaltar aquí el papel del porteño Juan Antonio Segrestáa, no solo por su destacada participación en el periodismo local sino, además, por la trascendencia de su trabajo como editor, traductor e impresor a nivel nacional, oficios éstos que desarrolló por espacio de cuatro décadas. Hombre ilustrado y enigmático se embarcó en empresas intelectuales que le costaron tiempo y dinero, pero que llevó a feliz término. Es uno de los abanderados del periodismo literario en Venezuela, editando en 1862 con la colaboración de don Simón Calcaño, la revista de arte, ciencia y literatura “El Iris”, catalogada por el historiador Luis Alfredo Colomine como la primera revista literaria de Carabobo, por cuyas páginas desfilaron las plumas de Zorrilla, Gómez de Avellaneda, Bretón de los Herreros y Víctor Hugo, por citar algunos.

Ejerció Segrestáa el periodismo apegado a estrictos principios éticos; así con ocasión de la circulación en 1877 de una hoja suelta contra Guzmán Blanco, supuestamente salida de su imprenta, niega enfáticamente que aquélla hubiese sido impresa en sus talleres, señalando que jamás había salido de su oficina ninguna hoja volante ni periódico sin la firma del establecimiento, ni jamás había publicado ningún escrito sin la firma responsable o del autor, sin que quedara  en la imprenta a disposición del agraviado o perjudicado.

Sobre la tarea del periodista, Juan Antonio Segrestáa escribirá en una ocasión: “Es ardua, por lo desconsoladora y estéril la tarea del periodista honrado. Siempre corriendo en pos de todo lo que pueda interesar a la humanidad, y la humanidad siempre desdeñosa, porque para atraerse sus favores y sus aplausos es necesario emplear, en vez del lenguaje sobrio, respetuoso y edificante, la sátira que envenena y el insulto que enardece; entonces el periódico es ameno, y el periodista ilustrado, simpático y valiente; entonces la empresa es digna de ayuda y se sostiene, y adelante á favor del mal, de ese misterioso y vehemente anhelo de la humanidad, de esa condición tan general como innata”.

En la larga lista de periódicos decimonónicos que vieron luz  en la ciudad marinera, merecen particular mención «El Diario Comercial» (1881), también impreso y dirigido por Segrestáa y uno de los de más larga duración en la ciudad (más de veinte 20 años), y «El Boletín de Noticias» (1888), dirigido por el periodista José Antonio Martínez Guillén y más tarde por otro decano de los periodistas locales, don Julio Antonio matos, periódico éste que sobrepasó los 40 años de aparición ininterrumpida, hecho éste singular si se tiene en cuenta que muchas de estas publicaciones no pasaban de tener corta vida, pues respondían a las circunstancias del momento, tales fueron los casos de «El Sol de Abril» (1887) o «La Mayoría» (1887) que apoyaba la candidatura del general Raimundo Fonseca para las presidenciales de 1888; o «El Azote del Teatro» (1895) de aparición ocasional, cuyas páginas torpedeaba con duras críticas las funciones que tenían lugar en el Teatro Municipal.

Durante la última década del siglo XIX verán luz, entre otros, «El Comercio», «El Correo Porteño», «El Liberalismo», «La Libertad», «El Pueblo», «EL Condicional», «El Propagandista», «El Credo Federal», «El Triunfo Federal» y «El Revisor».

Se trata, pues, de un sin fin de periódicos que guardan el acontecer diario de la patria chica, la pequeña historia de la urbe marinera, es decir, relatos que aún están por escribirse para  reto del historiador y orgullo de los porteños. Pero tal cantidad de publicaciones también demuestra la curiosidad intelectual de una sociedad en extremo culta, como la que se dio cita en el Puerto Cabello de entonces, producto de una mezcla de razas y culturas con resultados por demás interesantes. Tal profusión de publicaciones no constituye un accidente y responde, por el contrario, a la presencia de hombres de gran valía como los citados al inicio, y a los que luego se unen una generación que alguien denominará la del «Cojo Ilustrado», y entre quienes se cuentan  Carlos Brandt, Miguel Picher, Fernando Vicente Olavarría Maytín, Felipe Santiago Cooper, José Antonio Cordido Roo, Robinson Maldonado, Calixto González, Julio Antonio Matos y muchos otros cuyos trabajos y ejecutorias requerirían un trabajo más extenso.

REFERENCIAS:

BRETT MARTÍNEZ, Alí. El periodismo y las imprentas de Puerto Cabello, 1806-1945. Caracas: Editorial Arte, 1973.

SABATINO PIZZOLANTE, José Alfredo. Visiones del Viejo Puerto. Valencia: Corporación ASM; C.A., 2010.

Biblioteca “Tulio Febres Cordero”, Mérida.

Biblioteca Nacional de Venezuela.

Hemeroteca de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.