En tiempos en que la radio y la televisión no existían, la rutina y el ocio debieron ser agobiantes en las ciudades y qué no decir de los pueblos. La llegada de cualquier circo, compañía de variedades o ilusionista rompían la monotonía. El Puerto Cabello de antaño no fue la excepción y en abono de ello, basta con leer la prensa del momento para conocer de aquellas atracciones itinerantes.

En agosto de 1887, la compañía de variedades Wallace visita nuevamente el puerto –la primera vez, tres años antes– convirtiéndose en el deleite de los porteños quienes, por ocho, seis y tres reales podían tener acceso a los palcos y balcón, patio y galería del teatro, respectivamente. Las funciones discurrían entre actos de prestidigitación a cargo del Prof. Wallace, equilibrismo e ilusionismo: «… la Sra. Anathalia, en su trabajo magnético, deja en suspenso el juicio de los espectadores, no encontrando como explicar lo que ven, ni por qué medios pueden obtenerse las posiciones en que se exhibe la artista. El señor Lombana es admirable en las argollas; sus dislocaciones y posiciones en sus trabajos son extraordinarios: parece no tener coyunturas…», reseñaba una nota periodística. Peor suerte corrió la Compañía Japonesa que dirigía el señor Marshall, pues la concurrencia era tan reducida que difícilmente animaba a los artistas encargados de las maromas, equilibrios y saltos en la percha y escalera, a pesar de incluir la troupe algunos niños admirables por su destreza. Otras atracciones al aire libre no siempre resultaban exitosas, entre ellas, la “máquina aérea” (globo) de José María Flores que en 1844 se ve impedida de ascender porque el clima le fue adverso, para disgusto de la muchedumbre.

En febrero de 1892, es un acróbata de nombre Marcos Sergio Primera el que tiene en vilo a la ciudad con su oferta de cruzar la boca de entrada al puerto, descendiendo por un cable tendido desde la vieja Aduana hasta la plazuela del Castillo San Felipe. Se trataba de una extensión considerable, quizás unos 200 metros. El primer intento tuvo que ser aplazado por lo que Primera acude a la prensa para participar que la descensión tendría lugar el viernes 5, hacia el final de la tarde, aclarando de manera enfática que lo hacía por que se trataba de un arte que le produce los medios de vivir, y para que ese escogido número de caballeros que estaban designados padrinos del «…descensionista no crean que es miedo que tiene de tirar la parada su afectísimo ahijado». Al día siguiente numerosos espectadores y curiosos se agolpaban en el muelle, así como cantidad de botes en los alrededores, para ver al desafiante acróbata cumplir su ofrecimiento.

El diario El Comercio, del 6 de febrero de 1892, registra el acontecimiento: «DESCENSIÓN.- Ayer tarde se llevó a efecto el anunciado descenso. El protagonista cumplió cabalmente su cometido, en medio de la admiración de unos y el sobrecogimiento de los más. Un concurso bastante numeroso presenció el espectáculo, el cual, a la verdad, presentó un agradable golpe de vista, realzado por las regatas en botes que contribuyeron poderosamente a dar a los muelles ese atractivo simpático. Ya están pues, satisfecha la curiosidad de todos los que se afanaban porque el anunciador del acto llevara a cabo su intento. ¿Desean más?…».

De las andanzas en el puerto del equilibrista Marcos Sergio Primera no escucharemos más, pero sí que la misma proeza la repetirá para deleite de los valencianos el 14 de febrero, descendiendo «de la base de la media naranja de la Torre de Valencia a la Plaza Bolívar».

@PepeSabatino